Esta recomendación es fantástica, y cuando la practico me deja sin estrés, me permite concentrarme en lo que hago, me elimina presión, me brinda nuevas visiones y me carga de momentos únicos y memorables.
—Siente, no pienses, no enjuicies, no compares, no te dirijas, tan sólo siente…
—Aquí, no te traslades a otros sitios, mira a tu alrededor, observa, empápate de este lugar…
—No hay un antes, ya vendrá el después, es ahora, toda tu vida es ya…
En eso no tengo la menor duda de que me sirve para lo que me sirve, pero no para todo. Es más, su extensa aplicación y generalización entre las nuevas tendencias convierte a la virtud en defecto. Si es que hasta el agua, en exceso y para todo, daña.
Está bien dejar al sentir circular por tu cuerpo y que se adueñe de tu piel, de tus ojos, te inunde el estómago y se apodere de tus latidos. Me encanta que fluya en susurros, en silencios y en sonidos. Y hay sentires que degusto dentro de mí mezclándose con mi tacto, mis cosquillas y el peso de la punta de mis pies. El sentir es así, impredecible, sorprendente, esquivo y caprichoso.
Mas no lo puedo dejar en esa única foto, al rato, luego o en ese instante tengo que darle un significado. Hay quien me lo niega y me reprueba que no me dejo llevar, que mi mente castra mi lado instintivo… Y digo yo ¿qué sabrán? Claro que sé distinguir cuando es sentir y cuando es pensar. Como también sé distinguir cuando es sensación y cuando es sentimiento.
Igual de inútil es arrastrarse cual plumita al viento de los sentidos que no dejarse interactuar cual lava profunda y refugiada de la intemperie. Tan pernicioso será vivir en el aire de las sensaciones que en la cárcel de nuestros pensamientos.
Si hay un sentir que recorre tu cuerpo, habrá un pensamiento que le dote de significado. Y quizá es que soy así de pazguata, cerrada, masculina, cerebral, racional, pragmática, fría, ciega y más calificativos que he tenido que escuchar en mi «racional» vida de quien enjuicia, sin tener todos los datos y sin permiso, desde su más profundo «sentir»… Se quedan a gusto, eso sí lo percibo. Y si yo me decantara allí en ese momento por mi sentir, de seguro que mi mano abierta acompañaría a ese ¡zasca! que rompería la magia que hace que me piense las cosas…
—No, es que si te molesta que te califique es que estás en el lado de tu ego, no te estás dejando ser y sentir. ¡Siente, siente la rabia! no la atrapes, siéntela sin más, no la medites —he llegado a escuchar en ese entonces y en ese allí. ¿No te jode? es como para quedarse con las tontadas que una tiene que aguantar que le digan y encima sin procesarlas…
Observo que existe cierta confusión entre algunos humanos con determinados términos y experiencias. Precisamente cuando hablamos de sentir hablamos de conectarnos con todos nuestros sentidos atentos y enfocados en su función, además de nuestro estómago y corazón (llamémosle así a nuestra parte emocional). Hablamos de sentir sin pasar todavía por el sesgo o filtros que nuestra mente pondrá inevitablemente y que más nos vale que así sea.
Sentir nos sirve para captar nuestro entorno y también nuestra mente. Cuando estamos en modo sentir es por así decir la primera parte de un proceso que culminará en nuestra conducta. Nos abrimos, nos permitimos percibir los máximos datos. Pero, al contrario que promulgan algunos, si nos dejamos guiar sólo por el sentir y el aquí y ahora, nos volvemos cautivos de meras sensaciones y esto es contrario a la naturaleza de nuestro ser.
Como técnica de meditación, es fundamental y gratificante. Como concentración en una actividad, ya sea en flow, en esfuerzo, en gran reto o controlando, es esencial para conseguir el mejor resultado que en ese momento puedes dar. Pero aplicado a toda experiencia y mantenido por tiempo ilimitado nos lleva a un paso del hedonismo en comida, sexo, sustancias, aventuras, riesgo, etc. Pero también a un paso del sufridor más sufrido porque ¿acaso alguien dijo que sentir tenía que ver sólo con que todo fuera bien, chulo, positivo, placentero y satisfactorio?
No me cansaré de decirlo, nada hay que sea estupendo, ni el sol dándote en la cara, si no le dotas de significado. Es la segunda parte: pensar, meditar, procesar. Una vez sentido, asimilado, aprehendido, necesariamente ha de pasar por nosotros. No existe la neutralidad, ni los espacios en blanco, ni tan siquiera el ahora tan fugaz que en cuanto lo vas a atrapar, o ya se ha ido o no llega. Estamos tan solos que ni el aquí ni el ahora nos salva de nosotros mismos.
Llevar por consigna que sólo existe el hoy y no hay más momento que el aquí y el ahora es la base de nuestras adicciones, de nuestros impulsos descontrolados y hasta diría que la justificación de nuestras irresponsabilidades. Para avanzar necesitamos memoria de lo que nos llevó hasta ese lugar y la perspectiva y oportunidad que nos ofrece la construcción de un futuro.
Puedo sentir el reconfortante calor del apretón de una mano, pero no sería igual si proviene de un verdugo momentos antes de exhalar mi último aliento gracias a su obra. Se puede odiar aquí y ahora a quien amamos profundamente y se puede saborear durante meses como el mejor de los manjares la lágrima que rueda nublándonos la vista de la esperanza futura.
Estoy completamente de acuerdo con dejarse sentir aquí y ahora… pero luego hay que pensarla con el allá y con el que será si lo construyo. Precisamente lo que nos permite hacer eso es ser conscientes de ello. Para enfocarnos precisamos poner ese foco, encender la luz, escoger, elegir prestar atención a eso y no a los miles de estímulos que circulan a nuestro alrededor. Es la base de cualquier inteligencia, de la inteligencia emocional sin ir más lejos: Reconozco, entiendo y actúo. Para reconocer preciso sentir, para entender preciso pensar y para actuar… para actuar lo preciso todo antes o si no mi mano…
Quedarte con la primera parte no te hace comprender la película y no te deja avanzar; y saltarte todo para ir al final, elimina el sentido.