Todavía sigo de resaca emocional tras la celebración de mi versión 5 punto cero. Me pongo a ver las fotos y corroboro lo que me comentan los que vinieron: se me ve feliz. Y es verdad, desde que llegué al lugar de la fiesta, cual Cenicienta con su vestido nuevo de baile, todo me parecía maravilloso. Mis hijos ya mayorcitos acompañándome. Era la primera vez que en un cumple familiar la protagonista enteramente era yo. Se vistieron por mí y a mi gusto. Soportaron con sonrisa de vergüenza y agrado las admiraciones y elogios a su estatura, madurez, belleza, semejanza con… Que estuvieran a mi lado ese día fue mi primer regalo.
Pero es que enseguida llegó mi chico y su corte de amigos, y mis amigos de infancia, y mi hermana con su familia y mis amigos de adulta, y mis amigos de tertulia, y las amigas de divorciada y los que tengo muy cerca y a los que hacía dos años que no veía. Y lo mejor de todo es que no fue nada sorpresa. Fue una fiesta de las que me gustan a mí, de las que preparo, de las que disfruto invitando, pensando, ideando, comprando el vestido, preparando detalles y contando los días. Me gustan las fiestas y me gusta ser anfitriona y llegada a esta edad, me lo monté como a mí me gusta, que para eso era mi fiesta y era mi cumpleaños, y mando yo.
Los cuarenta me sentaron fatal. Me cogieron desprevenida, no había hecho los deberes todavía y me pasaron por encima arrollándome. Ni siquiera me acuerdo ese año si lo celebré, pero sospecho que no pasó de una cena íntima y familiar. Y sin embargo en esta década me ha pillado feliz. Sí, la piel lo nota. También las digestiones. La letra endemoniadamente pequeña. Pero soy tan feliz, que se me desborda.
Qué sí, que lloré como una magdalena cuando me pusieron el vídeo que me habían preparado desde que era una bebé, pero no fue de nostalgia, sino de emoción de orgullo de lo que hoy soy, de recompensa por los malos momentos necesarios pasados, de risa por las preocupaciones que nunca llegaron, de sorpresa por imágenes olvidadas, de gratitud por tanta atención y cariño recibido. De estar al lado con mi hermana de la mano viendo la vida pasar y la gente que me rodea. No pudieron venir todos, ni tampoco pude hacer tan extensiva la invitación, pero los llevaba en mente y corazón.
Qué día tan bonito y qué sensación tan extraña al tiempo. Estar alegre por cumplir aún sabiendo que el paso se acorta. Pero es que me da igual. Aunque me queden todavía muchas experiencias que vivir, me siento en paz con mi entorno. Los días siguientes a mi cumpleaños estaba en estado de gracia, que digo yo. Me encontraba certera. Adivinaba las cosas y cuando sucedían tal cual las intuía, ni me producía asombro, era una especie de serena aceptación.
He llegado a pensar que he perdido la chispa, que no me voy a ver alterada por nada, pero supongo que es al contrario, antes andaba tras rayos de luz, ahora la enciendo y apago dentro a mi antojo. Tener este poder sobre una es una grandísima ventaja. Quizá sea el regalo que te hacen desde arriba. Ya no hay bici roja, ni el vaquero de más rabiosa tendencia, quizá ahora el regalo sea esto, celebrar con los tuyos, haciéndote la anfitriona de la fiesta de tu propia vida.
No sé cuánto me va a durar, tampoco quiero que se acabe, así que recojo el vestido de la tintorería y me sonrío al guardarlo. Abro el cajón para ponerme una pulsera que me regalaron, y me sonrío al ponérmela. Enciendo el ordenador de casa y veo el archivo del vídeo y me sonrío al recordarlo. Toco el libro que me entregaron y al acariciar la tapa, me sonrío por lo aprendido. Encima de la mesa tengo una caja preciosa transparente con algunos detalles de la fiesta, y me sonrío a cada instante.
Tengo todavía la misma sonrisa tonta que antes de que llegara el día. Sigo de resaca emocional. De hecho, a veces confundía la palabra y en vez de cumpleaños decía boda. Pues así estaba yo. Como una novia estrenando cosas. Soplando velas. Quemando etapas. Enamorada de mi presente, ilusionada por lo que venga. Y tal como mi querida amiga de alma tituló, empieza mi versión 5 punto cero.