Cada vez que escribo una palabra, una frase, una idea… me desnudo. Es una sensación única, nada que ver con quitarse la ropa, desvelar un secreto o exhibirte ante el público, escribir es despojarte de toda coraza y mostrarte. Pero no es mostrar cualquier cosa, no es una parte de tu cuerpo, una debilidad, ni siquiera es mostrar tus sentimientos, no. Escribir es dejar salir tu alma.
Pudorosa en exceso, el tiempo me fue corrigiendo, o yo me fui distanciando de mis errores y vergüenzas, no sé, pero he llegado a un punto en el que el no tener cortinas no me impide sentirme a gusto. A veces las descorro adrede y otras, a sabiendas de que hay vecinos… pues me guardo mis misterios.
Quizá es que no viví conforme a fui diseñada, pero de ser una persona reservada me veo a veces en un grado de exhibicionismo que hasta a mí me asombra. Me guardo una pequeña parte que Laura y yo disfrutamos en solitario, pero he encontrado la manera de quitar el tapón de la bañera y renovarme de agua sin que llegue a estancarse.
Pese a que mis personajes sean un poco yo, un algo tú, un mucho nosotros y un bastante ellos, mientras escribo no me censuro. Me dejo libre, estoy en flow se podría decir. Ese estado en el que todo encaja, o no, pero no sigue método y mi juez interno se ha ido a dar paseos con sus valores y prejuicios.
Tengo amigos, familia, amor, compañeros, conocidos y enemigos, si escribiera pensando en ellos, en no herir, en que no se den por aludidos, en agradar o ser políticamente correcta no podría pasar del Hola inicial. No sería yo, sería una impostora que regalaría oídos o repartiría bofetadas y para eso mejor me voy a la librería o al cine para recortarme citas o apretar una mano en el momento que digan lo que me viene a medida.
Todavía me acuerdo del día que di ese paso. Yo estaba escribiendo en mi portátil y era para mí en exclusividad, estaba en mi cajón particular resguardado del mundo… Me daba vértigo enseñar lo que había plasmado en ese documento. Ese vértigo iba desde una sensación paralizante hasta un ligero cosquilleo, dependiendo de la escena. Pero di ese paso, conseguí desdoblar mi faceta como escritora de mí, y se lo di a leer a alguien, y luego a otro alguien y luego a otro alguien y lo que seguí escribiendo no se vio afectado, pero yo sí.
Ahora ya no puedo dejar de hacer un streptease casi a diario. Esto se ha convertido en un vicio, una necesidad, un deseo, una forma de vida. Así que ya me da igual el formato o el medio, ya sea en un post, en una novela, en un poema o en una frase, en un personaje, en tercera o en primera persona bajo mi nombre y dos apellidos… dejo salir mi alma.
Ni todo lo que pongo son mis creencias, ni lo he vivido, ni son anhelos ocultos, deseos inconfesables o traiciones del subconsciente; muchas veces hago hipótesis, busco argumentos para reafirmarme o fantaseo en voz alta. Y que me de igual su resultado, porque «soy responsable de lo que digo, no de lo que tú entiendes«, no tengo claro si se debe a cierto grado de madurez personal o a todo lo contrario.
Aunque todos llevemos dentro un pequeño escritor, pintor, músico, escultor, actor, arquitecto, bailarín, diseñador, cantante… en definitiva, un artista en potencia, eso es lo que diferencia al posible del artista: la capacidad de desnudarse. Sólo cuando eres auténtico es cuando aportas a los demás y si bien los adornos envuelven, distinguen y distraen, en la desnudez es cuando más nos diferenciamos.
Me comentaba un amigo que escribe estupendamente que no supera la hoja, que en cuanto se ve el torso, para. Se siente desnudo y dice que es consciente de que no da ese paso porque sabe lo que hay que entregar más allá: su alma.
Pues yo, querido amigo, hice mi elección sin marcha atrás. Cojo una de mis mejores bandejas, le saco lustre y deposito con cuidado trozos escogidos de mi vida, de mis trivialidades, de mis entrañas y con morbosa quietud me dispongo a contemplar cómo me devoras.
¡Ah! tranquilo, me regenero a cada bocado que das.