Tengo la creencia de que para nuestro YO, no existe el otro. Nuestro YO se mira en los demás, se refleja cual espejo camaleónico; o bien se proyecta, como extensión de uno mismo. Cuando hablamos con el de enfrente, es como si lanzáramos ondas de sonar que chocan y se tropiecen:
A) Con nuestra sombra, aquello que negamos, rechazamos, no reconocemos que tenemos o ignoramos de nosotros mismos.
B) Con nuestra proyección, todo pasa por nuestro personal filtro y damos por válida solo nuestra particular interpretación de lo ajeno, es como si el de enfrente tomara nuestro relevo en la carrera y por ese sendero bien marcado debiera seguir.
C) Con nuestro espejo, de manera que nos estallará en la cara lo que el otro hace como si le hubiéramos dado permiso a imitarnos.
Así que vagando por los caminos de dios, solo encontraremos muestras palpables de nosotros mismos. No hay rápida carrera que consiga despegarse de nuestra sombra. No hay anchos campos donde escapar de nuestra persona. Vayamos donde vayamos, ahí estaremos.
Estas sentencias en un momento de mi vida me parecieron aterradoras. Una de mis películas favoritas, «Desayuno con diamantes» (traducción de la novela de Truman Capote, «Breakfast at Tiffany’s») utiliza esa expresión en un momento álgido para desarmar a la chica. Me sentí tan identificada… Hiciera lo que hiciera, me tropezaría conmigo. Supongo que mi joven autoestima se andaba formando, porque me entraba una angustia terrible que así fuera. Y sin embargo, cuando llegué a reconciliarme con esa conclusión y con esa muchacha rubia de mirada melancólica, me creí ya haber llegado al top de la cima. Desde allí podría comerme el mundo porque me gustaba ser yo. ¡Me gusto yo! Y si yo soy el mundo ¡me gusta el mundo!
—Oye, espera… que en el mundo hay más gente…
—No, si los demás no existen. ¡Todos son yo!
—Pues ese yo, llamado Juan es un gili de cojones…
—No… ya… pero…esto… Tienes razón, ése no soy yo. Yo soy estupenda y maravillosa…
Sé que estas cosas cuestan verlas, porque en apariencia los demás son otra cosa, nos sentimos separados. Pero eso es la apariencia. En cada gota se contiene todo un mar…
Constantemente coocreamos el mundo desde nuestro interior y lo lanzamos hacia fuera. Aquello que damos a los demás, nos lo damos. Esto queda muy claro, por ejemplo, cuando amamos a «nuestras personas» (hijos, pareja, amigos, padres, compañeros). Si somos dadivosos con ellos, nos sentimos plenos, dichosos, grandes, pues somos capaces de dar y eso nos convierte en grandes. Es maravilloso, si damos, nos los damos. Si damos cariño, nosotros mismos nos damos cariño. Si damos placer, nosotros mismos nos estamos dando ese placer. Curiosamente, al darlo es cuando recibimos. En el acto de dar se encuentra nuestro premio.
Vale, un paso más allá. Cuando enseñamos a nuestro hijo algo valioso para moverse por el mundo, no nos quedamos sin ello, al contrario, ambos nos quedamos con ese recurso. No pasa de una mano a otra, sino que se expande.
Lo mismo ocurre cuando un profesor enseña, no queda privado de su conocimiento, lo ha expandido, y es más, seguramente al exponerlo lo haya interiorizado más y haya reforzado su memoria y capacidad de síntesis. Tampoco queda más lejos cuando un médico cura y a su vez toma conciencia de cuán importante es la salud y de lo reverente que es cada cuerpo humano. ¿Y qué decir del que cumple un servicio de entrega? El repartidor no pierde la mercancía, gana en utilidad, sus brazos sirven para llevar algo de un lugar a otro y sigue conservando su capacidad de repatir, aún más, porque adquiere pericia, fuerza, eficacia y competencia. Refuerza la idea de la intermediación, hace de puente, mueve una energía de un sitio a otro con su desplazamiento, encarna el acto de reparto.
O sea, lo que das, te lo das. Verás que en todo lo que das, te lo estás dando y lo puedes comprobar, porque te viene de vuelta, lo recibes. Y claro, esto también funciona de la siguiente manera: lo que recibes te da la medida de lo que has dado. Y aquí solemos encontrar un escollo de entendimiento:
—Pero si yo que soy buenísimo y no paro de ayudar y de repartir me llevo ingratitudes y malos modos. A veces, más reciben, más quieren…
Cuando esto no se cumple, es que hemos dado sembrando deudas. Es decir, que más que un acto de ofrecer, a veces, sin querer o ser conscientes del todo, hemos adelantado el gesto porque en verdad estamos en modo reclamo. Por ejemplo, quiero conseguir algo y yo sé que si hago tal cosa (voy a hacerle la compra a mi madre, asisto al cumple de mi cuñado, le doy sexo a mi pareja, complazco a mi hijo) voy a conseguirlo, aunque no me apetezca y no lo haga desde mi voluntad, sino desde mi expectativa porque hacer eso me da legitimidad para luego cobrármelo o exigirlo (que me prefiera sobre mis hermanos, que me invite el finde a su barco, que no me deje por otra, que calle durante un rato). Y cuando en verdad hacemos «préstamos» camuflados de actos voluntarios… llegan las decepciones, los reproches… Y eso nada tiene que ver con el otro, tiene que ver con nosotros.
Si has llegado hasta aquí, vamos a ir un paso más allá… Cuando alguien te hiera, no mires hacia esa persona, mírate a ti, mira hacia dentro. ¿Dónde me hiero yo? ¿Dónde no pongo ese límite? También puedo buscarlo afuera, pero no señalando, sino descubriendo donde tú hieres. ¿Dónde hago yo eso? ¿Quién es el destinatario de mi dolor?
El Universo no entiende de medidas ni tiempos, esas cosas las construimos los humanos porque es nuestra única manera de darnos explicaciones comprensibles a nuestro cerebro de animalito mamífero homo sapiens. El Universo no sabe si la ola alcanza un metro o doce y si eso es una barbaridad o una anécdota, ni para quién… Así que únicamente basados en el acto en sí, un acto agresivo es nocivo, ya sea un insulto o un empujón. Lo de que sea mucho, poco, pasable o intolerable, es cosa nuestra. Podemos lanzar cosas hacia fuera y que nos venga devuelto magnificado o minimizado. Cuánto más agrandes tu consciencia, más detalles percibirás y menos pruebas precisarás para detectar el amor o el dolor.
Cuando descubrí todo esto, crecí en libertad. Si bien también acrecentó mi acojone. Soy la creadora de mi vida, de mis gafas, de mis varas de medir, de mis tolerancias, de mis dolores y de mis amores. Buena noticia. ¿A qué voy a dedicar el resto de mi existencia? A crearme un mundo maravilloso, donde sabré que si me amo y me cuido y me responsabilizo, eso mismo obtendré de ti y tú de mí.
Hablando de espejos, Borges escribió algo interesante relacionando los espejos y la cópula:
https://imagoestinaqua.blogspot.com/2019/07/borges-tlon-uqbar-orbis-tertius-magos_4.html
E Ítalo Calvino vinculó los espejos con el pensamiento:
https://imagoestinaqua.blogspot.com/2019/01/mc-escher-naturaleza-muerta-con-espejo.html
Incluso yo me atreví a escribir algo:
https://www.blogger.com/blog/post/edit/preview/8028574274173750143/8778878453834283428