Si fueras niño ¿que te pedirías por Navidad?

Sabiendo lo que sabes, habiendo vivido lo que has vivido hasta ahora, si estas Navidades te tocara ser niño de este tiempo, niño o niña de diciembre de 2013, ¿qué te pedirías?

Muchas veces lo hemos comentado y siempre sale el Scalextric de alto nivel, la wii, las muñecas mega píxel que dejan a la Barbie como una aficionada, la Nintendo 5 o 6 Ds L y extra, la cocina donde los de Top Chef hasta te prepararían un plato, el coche dirigido con más caballos de los que tuvieron mis abuelos en su tiempo o los miles de bichos y monstruos con sus campos de batalla y armas tales, que el propio Steven Spielberg o George Lucas son incapaces de describir en sus guiones.

Yo siempre me pedía los patines de una sola línea… ¡Lo que hubiera disfrutado! así como los paseos de hoy día de suelo firme para poder usarlos, porque antes los parques eran de tierra, los paseos de suelo irregular y «molestaban» los árboles y parterres de flores…

Pero partiendo de mi premisa, y visto lo visto, me pediría aburrirme. Los niños de este tiempo tienen un exceso de sobre estímulos. Si no juegan con las máquinas, se van a los juegos simbólicos un rato, o cogen un libro más que leerlo, o ven la tele, o clasifican fichas de lego, o tienen en el ordenador juegos educativos, o juegan en la urba, o cogen la bici… Pareciendo un mundo perfecto en ese sentido lúdico, ¿quién no ha escuchado decir a sus hijos, sobrinos o conocidos «me aburro»?

No saben estar consigo mismos sin tener un estímulo externo. Yo recordaba con tedio los días que mis padres nos mandaban a mi hermana y a mí a pasar con mi abuela al campo la temporada previa a la vendimia. Os pongo en situación: no había agua corriente y eso de coger con un cubo de un pozo aunque parezca bucólico y hay snobs que pagan por vivir esas experiencias, os puedo asegurar que incomoda bastante. Tampoco teníamos luz, así que la tele se veía un rato gracias a una batería y por la noche nos alumbrábamos con velas y una lámpara de gas. No había niños por la contornada, ni bicis, ni mascotas, ni más historias.

A pesar de esas privaciones yo me divertía mucho, aunque si bien es cierto que mis amigas decían que yo me divertía con una bolsa de pipas, tenía mis momentos. Y mis momentos los tenía en gran intensidad y cuantía en esos días. La naturaleza desaparecía a las 6 de la tarde: se hacía de noche. ¿Sabéis lo que es no tener nada de nada? No veíamos más la tele porque los programas no eran adecuados, decía mi abuela, nos salíamos porque nos daba miedo la oscuridad y los ruidos extraños, teníamos apenas tres juguetes viejos y de sobra conocidos, no podíamos leer porque nos destrozábamos la vista con una lámpara de gas, tan sólo…

Aprendí a que las bolitas del rosario que rezaba mi abuela se sucedían con cadencia estudiada; que los zapateros y hormigas de la casa tenían escondites diferentes según fueran las ocho o las diez de la noche; que por mucho que mi abuela sacara barajas de cartas nuevas, podías marcarlas de alguna manera para hacer trampas; que las historias que nos repetía una y otra vez de su infancia y juventud, tenían matices sutiles dependiendo de su estado de ánimo al contárnoslas; que si dejas algo en un sitio por la mañana, vuelve a estar en el mismo sitio por la noche… En fin, lo que se dice aburrirse.

Mas ese aburrimiento me conectaba conmigo misma, me ayudaba a reflexionar y siendo pequeña descubrí que tenía un mundo muchísimo más grande en mi interior, que mil lugares del planeta a donde fuera y lo mejor de todo es que siempre me acompañaría. Empecé de nuevo a usar mi imaginación de manera estudiada. Hablo de esa imaginación adulta que nos acompaña el resto de nuestra existencia y que hace que estar inactivo y solos sea una gran experiencia.

Ahora hay muchas técnicas de meditación que incluso pueden enseñarse a los niños, pero he querido rescatar un recurso que está en todos nosotros y no requiere manual alguno para su aprendizaje: tener una pausa para aburrirse y dejarse llevar…

¿Por qué he dicho que me lo pediría? Porque ahora recuerdo esos momentos de tedio como uno de los mejores de mi infancia y su aportación fue clave quizá, para hacer lo que estoy haciendo: reflexionar y escribir.

Así que cuando mis hijos me dicen «me aburro» no hago nada por ello y me sale una sonrisa. En alguno de esos «me aburro» se encontrarán a sí mismos.