A veces es que nos confundimos mucho, o queremos sacar propio provecho sin contraprestación, o es que no tenemos ni idea. Corren malos tiempos para la calidad, lo veo venir…
Todos los actos generosos y altruistas que han llevado a magníficos profesionales a regalarse un poquito, para algunos se ha entendido como barra libre. Claro, será que a falta de bares abiertos…
El caso es que los que nos dedicamos a la formación, consultoría y procesos de transformación de empresas, debido a la imposibilidad temporal de la presencialidad, hemos intentado acomodarla con la tecnología para acercarnos. Y mira por dónde, observo como se toma con lo que antes ya existía y se conocía como webinars.
A ver… leer guías de viaje no es hacer turismo. Ver Master Chef no es aprender a cocinar. Los webinars se vienen utilizando como instrumentos de captación de clientes, como encuentros o píldoras donde algunos profesionales o empresas presentan o dejan ver sus servicios o utilidades. Como las muestras de crema. Suelen ser gratuitas y cuando interesa acortar el aforo, se exige un pequeño coste a modo de compromiso por reserva de atención.
Pero hay personas, que estoy empezando a comprobar que son los que no han recibido nunca una formación en condiciones, que critican en las redes que los profesionales de la formación y consultoría no hagamos cosas gratis y estemos sacando tajada… ¿Perdona?
Primero, que ni siquiera tenemos por qué regalar una conferencia. Ni tampoco grabarla. Y mucho menos difundirla y aguantar al personal que te convierte en su mono de feria porque está tan aburrido y ocioso encerrado en su casa que no encuentra más placer que mirar por el visillo de su ventana… Y encima pretende que tras 30 o 40 minutos que te escucha un trozo de tema (no da para más) juzgue toda tu trayectoria. Pero si ni siquiera muchos de los encumbrados músicos que vemos en Instagram aguantarían una buena crítica artística por un ratito de directo en IG si no supiéramos que son ellos…
En segundo lugar, los intangibles tienen valor. Y mucho. Ya sé que como no se llevan una caja a casa para ponerla en la estantería, los que prestamos servicios estamos abocados para cierta gente a ser prescindibles, como la inteligencia… A mí no se me ocurre ir a la panadería y exigir que en estos tiempos me regale unas rosquillas o me abastezca todos los días de un pacenillo de masa madre. Su… madre.
A mí me encantaría no tener que necesitar el dinero y trabajaría igualmente en lo que hago. Sin embargo tengo la mala costumbre de comer, iluminarme para leer, desplazarme, vestirme… Y esas cosas no me las sé proveer solita y parece ser que los humanos nos hemos dado un sistema de contraprestaciones por el que producimos o servimos. Y con ello, además, nos sentimos satisfechos y plenos por ser útiles y poner a caminar nuestros talentos.
No obstante, me gusta contribuir porque sí, porque me da la gana, porque así lo quiero y del modo, en donde y con quien quiero y comparto pautas y aprendizajes que he ido recopilando por la vida. Y tengo mi blog, y me tomo cafés, y mantengo llamadas, y me extiendo de mis horas contratadas, y tengo encuentros, y regalo mi tiempo, mi atención y mi conocimiento cuando yo decido. Y lo hago y no he de dar explicaciones a nadie. Como tampoco justificar lo que aporto con mi trabajo a una persona, a una empresa o a esta sociedad.
Me parece que cometemos grandes errores no remunerando el arte, la fotografía, la música, el periodismo… Observo que cada vez nos pasa más factura. Hemos preferido tener las cosas a nuestro alcance sobre lo que en verdad esas cosas nos reportan. Primamos el tener a costa del ser. Preferimos la representación de las cosas que la esencia de las mismas.
Está claro que en esta época la agudeza mental se observa en la capacidad que tienen las personas de valorar el fruto y no la pegatina que se pone encima para indicarte lo que hay debajo.
La habilidad de reconocer que lo importante es lo que buscas y no el medio para encontrarlo, me lo vislumbró el Derecho. Mi peculiar memoria no me permite hacer el rápido y despampanante «corta y pega» que observaba en otros compañeros de carrera y de oposiciones. Me diseñaron para relacionar conceptos, para casar destellos de información que captan mis sentidos. Yo lo llamo memoria selectiva, otros sesgo cognitivo, fijación interesada, «cajas de sastre»…
Siempre me ha costado reproducir las cosas tal cual los demás se expresan. Las ahora gracietas que ríen mis amigos y familia cuando me escuchan sílabas cambiadas o frases reinventadas, antes me suponían quebraderos de cabeza, sobre todo cuando quería memorizar tal cual un artículo de una norma o cientos de ellos…
Desesperada por creerme torpe cursando una profesión exigente en ese sentido, un día mi padre me trajo su bálsamo: «Los artículos siempre van a estar ahí«, me dijo con el Código Civil en la mano, «el valor de un jurista consiste en saber buscarlo de entre toda la maraña legislativa, encontrar lo que intuyes y aplicarlo a tu caso concreto.»
Y eso es y de eso se trata: ver lo invisible, escuchar lo no mencionado, llegar a captar el aroma… y hacer, remangarte y ponerte a ello. Una formación es hacer expreso lo que tu mente andaba intuyendo. Lo reconoces en la clase de un profesor, en la actividad prevista o en las conclusiones con el resto de los participantes y lo practicas. Recibes una crítica constructiva para mejorar aspectos y también para persistir en los aciertos. Te lo llevas contigo, lo haces tuyo, lo integras en tu día a día.
Esta es la finalidad de una formación o de una mentorización. No es quedarte deslumbrado de qué bien lo hace otro. No es aplaudir sus geniales ideas ni ser capaz de repetir lo que viste y escuchaste. La finalidad de una formación es aprehender con hache intercalada y esto no se logra en un ratito. No consiste en meterlo en el saco del conocimiento. El conocimiento en sí, no es valioso, se puede comprar. Todo lo que puedas pagar, en sí, no vale nada.
Lo que tiene valor es la sabiduría que adquieres, es lo que haces con ello, es lo que te transforma. Somos alquimia, los ingredientes, los conocimientos, no hacen nada si no se mezclan e interaccionan y forman, estallan, prenden, unen…
Ese intangible que te hace un poquito más sabio, no más conocedor, sino más sabio, es la formación.
*Nota al pie de la imagen de este post: La foto no es el paisaje