Eso dicen todos los buenos y grandes manuales. También la razón, la cordura, la sabiduría y el común sentido. Se preludia en los sentimientos y corazonadas… Si alguien se cruza en tu vida es para dejarte una enseñanza.
Eso escuché, leí, me convencí y hasta repetí… Toda persona que pasa por nuestra vida es para ofrecernos un mensaje que ha de ser atendido.
En nosotros está descifrar lo que esa experiencia, en forma humana, nos aporta. Si nos ofuscamos, si enterramos nuestra intuición, si únicamente nos centramos en lo ya conocido, no recogeremos esa nueva información precisa para avanzar y estaremos destinados a repetirla, con esa o con otra persona.
Así que espabilo mis sentidos y cada día intento notar con mayor claridad lo que las personas representan para mí. Es como la imagen reflejada en el río, que toco con un palito… como si desapareciera, mas es precisamente cuando se hace plena presencia.
Resulta curioso observar como se presentan barajadas a su antojo y nosotros las vamos clasificando en retos: ésta me aporta esa calidez que no tuve con mi madre. Ese señor se convierte en trauma infantil no superado. Esa amiga, en una inocentada de juventud que me restó candidez. Un jefe hizo las veces de hermano mayor que me relegaba. Ese ligue de fin de semana, mis reprimidos impulsos sexuales. Mi hijo, el marido que no me abandona. El último buen hombre que dejé pasar por mi vida, en lo que no me permito merecer.
Y así podría seguir en una película de aparente guión inconexo pero con una estudiada cadencia de perfecta armonía. Incluso hasta su banda sonora, su encuadernación y por supuesto, su desenlace.
Resulta tan fascinantemente claro cuando lo reconoces… Es tan cierto, que daña la vista y apabulla su clamor. Toda persona que se nos aparece en nuestra singular existencia nos deja su magnífico regalo: nuestro aprendizaje.
Aunque sea doloroso o gratificante, una vez lo obtienes, la más dulce de las recompensas te invade… Te llega a tu centro, te engrandece y te mejora. Siempre, siempre es de agradecer a toda persona que se cruza en nuestro camino. Cuando es muy dulce, muy grandioso y de fuente inagotable, nos lo intentamos amarrar. Cuando es hiriente, punzante y sangrante, a veces lo soltamos, no creas. Mas, porte lo que haya portado, era necesario para estar donde nos encontramos y por muy lamentable que nos parezca, es nuestro presente.
Y con estos trozos armaremos lo que se convertirá en devenir y se consumirá en historia. La película que se grabó reposa paciente en las baldas de los recuerdos, mejor no manosearla mucho o terminaremos emborronando las imágenes a fuerza de contrariedades e ilusiones que no acudieron al casting y perderemos hasta las referencias. Esa lección me quedó clarísima en mi interior.
Pero es que eras tú…
Y me lo digo, me lo repito y me convenzo, que cualquier persona que pasa por nuestra existencia es el cartero de preciados recados vitales y así debe ser recibido y llegado su momento, si así fuera, despedido. Trataré de no olvidarlo y tenerlo siempre en mente.
Y más cuando las ganas de que vuelvas a cruzarte se me revuelvan…
En la fábrica de mis trozos esperan que la cadena se ponga en marcha. Me sé de sobra la lista de materia que he de tener, materia que he de adquirir, sus plazos, sus condiciones y sus proporciones. Y la máquina del futuro se pondrá en marcha para mí, para producir esos atesorados pedazos de mi vida que yo creo que quiero, que yo creo que necesito y que yo me obligo a desearlos.
Despliego esos planos que me llevarán a lugares nuevos y de pronto… sí, así, de pronto, te cruzas.
Ya te aprendí. Ya recuerdo haberte recorrido las líneas del mensaje que con lágrimas me sirvieron para entonar ecos nocturnos. ¿Y ahora qué he de hacer? Cruzado, enrevesado y entrecogido como te apareces…