No me he podido mostrar como yo soy. Y si me preguntas te digo con una sonrisa que todo está bien, que yo esto bien. Y no… no estoy bien. Y no todo está bien… Aunque lleve derrumbes internos, no me permitiré mostrar ni mota de polvo de escombro. Apretaré la mandíbula, erguiré mi cuello y mis hombros rectos te mostrarán un rascacielos inexpugnable.
Mi herida de injusticia tapará mi otra más profunda, honda y dolorosa (http://laurasegoviamiranda.com/el-rechazado/ ) Y así aplastaré cualquier atisbo de rechazo en los demás. Me haré perfecto, me construiré un personaje ideal, tan ideal, que ni sienta ni padezca…
Mi desmesurada sensibilidad quedará enterrada por capas de optimismo, de risas y risas, de frialdad ante los ataques, de seriedad ante la navegación de este mar de lágrimas y así, poco a poco, es como llegué a desconectarme de mí para no sufrir.
Ceñiré mi estrecho, modelado, proporcionado y explosivo cuerpo por la cintura. Mi talle corto, mis redondos glúteos, y en algunas ocasiones mi tez y ojos claros, mi mirada brillante y mi porte tieso te dirá sin palabras que te mantengas a distancia para no perturbarme, pues si me emociono… me pierdo y corro el riesgo de quemarme, pues a nada más temo que a la frialdad y la indiferencia.
Te podré parecer estricto, riguroso, exacto, pedante, salomónico, pero no me queda otra. No quiero parecer injusto en el trato. Y no es que mida quien aporta cinco o diez, es que si me das más que a los demás, me voy a sentir mal. Si me das de menos, también. Y si siento que lo que recibo no me lo merezco, porque casi nunca llego a mi ideal de perfección, no querré nada de nada. Ni de ti ni de nadie.
Me costará aceptar elogios, donde los esquivo al salón de restarle importancia. Eso sí, si me pillas en un renuncio me justificaré con toda la carga que pueda. ¡Imperfecciones a mí! No daré mi brazo a torcer para no reconocer que lo que he sido estricto con los demás, no lo pude mantener en mí. Y así me va…
Me dolerá el cuello, el hombro, el codo, las rodillas y las contracturas aparecerán regularmente. Mis problemas en la piel alejarán a los que me puedan dañar. Mi estómago e hígado de vez en cuando me darán toques de atención para que gestione toda esa ira que retengo hacia mí. Pero no la notarás más que en mis comentarios ácidos, en exigencias y críticas. Al resto, la tengo calmadita tras un «sin problema» que pasea por mi interior como mi temperamento: vivo y dinámico pero agotado.
Por favor, no me invites, no quiero sentirme deudor. No me prestes tu ayuda ni insinúes que la necesito, porque la negaré, la rechazaré y en más alto muro me convertiré.
A pesar de mi vigorexia, que me hace ser intolerante con los que yo considero vagos, flojos, gordos, indisciplinados, desorganizados y laxos de normas, negaré que me duela algo, que esté enfermo, que preciso asistencia. Me jactaré de no tomar medicinas, ni hacerme chequeos, ni precisar asistencia médica. Cuando acuda… ya será muy tarde.
He desarrollado estrategias inconscientes que acentúan mi infelicidad: el autosabotaje cuando las cosas me van estupendamente. ¿Cómo voy a ser merecedor de esto? Ni me ha llevado sobresfuerzo ni tiene la calidad ni la semblanza de. Y la comparación, que me hace devaluarme y rechazarme por otros a los que considero más perfectos y mejores que yo.
Cuanto más ahínco pongo en controlar que las cosas sean justas y equilibradas, más se vuelcan en un extremo de la balanza y entonces estallo acusando, exigiendo justificaciones de los demás y si tengo que exagerar para que se aprecien bien las incorrecciones que se han cometido y que perjudicarán a los demás, pues exagero.
Quizá lo más destacable sea mi dificultad para dejarme amar y demostrar mi amor. Generalmente pienso demasiado tarde que debería haber llamado, haberle mirado a los ojos, haber apretado su mano, confesar que… Me prometo que a la siguiente vez lo haré, a la siguiente vez… ¿Cómo puedo pasar por una persona fría e insensible? Si yo… a la siguiente vez…
Y cuando ya no soporte más este palo que me atraviesa y mantiene rígido por dentro y a la vista de todos, me dejaré observar por los demás sin artificios. Cuando me atenacen sentimientos de juicio, ofensa, comparación o reproche hacia mí, me contemplaré con indulgencia. No buscaré la perfección, aunque la prefiera. Apreciaré la belleza, pero no la esclavitud de la apariencia. Me explicaré regodeándome en la comunicación que transmite no solo ideas, sino sentimientos y ricos matices de mi mundo interior.
Sentado a la puerta de mi estéril cárcel donde ayer moré, recompongo los trocitos de mi corazón y lloro emocionado de recuperarme, pues aquí estoy dichoso de encontrarme ánimos que comparto con personas a las que amo y por las que me dejo amar.