Nuestras parejas, o sus vacíos, son el termómetro perfecto para medirse la autoestima. Nuestras relaciones no hacen más que servirnos de espejos donde mirarnos. Es el lugar idóneo para encontrar respuestas acerca de nosotros mismos, lo que pasa es que nos solemos perder en el otro: que si hace, que si deja de hacer, que si no me, que si sí me, que si dice, que si calla, que si antes, que si espero… Ufff, un jardín inmenso, lleno de variedades autóctonas que no son nuestro hábitat. ¿Qué hacemos hablando del otro? ¿Qué hacemos atendiendo el mundo del otro? ¿A qué andar en los asuntos del otro? ¿Quién anda entonces en tus asuntos? ¿Quién te atiende mientras estás observando el comportamiento y la acción del otro? ¿Qué haces mirando fuera? ¿Acaso las respuestas las tiene el otro?
Lo sé. Inevitable. Es tan fácil comentar lo que acontece al de enfrente… Es más, creo que podemos extrapolarla al mundo Netflix. Hay quien ve tanta serie y películas, que se olvida de actuar en la suya. Nos convertimos en visionarios de vidas ajenas, cómodamente dejando el tiempo transcurrir sin mojarnos, cansarnos, comprometernos, decidiendo, equivocándonos, arriesgándonos… Antes se leía, al menos te daba culturilla y te curtía en gramática y ortografía, pero el caso es el mismo. Si nos puede la curiosidad de la vida de otros como ocio más demandado, imagina si encima tu vida te duele, tus sentimientos te embargan o tus pensamientos te agobian.
Nuestras parejas, o sus vacíos, nos informan de la salud de nuestra autoestima. De lo que consentimos, de lo que atendemos, de lo que expresamos, de lo que cuidamos. Mira a quien tienes delante. Mira la situación que tienes delante. Pero no para hablar del otro, sino para mirarte tú.
No es que tengamos lo que nos merecemos, eso es cruel, pues cualquier ser humano es merecedor del más alto amor soñado. Todos merecemos amor, somos dignos de ser amados. En verdad lo que tenemos es lo que creemos merecer. Y en esa creencia vale todo.
¿Creemos que no tendremos más oportunidad? Nos aferraremos a clavos ardiendo. Nos quemará las manos, nos marcará las palmas, nos desgarrará la carne, mas no estaremos solos. O mejor dicho, estaremos acompañados. Porque igual no encontraremos a nadie más. Porque soy feo, tonto, viejo, pobre, estúpido, ínfimo, incorrecto, insano, vergonzoso, erróneo… No, quizá no lo piense racionalmente ni lo verbalice en voz alta, pero por las noches mendigo amor, por el día me anulo para que otro sea feliz y esté contento y estaré esperando no sabré qué… Vestigios de lo que fui. Recuerdos de cómo me imaginaba. Pero ya es tarde, ya no es posible, no sé, no puedo.
Si acaso un día dejamos pasar una falta de respeto… Excusamos. No se dio cuenta, porque ¿quién soy yo? ¿Cuál es mi límite? ¿Qué se puede hacer conmigo? Si yo mismo no me respeto a veces. Y me digo cosas desagradables. Y cuando se burla de mí, son gracias y bromas y chistes y cosas sin importancia. Porque yo no me la doy. No soy digno de tomar en serio. Miro hacia otro lado y sonrío. Esquivo los puñales y como no atraviesan, no me siento sangrar. Como me hice corazas, todo es leve, liviano, superficial. De no mirarme, ya no me encuentro. Mi cuerpo se enferma, pero sin estridencias. Me mata a poquitos. Me enveneno a sorbitos. Permanezco en una relación insana, pero no mortífera. Si acaso exterminó mi ilusión, mis deseos, mis intimidades, pero… hace tiempo que dejaron de tener importancia. Porque yo no me la doy.
Tal vez he crecido en la idea de que amar es sacrificio, renuncia, postergación. Que atenderse y pedir e ir en pos de mis necesidades es egoísta, intolerable en mi círculo, inmoral frente a los míos y digno de expiar culpas. Entonces igual me da por vivirme en los demás. Todo el santo día pendiente de lo que mi pareja hace, come, precisa, desea, piensa, disfruta, le gusta… Tanto me desatendí, que comprendo que ya no me mire, no me desee, no me mime, no me busque, no me tenga en cuenta. Porque yo tampoco lo hago conmigo.
Y cuando nosotros estamos en una relación por miedo a no estar en ninguna otra, no amamos. No hay libertad, no hay elección, hay resignación. Luego, es de suponer que el otro, tampoco nos ama. Donde hay necesidad y apego, no cabe el amor.
Si no nos entregamos desde nuestro ser, siendo sinceros, honestos y transparentes por miedo a perder al otro, o que se enfade o que no le gustemos, no amamos. Si hemos vendido una versión que no somos, han comprado una versión que no somos. No hay amor, hay autoengaño y estafa. Luego, es de suponer, que el otro no nos ama, está, en el mejor de los casos, relacionándose a ciegas con un fantasma que hemos creado. Donde hay escondite y miedo, no cabe el amor.
Si acaso me pisan, me apartan, me invaden, me exigen… no es cosa mía. La primera vez. La segunda, sí. A partir de mi consentimiento, me convierto en cómplice de todo lo que me acontece en esa relación. Soy el 100% responsable de mí. De mí depende mi cuerpo, mi economía, mis hechos, mis logros, mi vida.
Cuando mires a los ojos de tu pareja, mírate. No le señales. Contéstate: ¿Qué me dice esta situación de mí? ¿En qué medida he contribuido? Para ser feliz, en pareja o sin ella, hay que tomar decisiones. Reprochar no es tomar decisiones. Criticar no es tomar decisiones. Una decisión conlleva una acción por nuestra parte. No es esperar que el otro haya tomado su decisión y actúe y según sea, yo así responda. Eso depende del otro, no de nosotros. No hablo de decidir en común el color del nuevo sofá, hablo de decidir cómo quieres amar y vivirte en pareja. Eso es una decisión personal y solo a cada uno le corresponde. Y además, puede variar en el tiempo. Y no es ni mala ni buena, es la de cada uno. Y es previa, durante y vigente, con independencia del otro. Porque el otro, no existe. ¡Uy! mejor me enchufo una de Netflix…