El reino de los ofendidos

Creo que lo acaban de subir a categoría de profesión: la ofensa. Tiene su metodología propia, requiere de ciertos talentos y sus réditos comienzan a ser cuantiosos. El inconveniente es que se nutre de fuentes externas y te acaba convirtiendo en un ser dependiente, cual vulgar vampiro, al acecho de víctimas inocentes que expresan sus pareceres, como si tuvieran derecho a ello. Así, sin anestesia ni preparar al personal, atreviéndose a opinar o mostrar sus propias ideas sin pedir permiso a los ofendidos.

Ya vaticinaban por ahí que acabaríamos pagando dinero por beber agua, como si ya no fuese un hecho constatable, o quizá por respirar. Bueno, esto último ya va siendo un artículo de lujo sin filtro de por medio… Pues acaba de llegar nuestra última trending topic restricción: no ofender. Advierto que hay peajes por este motivo, que despluman a mucha gente.

A quiénes o a qué es algo que quizá te preguntes, pero como otro de los grandes enigmas de la humanidad, sin respuesta clara o certera. Einstein ya no está entre nosotros para arrojarnos más luz acerca de la relatividad de las ofensas, los ofensores y los ofendidos. Deberemos esperar otro lustro más para que la física caótica siente las bases:

  • No ofende quien quiere, ofende quien ni pretende.
  • Hazte el ofendido, que algo queda.
  • Cría una ofensa y échate a dormir.

En fin, que conforme cuantas más alas tenemos para opinar, más jaulas creamos para impedir los vuelos. Entiendo que la injuria, el insulto, la mentira o la tergiversación pueda ser replicada, pero hemos llegado al punto de que la simple descripción de las cosas o el disfraz humorístico choca contra habitantes de pieles muy finas.

Soy partidaria de tratar a los adultos como adultos, no como niños a los que haya que azucarar todas las bebidas para que no protesten. Tenemos tantos días del calendario como colectivos con derecho a ofensa por agravios presentes, pasados, futuros, imaginados, marginados, inventados, en alza o en desuso. Por temas tan variados como las lenguas, los tonos de las mechas, las pulseras con banderitas, los gustos en la cama, los patrones de las toallas… Antes tenías apenas tres básicos tabúes para no meterte en charcos: religión, política y fútbol. Ahora la Gestapo del Twitter rastrea noche y día uniones de consonantes para aplicarte correctivos.

Sin duda, por ello la música de los 80 no solo no pasa de moda, sino que nuestros jóvenes las versionan. Sus letras son de lejos, mucho más disruptivas que esos nuevos raperos que hasta yo escucho emocionada: ¡¡Entienden de empatía!! ¡¡Hilvanan conceptos espirituales!! ¡¡Hablan de conexión!! De verdad, algunas son para saltarse las lágrimas. Yo asemejo estas nuevas canciones de buenos propósitos, con aquellos rancios cánticos de las catequesis de antes. Y es que, claro, me imagino a sus managers sentados en sus despachos leyendo las letras en voz alta delante de un abogado, un periodista de Tele 5, un hater profesional, un «cuñao» y dos o tres representantes de minorías victimarias para ver si pasan el filtro.

No solo es que cercenen la creatividad de cualquiera, es que sin pagar nóminas ni honorarios, te aseguras censores de prestigio. Ejercen su liderazgo en la sombra, pues te sirven de ejemplo y los tienes presente en cualquier acto de autocensura. ¿Que se te ha olvidado? No te preocupes, los ofendidos no descansan ni en festivos y se prestan siempre dispuestos a que vuelvas al redil de lo políticamente correcto de manera pública y «escarniosa». Hombre, no te quepa duda de que ellos, en esas ofensas, exponen sus temores, sus carencias y complejos, pero es de todos sabido e interiorizado que la responsabilidad de sentirse ofendido recae sobre los demás, y no sobre el que siente…

Hasta la RAE, en su confusión de percepción, lo define como herir el amor propio. A ver… Ofenderse es herir el amor propio; ofender, en todo caso, será herir el amor ajeno. Y señores míos, eso no se puede herir sin que te den permiso previo.

Siempre he pensado que los ofendidos son seres dependientes de la aprobación de los demás y cuando no la consiguen, la fuerzan. Prefieren moverse en la falsedad e hipocresía, antes que aceptar que hay personas que piensan diferente, o carecen de empatía o simplemente adolecen de las grandes dotes y virtudes que profesan los ofendidos para con la humanidad. Les encanta revolcarse por el barro de sus vergüenzas y a la mínima que alguien menciona un feo o lanza un dardo, ellos lo cogen para sí. En verdad muestran un alto grado de egocentrismo, pero… querido lector, con el Ego hemos topado.

2 comments

  1. Encontré hace tiempo una cita que me gustó mucho y puede tener relación con esta página:

    «La indignación moral es la estrategia tipo para dotar al idiota de dignidad». Herbert Marshall McLuhan

    Pero no he conseguido averiguar en qué libro está.

  2. Laura Segovia

    Debería ser de obligada lectura 🙂

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *