Me hago esta pregunta a diario. No es porque ahora me las quiera dar de sesuda chica que tiene en su mesilla de noche «Crítica de la razón pura» de I Can´t, sino porque todavía no tengo la respuesta clara. Asistí a una conferencia que ponía por las nubes a los que dudaban de todo y así para subirme el ego y bajarme el refajo, me atrevo hoy a publicar este post. En verdad ¿somos lo que hacemos?
Es una aseveración que viene de muy antiguo, pasando por varias culturas y todavía de plena vigencia en nuestros días: «Somos lo que hacemos», de manera que la duda aquí no sé si me enaltece o me arrastra a reforzar precisamente esta máxima. Si dudo es que soy dudosa. O dubitativa. O no decidida. O insegura. O que no tengo respuesta.
Sin embargo, pese al riesgo de que alguien me contradiga por el mero hecho de emitir un juicio y ser éste susceptible de rebatirse, aunque sea sobre mí misma diré que yo no soy dubitativa, indecisa, insegura o carente de respuestas. O al menos eso es lo que yo pienso o siento… ¡Mecachis! entonces caigo otra vez en la máxima que dice que no somos lo que pensamos, ni siquiera lo que sentimos, somos lo que hacemos. En resumen, si yo dudo es que soy dudosa, dubitativa, indecisa, insegura y carente de respuesta.
El caso es que me resisto a ser como me condena esta máxima, pues yo no dudo de todo. Es más, tomo un millón de decisiones diarias, la inmensa mayoría sobre la marcha, sin consulta y muy impulsivamente: bajo del TRAM con este pie, me sale una sonrisa a mengano, cojo el vaso del té ahora y con la derecha, tecleo con este dedo a esta velocidad y no de otra, me toco la comisura de los labios, busco esa palabra en el diccionario, guardo el bolígrafo y… Dejo ya de aburrirles con mis ejemplos, pero es que no paro de decidir y sin pensar. Vale, entonces eso me convierte en un ser impulsivo. He dejado de ser indecisa a ser decidida e impulsiva.
Aunque lo cierto es que hubo al menos un par de momentos en que los que recuerdo que dudé por un instante: una fue cuando me fui a lavar las manos y ante la pastilla o el gel parpadeé un segundo de más. El otro momento podría llamarse sobrecogedor por las consecuencias de quedar de nuevo clasificada en dudosa, dubitativa, indecisa, insegura y carente de respuesta: ¿apagué el ordenador? ¿qué hago? Pero tranquilos, por hoy no vuelvo a ser, si acaso mañana, pero al fin volví sobre mis pasos y comprobé que estaba apagado. ¡Ufff, qué alivio! no vuelvo a ser.
Hay quien me sopla por ahí que la cantidad de veces que haga puede influir en mi ser. ¡Ahhh! Visto así, puedo quedarme paralizada sobre 3 grandes decisiones en mi vida, por ejemplo:
1) si dejo o no un trabajo,
2) si continuo o no con mi chico, y
3) si me hablo o no con mi familia para reconciliarme de un grave conflicto,
que mientras escoja de la carta del menú lo primero que se me venga a la mente, no seré una indecisa.
Frente a 8 decisiones (ensalada, y con aliño tradicional, agua y con gas, tartaleta de salmón y manzana asada. Con infusión, y sin propina…) frente a 3 solas indecisiones, no soy una indecisa, dudosa, dubitativa, insegura y carente de respuesta.
Me vuelven a decir por ahí que depende de la importancia de las cosas. ¡Acabáramos! Van a tener razón, si matas un gato eres un matagatos, eso es así. Con tan sólo una vez que hagas algo muy importante, ya eres. ¡Genial! esto me acaba de encantar, una vez conduje un coche de carreras ¡ya soy piloto de carreras, yupiiii! Vaya, me acaban de chafar el invento, dicen que no se da siempre. Si robas eres un ladrón, excepto si robas de niño, si no te pillan en los grandes almacenes, si no era mucho, si… Vale, vale. Pero si sólo pego un palo a la caja fuerte del BBV no soy una ladrona ¿verdad? ¡Ha sido sólo una vez! Nada, que no cuela, que si hago sólo una vez algo pero importante, pese a que no se especifique el qué ni para quién , soy. Pues nada, serlo lo soy porque hacerlo, lo hago.
El caso es que yo tenía un hábito que dejé de tenerlo… ¿Eso me permite dejar de ser? ¿ya soy un poco menos de algo y más de otra cosa? ¡Ostras! me da a mí que dentro de unos años ni me voy a reconocer… Porque seguro que haré cosas diferentes y dejaré de hacer lo que ahora hago… Luego, no existe el ser. Nos acabamos de cargar al ser.
Sólo soy lo que hago, con independencia de mi intención, de mi pensamiento o sentimiento. O sea, que si doy por obligación, soy generoso. Si me veo coaccionada a no hablar y tener que escuchar lo que otra persona con distinta opinión a la mía dice, soy tolerante. Aunque por dentro desprecie profundamente a esa persona y si me pusieran un arma entre mis manos, lo mataba, sigo siendo tolerante pese a mis sentimientos de odio y racismo. ¡Somos lo que hacemos! Pues llegados a este punto… ¡dios me libre de estar enferma por un tiempo o impedida para hacer las cosas o dejaré de ser!
Así que todavía sigo en la duda. Si soy lo que hago, basta con hacer con independencia de mi pensamiento, intención o sentimiento… ¡A tomar viento la congruencia! Pero al contrario tampoco me convence mucho. O sea, siempre me quedo en la intención, en el pensamiento pero no actúo. ¿Entonces cómo voy a ser si nunca practico haciendo eso que creo, siento y pienso?
Ya despejaré la duda… procrastinaré mi respuesta, pero para no ser procrastinadora, la reflexionaré constantemente y así seré reflexiva, que me agrada más. Parece que esto me va a entusiasmar: hacer aunque no sienta ni padezca, y dejar de hacer aunque me muera por dentro por hacerlo…