Ya sé que con este título hay quien se frota ambas manos entre sí pensando que voy a relatar como en mi última novela, una escenita de sexo, aderezada en este caso con plásticos y metales de por medio. Siento desilusionar, la cosa es más cotidiana Y por si esta aclaración no bastara, añado que está a la orden del día de todo negocio de servicios que se precie. Creo haber despejado dudas de a qué me refiero: a los robots telefónicos de atención pública en modo post-prestación de servicios.
No voy a citar la empresa, aunque sí se dará por aludida, porque supongo que tiene a gala que te asigna un numerito de seguimiento para que te quedes contentísimo pensando que todo buen robot lo pueda seguir y te dé el mismo mensaje grabado en inglés, alicantino o castellano, estés donde estés, te pase lo que te haya pasado y sea la hora que sea del día que tienes ese problemilla que por supuesto, no tienen previsto.
Contraté un servicio de mensajería y paquetería urgente y pagué los eurazos que figuran en la tarifa… por gusto. Pues mira; sí; voy a pagar cinco o siete veces más por enviar un papelito a otra ciudad, porque estoy espléndida. ¿Que va a ser importante…? ¿Que va a apremiar que llegara ese papelito antes de una hora determinada…? ¿No me ha visto la cara de tener ganas de contribuir exclusivamente al saneamiento de su economía empresarial? ¿Mis intereses o necesidades? Puro capricho, impaciencia súbita que le llaman.
Imagino que el target de clientes que contratamos ese servicio es de los que nos trae sin cuidado ni cómo ni cuándo llegue… Y es obvio que damos los móviles de quien envía y de quién recibe únicamente por hacernos los interesantes… por si luego queremos intimar con el mozo de almacén, no más… ¿Imprevistos? ¿Eso existe? Naaa… Estamos hablando de un mundo perfecto, que todo sale programado conforme el discurso grabado del robot.
Dejé que mi impertérrito interlocutor me repitiera con perfecta vocalización,, hasta cuatro veces la información de que mi paquete había intentado entregarse dentro de esa franja horaria. Y si en verdad grabaron lo que yo estaba diciendo, les doy permiso para que lo publiquen y así cuando me venga otra vez un ataque de loca impotente, me ahorre el mini discurso socorrido reducido a una corta exclamación, que tanto dicen que daña nuestra paz interior.
El robótico mecanismo utilizado para atender al cliente hizo gala de su gran función de existir: espantar reclamaciones y soluciones a imprevistos surgidos.
Hace tiempo que me niego a repostar en gasolineras donde me toca a mí pringarme las manos y las células olfativas, así como elegir sandías y melones en verano sin un asesor de dulzor y frescura. Este mundo dirigido al autoservicio me parece una tomadura de pelo tremenda. Yo creo que encierra la solución fácil y nada educativa a nuestra deficiente comunicación interpersonal. En el fondo somos unos zulús de cuidado y para evitar preguntar y exponernos como seres dudosos e indecisos, hemos bendecido las compras sin dependiente.
«No, si yo sé lo que quiero». Engañoso. Te pierdes mucha información nueva y te aferras a tu idea preconcebida. Uno de los mejores ejemplos de esto fue descubrir en un estudio de no hace mucho, que un enorme porcentaje de mujeres no escogían adecuadamente su talla de sujetador. A los hombres no les pasaba esto con su talla de calzoncillos. Pero es porque mayoritariamente se los compraban «ellas», ¿a ver qué se habían pensado estos?…
«Quiero que me dejen tranquilo». Ya. Y por eso, el mayor disgusto que te agarras en un comercio es cuando el personal te ignora completamente.
Cada día lo tengo más claro, las empresas que se van a dedicar al verdadero lujo van a ser las que utilicen ánimas para atenderte. Los robots, el silencio, los mensajes gravados, las dudas resueltas por un cuestionario de frecuentes y «reclame a Dios cuando se lo encuentre de frente en el pasillo de su casa», arrasarán entre el resto de la vulgar tienda global.
Es asombrosa y admirable la capacidad que han desarrollado algunos profesionales para no ver al cliente. Destacan sobremanera -y yo supongo que es una mera adaptación darwinista para sobrevivir en un ambiente hostil- los camareros. Algunos pueden pasar diez o quince veces frente a tí, a pocos centímetros de distancia de tus frenéticos gestos y sonidos de llamada, proporcionándote la maravillosa aunque escasamente valorada sensación de la invisibilidad o de su estadio superior, la inexistencia. En los entierros se hace una referencia a este fenómeno cuando se dice «no somos nadie». ¿Cómo? ¿Que esto sólo me sucede a mí? Huy, huy, huy.