¿Qué era del conocimiento? ¿Cómo que estamos en la era del conocimiento? No, que va, es la era del emprendedor, y añado, sepa o no sepa. Yo veo un nicho ahí impresionante para las Escuelas de Negocio, no tanto Máster en Administración de Empresas, y sí más lo que a la gente le interesa: Máster en Emprendimiento. Si han conseguido convencernos de que aproximadamente el 99’95 % de las empresas son Pymes y de ellas, más del 70 % son familiares, lo que está claro es que quien necesita formarse es el propio empresario. Y digo yo ¿el perfil del empresario es ése que tiene una carrera universitaria con magníficas calificaciones y un perfecto Máster? ¿Es aquél que entiende de finanzas, que hace su estrategia en base a modelos establecidos y domina las nuevas tecnologías?
Me vuelvo loca encontrando respuestas y estadísticas coherentes, ya que por un lado está claro que sin una formación correcta, cometemos errores de consecuencias anuales que podrían haberse solventado en 5 minutos de reflexión; pero por otro lado, los ejemplos abundantes o mayoritarios de emprendedores de éxito carecían de esos atributos estandarizados. ¿Qué hacemos? Entonces llegan otros estudiosos de la materia y nos dicen que emprender es una actitud. ¡Acabáramos! ¿Y esa asignatura dónde viene?
Si nos cogemos el Diccionario de la RAE, en su primera acepción nos habla de emprender como acción de comenzar un negocio y puntualiza además que encierre dificultad o peligro. ¿La acción verbal en sí misma es una actitud? No me convence mucho, así que continúo leyendo hasta encontrar en las postrimerías del significado de la palabra algo relacionado con la actitud y… ¡voilà!: Tomar el camino con resolución de llegar a un punto. ¡Ésta sí me gusta! Lo malo es que si la cogemos literalmente, todas las mañanas que me dirijo de casa a mi despacho, me convierto en una emprendedora. ¡Ostras! y cuando voy al supermercado también… Aún así, me gusta más que la definición de emprendedor que viene en ese mismo Diccionario que habla de emprender (qué fallo definir con la definición) acciones dificultosas o azarosas. ¿Que por qué me gusta más la primera? Porque en la definición del verbo se introduce algo fundamental y es el destino, meta o fin, no sólo la acción, sin más. Y ahí, reside el quid.
Los gobiernos, incapaces de generar riqueza en base a puestos de trabajo tal como los modelos económicos de antaño venían haciendo, nos llenan de mensajes acerca de la panacea del emprendimiento. Que por un lado está bien, nos iluminan sobre las posibles salidas de nuestra habitación a oscuras para abrir puertas y lanzarnos al vacío, pero… ¿Nadie ha notado que ese verbo habla de empezar pero nada indica sobre continuar o mantenerse?
Pues sí, después de darle vueltas al tema he llegado a la conclusión de que efectivamente el fallo está en el nexo de unión entre la figura del emprendedor y el empresario. El emprendedor tiene dos grandes obstáculos: una, comenzar a actuar con dificultad y dos, orientarse a una meta. Pero además de ello, para llegar a ser empresario no basta comenzar, no basta abrir la puerta y lanzarse, hay que haber construido unas alas para volar porque el batacazo va a ser de órdago. Bajo estas premisas, no obstante, el mensaje gubernamental es válido: todos podemos emprender con actitud mas… no mantenernos. ¡Ah, se siente!
La empresa tiene como uno de los pilares la sostenibilidad, pero como hablábamos de emprender… nadie incurre en falta. ¡Quietos parados! ¡Que nadie se borre del MBA! Deberían poner un cártel en las entradas de Universidades y Colleges donde se diga: los que quieren empezar con actitud y ponerse a hacer cosas dificultosas o azarosas, por el pasillo verde hacia el aula del emprendedor. Los que ya vienen de ese pasillo o vienen de serie, hacia el azul directos al aula de la empresa, que allí los instruímos para dirigir, para trabajar, para sostenerse o simplemente para continuar aquello que emprendieron.