Teletrabajar en vida

Se crean más problemas añadidos cuando damos soluciones generalizadas a desafíos particulares… Teletrabajo, sí; teletrabajo, no.

No comprendo ese empeño en recalcar bondades de una posición a otra para convencer a quien no las encuentra. Cada uno tiene sus intereses, su manera de ser y hasta me atrevería a decir, su grado de madurez o fase vital que le hace ser más productivo, más feliz o más centrado en un ambiente que en otro.

A mí personalmente en un momento de mi vida me dicen que me quede en casa teletrabajando, y todavía hoy día me pillan en camisón sin haber terminado de leer dos párrafos seguidos de una demanda. De hecho, creo que todo lo que sé y ejercí como abogada, se lo debo a los demás, no a mi encierro conmigo misma. Entré joven, ignorante y hambrienta por relacionarme con personas que tan solo de contestarte la hora, ya me daban lecciones de negociación, pistas para argumentar y maneras de morderme la lengua y escuchar.

Que sí, que también gracias a que con un ordenador y wifi te conectas con el Infinito, como freelance, tengo bajo el brazo toda mi oficina. Pero lo que como consultora, por ejemplo, me encanta ir a mi bola y organización y poseo disciplina y capacidad de aislamiento para concentrarme donde sea, sin embargo, como gestora de equipos, o como vendedora de mis propios servicios, sin humanidad delante y constante, no rindo óptimamente, me desmotivo y pierdo mi sentido de contribución.

Si en el ejercicio de mi propia profesión encuentro «jurisprudencia no pacífica al respecto» (lo siento, me salen ramalazos de neuronas jurídicas perdidas que rebotan contra mi mascarilla FlamanteFieltroPutada2), imagino el caos en una mediana o gran empresa donde conviven millones de microcosmos: Que si ahora que tengo un crío pequeño sí quiero teletrabajar, pero que maten al vecino que hace obras y a mi padre que me manda gestiones porque asimila casa con estar todo el día regando las plantas en momentos de lluvia. Que si ahora quiero estar con mis compañeros de oficina, que parecen más majos que ese tipo que viene a comer a casa todos los mediodías portador de un anillo que pone mi nombre y la fecha de una condena. Que si no me aclaro con los Tics y Tocs y sin molestar constantemente a Manuela, que es la mar de graciosa, que me señala el comando para que no se me pierda la excel de dos horas de curro, aunque ya tengo un post it para ello. Que si ahora no quiero ir, porque me empeñé en una casita a las afueras, y hasta para coger mi coche, tengo que subirme en otro previo. Que ahora no quiero teletrabajar porque cuando amanaza mi ansiedad con arramblar la nevera, en la oficina la calmo con palitos de aire delante de la máquina de potingue-café.

Si viviéramos todos bajo las mismas circunstancias y en un mundo ideal, supongo que trabajar por objetivos y sin presencialismo, estaría en la primera categoría de obviedades inteligentes. Pero ni todos los trabajos pueden teletransportarse, ni todos rinden sus mayores destrezas en la lejanía y soledad.

Donde más se aprecia es en los trabajos que van de personas, no de cosas. Es decir, puedo vender aspiradoras on line y atender al cliente por escrito. Hasta incluso, analizar una contabilidad o preparar un manual de abrir latas de cerveza. Pero no puedo enseñar a leer a un niño, dirigir un grupo de teatro o depilar unas cejas. Puedo oír lo que me cuenta un paciente, pero no diagnosticar una enfermedad sin tocarle, extraerle, hurgarle, observarle… O no debería. O no siempre. O no como principio. Pero también resulta infructuoso ir a un sitio con ruido, dispersión y gente para ponerme los cascos y rellenar datos en una plataforma colgada en la nube, con un horario marcado propicio a interrupciones y ladrones de tiempo.

Y esta dualidad también es lo que está pasando con las redes sociales y de ligoteo. Una imagen, una conversación, te da información, pero la piel entra en juego en el último momento y puede cambiar el resultado de la partida. Somos seres corpóreos y solo con la «excreción» de nuestra mente, no basta. Pero acorta, anticipa… Si nada es absoluto, como siempre, la gama de grises es la que nos aporta color.

Así que creo que estas diatribas en la que andan unos y otros acerca de los pros y contras del teletrabajo, es un ejercicio entretenido, pero estéril. Más que dar soluciones categóricas, podríamos hacernos el favor de escucharnos y atendernos. En este momento y trabajo ¿qué me interesa más? ¿Y si me equivoco? ¿Puedo renegociarlo? ¿Caben ambas fórmulas? ¿Es posible en mi particular negocio? ¿En qué se resiente mi empresa o qué gana? ¿Qué necesito? ¿De qué puedo prescindir?

La tecnología está para ayudar en aquello que ayuda, no para sustituir lo que funciona y es más preciso. Un apretón de brazo acorta la distancia entre personas igual que tres saludos sin tocarse. Contemplar a alguien cómo entra por la puerta, evita hacerle preguntas acerca de su estado anímico. Dirigir la posición y movimiento exacto del brazo de un aprendiz equivale a un tutorial y varias correcciones. Y así…

Se está comprobando y de esta manera lo indican los estudios, que los equipos están perdiendo empatía y cohesión por falta de encuentros. Pues intercala encuentros… Se observa un auge de población en determinadas zonas más adecuadas al entorno y un descenso del transporte en horas punta. Pues genial para ganar calidad de vida…

Seguramente, esta gran capacidad de adaptación que demuestra el ser humano y los complejos sistemas que crea, hagan cambiar tanto el mercado laboral que inclinen la balanza: cada vez habrá más profesionales que presten sus servicios por sus propios medios en colaboración con otros y, correlativamente, menos empleados bajo una organización fijada.

Para mí, uno de los desafíos del teletrabajo consiste en rendirse a la idea de la responsabilidad individual y colectiva: Confiar en uno mismo y confiar en la capacitación de los demás. ¿Y cómo generar esa confianza? Mirándose a los ojos sin pantalla de por medio…

2 comments

  1. Efectivamente, hay trabajos que se pueden hacer en casa. No hay nada nuevo en esto (el reparto a domicilio del trabajo de la industria del calzado ha sido una realidad muy extendida en esta provincia). Y otros trabajos no. Y algunos hay que se pueden hacer en parte, mejor o peor.
    Pero ¿y la teleharaganería?, ¿y la telechapuza? ¿Se holgazanea mejor en casa? Sin duda. Por este lado creo que el telenotrabajo es altamente más eficiente que su equivalente en la oficina.

  2. Laura Segovia

    Jajaja, me ha encantado eso de teleharaganería y la eficiencia del telenotrabajo…

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