Hay muchas pequeñas frases que llevamos de estandarte sin darle la tremenda importancia que tienen. O bien las hemos escuchado literalmente o bien las deducimos de actos que observamos. O quizá algo más terrible, bajo esa frase nos han tratado y la convertimos en una verdad absoluta que asienta en el fondo de la mente para que sobre ella se construyan otras que dan coherencia a nuestra actitud y comportamiento, validando constantemente su certeza.
Esto me lo he creído, y todavía si me doy la vuelta rápido, noto como su sombra se esconde detrás para que no la pille. Pero está…
Cuando era chiquita, no sé qué día, aprendí que al escoger, había que hacerlo por tener cabeza, inteligencia, cultura, conocimiento. Ni dinero, ni poder, ni comodidad, ni éxito social, ni belleza, ni gracilidad. Al primar algo, se primaba la inteligencia. Pero no cualquier inteligencia.
Eran tiempos en que Gardner y sus múltiples inteligencias todavía no habían contribuido a redondear La Tierra. Vivíamos en planicies. Así que al valorar algo en mi casa, había que valorar la inteligencia lingüística, matemática, académica… O todo lo más, una inteligencia emocional camuflada de agudeza. Eso sí, envuelta y aderezada de inquietud por el arte, la filosofía, la literatura, la historia, la música, el cine, la política, etc.
Claro, con ese panorama ¿qué hace una chiquilla? Pues estudiar, sacar buenas notas, leer. ¿Y una adolescente? Lo mismo, más lo contrario y probar… ¿Y una joven? Valorarse y valorar a los demás por lo mismo que me valoraban a mí.
Por ejemplo, íbamos por la calle mi hermana y yo con mi padre y cuando pasaba una chavala guapa y bien plantada, mi padre nos miraba y nos decía con una sonrisa de orgullo: pero vosotras sois listas. Y esto supongo que nos lo decía como consuelo. Y yo veía a mi hermana, cuatro años más alta y bella que yo y no entendía nada…
Somos listas ¿pero no guapas? Ah, claro, que hay que elegir, no se puede tener todo: o cabeza o belleza. Obvio era que escogíamos la cabeza, como las gambas, sin despreciar el resto, pero… Así comprendí y asimilé que como no se podía tener todo, esto era un gran piropo, pues habíamos optado por lo que más primaba.
Hasta que me harté. Quiero valorar mi parte coqueta, mis caderas y las uñas de mis pies. Quiero valorar al que salta lejos, al que canta sin desafinar, al que se peina y huele a limpio. Quiero valorar tus manos, los ojos que brillan al contar un cuento y las sonrisas que me atrapan. Quiero eso también y no voy a dejarlo atrás.
Quiero sentirme sexy. Y lista. ¿Y por qué optar y escoger? Lo quiero todo. Se puede. Lo que creemos está en nuestra mente. Pues sentirse no tiene que ver con nada de fuera, está dentro. Y opto por creerme que puedo tenerlo todo.
SÍ. Puedo tener familia y libertad. Puedo tener pareja y seguir siendo yo. Puedo trabajar y al tiempo dedicarme a mi pasión. Puedo jugar y comprometerme con las reglas del juego. Puedo llorar y ser dichosa a rabiar. Puedo ser buena besando y ser buena razonando. Me puede ir bien el viaje y cuidar mi jardín. Puedo crear soluciones y enlazar un problema tras otro. Puedo ser yo y ser aceptada tal cual.
Puedo tener amor y dinero y salud. Y no tengo que escoger. Porque puedo tenerlo todo. Puedo no renunciar. Puedo tenerlo todo. Tan solo porque me propongo que sea posible. Y luego lo hago posible, o no. Pero sí se puede tener todo. Y desde esta nueva visión, el mundo es un lugar maravilloso lleno de oportunidades donde elegir y no un agujero negro que engulle deseos renunciados.
Encantadora y asincrónica referencia a Gardner. ¡Ah, la gran Ava Gardner!
Pues mira que admiro el cine… Será por eso que me sale… Qué gran idea, gracias!!