¿Cuántas veces nos pasa que estamos de cuerpo presente pero ausentes de mente? Yo dejé de contar, más bien tendría que hacerlo en esas escasas veces cuando ambos están alineados. Sí, sí, lo reconozco, estoy en la parra y no es que no pueda evitarlo, que va, es que me gusta estarlo. Eso de que es un gran defecto, una pérdida de oportunidades, una forma de no disfrutar el momento y bla, bla, bla, me lo sé, me lo sé de verdad, no se lo recomiendo a nadie… a nadie que quiera saborear esos mágicos instantes que la vida te ofrece, a nadie que disfrute con la contemplación del momento presente, a nadie que desee prestar toda su atención a la persona que tiene enfrente, y por supuesto, a nadie que vaya a coger un tranvía para ir a un destino concreto.
Eso es lo que me pasó el otro día, me subí a un tren de una línea diferente a la mía, que suele para unos tres minutos antes. Y mira que el cartel es bien grande, y que sabía que primero tenía que dejarlo correr para después subirme al correcto… pero yo no estaba.
Una de las explicaciones posibles para este suceso es el denominado círculo de la competencia.
Si partimos de que cuando interiorizamos un conocimiento o habilidad somos capaces de hacerlo sin estar del todo atentos como nos pasa con la escritura, la conducción, la práctica de un deporte y un sinfín de actividades que desarrollamos sin pensar más. Es lo que se llama la competencia inconsciente, ni siquiera pienso lo que hago cuando algo me sale muy bien, aquello de «me sale sin pensar».
Aunque ahora hay una metáfora que ha cobrado protagonismo, y es lo que los grandes maestros en predicar en grandes escenarios con focos potentes (lo que viene a ser el equivalente reciclado de viejas sotanas en antiguos púlpitos) insisten en que algunos viven con el piloto automático de serie, mientras que a unos privilegiados les dejaron el cambio de marchas manual y el volante «sensitive» para no perderse ni una.
¿Y todo este rollazo y mega explicación? Pues está claro ¿no? para justificar que iba chateando con el móvil y que no me fijé. Pero ha quedado como más científico. ¡Tonto el último que no encuentre razones para descargarse de sus despistes! Porque si te cuento que volví marcha atrás en esa línea para coger el enlace y que como estaba entretenida contando mi peripecia casi me vuelvo a meter en la misma línea equivocada, es para matarme ¿no?
Se ve que mi sistema de alerta frente a los peligros o toma de decisiones se queda en nada frente a un estupendo rato de ausencia. ¡Pobre! creo que mi capacidad de estar en el momento presente está en la ventanilla de reclamaciones para que le asignen a otra que le hago caso, marcando la casilla de no tiene remedio y yo así no puedo trabajar. Y es que hay cosas que me parecen absurdas prestarle atención. ¡Con lo chula que era la canción y a dónde me transportaba! ¿Y qué contarte de ese fantástico lugar irreal en que mantuve una irreal conversación con vos?
No dejaré de reconocer sin embargo, que por el camino me pierdo cosas, detalles… Me ha sucedido, que después de dos años pasando por delante de la puerta de una tienda, un día me paré en seco y la vi por primera vez. ¿Cómo es posible? me preguntaron los que iban a mi lado. No me era necesaria hasta ese momento, supongo.
Y así me muevo en esa dualidad, entre estar presente y estar ausente. Necesito de ambas, no me vale eso que esos grandes maestros dicen. ¿De qué alimento sino mis escritos? ¿Con qué material interactúan mis personajes de novela? ¿En dónde voy a buscar refugio para algunas insoportables realidades? La rutina ya no es rutina si no la escucho, si no la miro, si así no la siento.
Ahora es cuando me doy cuenta que si un niño no presta atención en clase es porque le parece mucho más interesante su mundo interior que lo que le cuentan. Que si como ponente no consigo captar al público es porque mi discurso no traspasa la barrera de la rutina. Que si como empresa su producto es ignorado una vez está en el mercado, es porque quizá no debiera haber salido de la trastienda de las ideas. Y también comprendo, que para muchas personas el mundo a su alrededor no merezca la pena ser visto con ojos de consciencia. Pero entonces se arriesgan a tomar el tranvía equivocado, a no descubrir esa tienda, a esa persona, esa circunstancia o esa oportunidad que siga enriqueciendo su mundo interior.