Venía de una estupenda comida convocada bajo una estupenda mujer que invita a otras estupendas mujeres y a esta escribana para hablar de temas de interés para nosotras, las mujeres. Algunas con brillantes trayectorias y magníficos cargos, otras con normalidades heróicas, pero todas bien formadas, bien vestidas, bien avenidas, bien lucidas y bien dispuestas. ¿Se podría decir que bien satisfechas? Yo hablo por mí y no, no soy una mujer satisfecha.
Si por satisfecha se entiende que por estar cómoda en mi sofá arropada por mi manta bajo un cálido techo mientras leo, veo o converso tras una cena escogida ya debo pensar que todo está conseguido, pues no, no soy una mujer satisfecha.
Si por estar satisfecha se entiende que como no sufro cruelmente en mi cuerpo y mente las discriminaciones de género porque tuve la suerte o voluntad de ser independiente y ser capaz de tomar decisiones propias sin tener que contar con consentimientos paternos o maritales debo suponer que las demás también disponen de estas oportunidades, pues no, no soy una mujer satisfecha.
Si por satisfecha se entiende que porque unas leyes en un papel digan, porque algún anuncio publicitario pionero sugiera, unos escogidos textos difundan o unas minoritarias empresas entiendan que ya hemos conseguido la plena igualdad y para muestra que se vea que las mujeres compran coches y que los hombres se depilan desde los tobillos al cuello, pues no, no soy una mujer satisfecha.
Y no consiste siempre en luchar, consiste a veces en no rendirse.
Ambiciono un mundo más justo, una mayor integración social, unas relaciones más plenas donde hombres y mujeres alcancen mayores cotas de libertad y dignidad. Ante lo que me rodea, por muy amable que sea mi estampa, no puedo sentirme satisfecha. Valoro los avances, me congratulo de los logros, pero no, no soy una mujer satisfecha.
Es más, creo que cuando el ser humano se sacia de conocimiento, amor y bienestar, su evolución se para. El mundo se hubiera detenido si nos gobernaran unos satisfechos. El mundo no hubiera llegado a donde hemos llegado si los habitantes al unísono se hubieran sentido satisfechos.
Así que no, no soy una mujer satisfecha, me mueve, me motiva y me impulsa lo que puedo alcanzar yo misma y lo que pueden alcanzar los demás. Podemos mirar para otro lado un ratito para enfocarnos en nuestro ombligo, pero por obviar realidades no las hace desaparecer. Y las realidades no son puntos de vista diferentes.
Ver como alguien tiene hambre, hambre de comida, de acceso a la información, hambre de libertad, de reconocimiento, de independencia, de justicia, de identidad, de voz… El hambre es hambre, aquí, en África, en Japón, a los 5 y a los 63 años. El hambre de esas cosas se ve, se nota, se palpa…
Podemos interpretar la intensidad, la forma de comunicarlo, las prioridades y un sinfín de parámetros, pero el hambre es hambre y no sólo nutrimos el cuerpo, también el alma.
No suelo pagar deudas ajenas, pero es que no lo siento ajeno. ¿Cómo puedo estar satisfecha sabiendo que a mi alrededor, conmigo, con mi hija, con mi amiga, con la señora que cruza la calle se nos dan situaciones de desigualdad por género? Claro que saber requiere de cierta toma de consciencia y eso es un acto de voluntad…
Si estamos tan cómodas y satisfechas que no somos siquiera capaces de darnos cuenta de creencias, prejuicios, estereotipos, presiones y condicionamientos acerca de lo que se espera de un hombre y de una mujer es precisamente gracias a unas insatisfechas que se obstinan en seguir mejorando el presente para un futuro mejor.
Mujeres insatisfechas que no dan las cosas por sentadas, que siguen conquistando espacios vedados porque la historia nos estrella en la cara una y otra vez que lo conseguido hoy se puede perder mañana. Así que no, no soy una mujer satisfecha.
Si me siento afortunada por los derechos que disfruto o por las situaciones que he conseguido vencer es porque he conocido la impotencia del trato injusto institucionalizado. Si cada día me siento más a la par con mis congéneres masculinos es porque he conocido la falta de respeto y la humillación socialmente consentida sólo por el hecho de ser mujer.
Cada vez nos parece que los vestigios de una sociedad basada en la desigualdad y la reclusión en la estricta esfera privada de la mitad de su población se van extinguiendo por sí solos, pero es ilusorio. Son más nuestros deseos de que así sea que la realidad.
Volví a mi cálida casa, a mi cómodo sofá… y sigo estando insatisfecha. Y espero estarlo toda mi vida o por lucha, o por no rendirme o por mero agradecimiento.
A la sombra mullida y arañada de sol
recostada en el tronco de un naranjo
inundada de perfume de azahar
muerdes el fruto y unas gotas
de su zumo bajan por tu piel.
No, Laura, no es el azar.
Graciaspor tu comentario.