Discurren malos tiempos para la equivocación anónima, desapercibida, caduca y reducida. Y quiera el entendimiento que no hablo del miembro al que ahora me referiré, cuyos atributos no requieren mis opiniones, pues a la vista quedaron…
La anécdota llegó en forma de mensaje de WhatsApp. Sí, ese programa infernal que los mismísimos diablos crearon para contemplarnos a los humanos cual bufones de su corte.
Érase una vez un numeroso, heterogéneo y variopinto grupo de WhatsApp reunido bajo un fin común conviviendo con otros múltiples fines dispares. De vez en cuando, para alimentar el regocijo de los mencionados traviesos diablos, un demagogo mensaje político, un meme sin gracia, un desafortunado comentario machista o una foto ultramanida traída como novedad, irrumpe en la semana, día u hora, que, como quiera que los allí aleatoriamente reunidos somos gente de bien, y como se apreció, algunos de buen ver, pues dejamos correr…
Tenía que pasar. En tiempos revueltos de huevos y chistorra, una mañana te desayunas con una imagen. ¡Ding! anuncia mi móvil indiscreto rompiendo la quietud matutina. La imagen todavía borrosa por no haberla descargado me quiere confundir… No, no es posible que el espadachín que lo ha enviado tenga a bien desenvainar su arma y exponerla para esta pública presentación… No, hombre, no, debe de…
Una vez despejada la niebla de la imagen, no queda lugar a dudas: se ha equivocado de destinatario. ¿Y ahora qué?
Llega la primera pista de por dónde van a ir los tiros. Una mujer del grupo envía el emoticono ése de sorpresa donde los ojos parecen salirse de su cuenca. Supongo al resto, como yo, testigos mudos de cómo va a salir el mensajero de ese profundo charco. Cruzo los dedos para que se le ocurra… y no, se mete en el charco sin botas removiendo incluso el fondo con los pies.
«Quería mandar un chiste y se me ha colado» contesta a bote pronto. Es obvio que a la salida no le falta ingenio, propio de su conocida persona, así que aunque la imagen no deje lugar a chascarrillo alguno, admitiremos cagada como animal de compañía y pasaremos página del suceso. Se despierta mi expectación para que se le ocurra… y no, ahora decide revolcarse en el charco todo él y además embadurnase hasta la cabeza.
«Es una foto que menos mal que no es mía» escribe su aterrado subconsciente por el gazapo cometido. ¿Ein? Hasta el momento se podían admitir mentiras piadosas, pero… ¿esto? ¿Qué clase de fotogalería tiene en su móvil? ¿Acaso quiere decirnos que tiene una colección de obeliscos ajenos? ¿Cómo es esto?
Me percato que sigo contemplando la pantalla esperando que alguien rompa este silencio incómodo, mientras en vano pongo mi matutina mente perezosa a echarle un capotazo en la faena a librar. Pero no hay caso, el torero, no teniendo suficiente con el charco y sus empapes, cuelga el cartel de «Sí, estoy hasta arriba de barro ¡fuera de mi ciénaga!», apoderándose dramáticamente del espectáculo creado. O lo que es lo mismo, abandona el grupo del WhatsApp.
En estas solitarias circunstancias donde dejó a su expuesto representante, pocos gabinetes de comunicación saldrían airosos aún siguiendo a pies juntillas el protocolo que figura en el manual premiado. A mí, que con las pifias ajenas me entran agudos ataques de respeto, borré ipso facto las credenciales de este singular embajador y tan sólo dejé los comentarios de su ilustre soberano para analizarlo como caso típico de gestión de la crisis.
Que conste que no en todas los chances en que libró su corta batalla fueron desaconsejables, pues es de destacar la rapidez e iniciativa en la maniobra, pues con ello evitó que su autor tuviera, no sólo que buscar argumentos ex novo, sino además contestar las más torpezas que se nos hubieran ocurrido al resto. Ahí tuvo su punto, en no posponer el inevitable encontronazo.
Varias estrategias se me ocurren, desde el humor, incluso inventando ese preludiado chiste. Las súplicas de no mancillar más su honor en plan Calimero. Incluso la asunción de los hechos provocando al resto de valientes a la comparación con imágenes falsas, retocadas o reales coladas. También proponerse como líder del auge de la testosterona o alzarse como macho alfa y cambiar la foto del grupo. Pero nunca jamás tomarse estas cosas con la seriedad y trascendencia de la que en verdad carecen, señalar para otro lado o a otro posible miembro y sobre todo, desaparecer del escenario porque te priva de ver que sus consecuencias no son tan graves como tu cabeza te monta.
Bueno, venga, somos adultos los del grupo, además esa misma noche habíamos quedado todos y allí con dos cervezas distenderemos el error, le daremos la enhorabuena por su buena salud y prometeremos no sacar el tema cada cinco, perdón, cada siete por treinta y dos durante el próximo trienio, y listos. Mas ya adelanto que no se presentó al evento y aunque lo tomamos a chanza, todo fue con cariño, pues a ninguno nos gustaría estar en su lugar y nadie nos priva de ser nosotros la próxima víctima de nuestras equivocaciones.
No quedó ahí la cosa, pues efectivamente, en toda gestión de crisis caben varias soluciones y también su rectificación sirve de ejemplo. Casi a las 48 horas siguientes regresó al grupo, se disculpó por su reacción (que no era necesaria su disculpa, dicho sea de paso), aclaró los hechos y lo que más le admiro es que expresó el mal trago que había pasado y que no iba a permitir que este incidente alterara lo que teníamos. ¡Olé! ya me gustaría a mí que muchas personas y empresas salieran de sus charcas más limpios que como entraron.
Estimada Laura
Como me dedico a coleccionar «torpezas», me ha parecido muy buena la que tu comentas.
Me gustaría que me dieras permiso para poder utilizarla ( evidentemente citando a la autora) si tengo ocasión de hacerlo.
Hay que aprender a reirse de si mismo. Nadie es perfecto. Personalmente hubiera aclarado que dicha imagen la acababa de recibir en otro chat de uno de esos amigos impresentables y por error la transmiti a este otro chat en lugar de borrarla. Pediría perdón y pasaría página. Coser y seguir cantando.
Es una gestión a posteriori Enrique, pero valiosa. Yo también me la guardé porque lo mío da para más anécdotas 🙂
Tu salida me parece buenísima, la guardo, la guardo. Sobre todo porque ¿a quién le interesa la verdad cuando cada uno cree y quiere creer lo que ya ha sentenciado?
La verdad. Me vienen a la cabeza varías meteduras de pata propias y ajenas, y esto confirma tu premisa de que watsapp es un arma de relojería. A mí la única manera de controlar esto me parece la prevención. Lógicamente, la más drástica es ser un apestado social prescindiendo de la aplicación. Otra, usarlo con mucha cabeza y mucha prudencia. Como si se tratase de un Winchester cargado.
Hay coches que tienen un dispositivo según el cual cuando el conductor entra con un par de cervezas, inmovilizan el motor. Debería haber smartphones que bloqueen aplicaciones cuando esto ocurre.
Pero nada de esto responde tu planteamiento. Sin duda, la postura que me gustaría adoptar si esto me ocurriese, es la de disculparme, pedir al grupo que obvie y borre la imagen y molestarme en llamar personalmente a los más allegados del grupo para decirles que lamento mucho haber cometido ese error, y que no estoy viviendo un momento divertido precisamente, pero que lo importante en mi error ya no soy yo, sino las personas a las que aprecio, y de ahí la llamada.
Espero que nunca me toque saber si estaré a la altura.
Muy acertado Alejandro, tomo nota.