Cuando comencé a escribir cosas que no fueran informes, demandas, escrituras, reclamaciones, recursos, escritos oficiales, peticiones, súplicas y listas de deseos, no me planteé que tuviera un estilo propio o diferenciado. Hombre, algo notaba cuando mis mails ocupaban toda una página donde incluía la parte de saludos, el meollo y una despedida en condiciones, mientras que los demás, por lo general y rayando la unanimidad, apenas llenaban dos párrafos.
Tampoco me amedrentaba que tras enviar «uno de los míos», recibía un simple, triste y torpe «ok». Eso más bien me reafirmaba en la necesidad imperiosa que existe en esta sociedad y en determinadas profesiones de buscar una consultora en comunicación, así que mientras existan «okeadores», me ganaré la vida.
Y mira que intento ser concreta, directa, escueta y clara, si encima me volviera farragosa y pretenciosa sería una escritora en toda regla. Así que no deben de ir por ahí los tiros. No suelo repetir y dar rodeos innecesarios, no lo hago en mi estricto trabajo técnico ni en mi vena artística, así que debe ser en todo caso una extensión a conciencia con el fin de que el mensaje llegue a todos, ya que cuando tu interlocutor es «nadie y todos», tengo que recrear la vista, conversar al oído y crear experiencias. Ataco por todos los flancos posibles para «llegar».
Tanta insistencia en ese aspecto creo que ha desembocado en una forma que he encontrado o ella me ha encontrado a mí y en la que me siento muy cómoda y va con mi persona: cercana. ¿Cuánto de mí hay en mi escritura? Nuestros actos no expresan todo lo que somos, pero sí se nos deja entrever. Suelo escribir en primera persona porque soy de las que me implico y me resulta hasta el momento muy difícil, por no emplear esa palabra maldita (imposible), no reflejar el diálogo interno que mantienen los personajes. No le doy importancia a que estén en un sitio exótico viviendo experiencias únicas, a mí me importa lo que piensan cuando dan una pisada al suelo.
En consecuencia hago verdaderos esfuerzos por describir las cosas tal como las veo mientras escribo. Si en algo tengo que decir que no me sale con naturalidad son las descripciones. Pero yo es que soy así cuando me enfrento a las cosas. Me centro en un aspecto, quizá en un adorno, no más, pero gusto de ir a la esencia, me resultan totalmente superfluos los detalles, mas cuando uno lo hace para el lector…
El otro día hablaba sobre ello: ¿tú para quién escribes? En principio para mí, pero enseguida me desdigo. No escribo para mí, escribo para el lector, escribo para ti. Así lo siento, contigo converso y por ti me obligo a redactar con coherencia, a describir lo que tengo en mente aunque me parezca innecesario por su repetición en mi mente. No lo concibo de otra manera, escribo para ti.
Y ése precisamente es mi estilo, mi escritura son como conversaciones íntimas contigo.
A veces te ilustro sobre temas, otras me desahogo de mis cosas, otras te escucho y me pongo en tu lugar, otras me disfrazo para intentar hacerte ver lo grande que quiero ser y no soy, otras me comporto como una estúpida enamorada y otras simplemente compartimos un buen rato de tertulia. No me juzgo en exceso cuando nos sentamos para hablar, pero soy consciente de mis actitudes y de lo que va saliendo. Me dejo ser, pero guardo cierto control, tal como en la vida misma.
Eso no quiere decir que no sea capaz de cantar en otros registros, pero me gusta tanto de momento hacerlo así, que no me planteo cambiarlo. Ni siquiera el tono que empleo. Me resultas… pues eso, estoy hablando contigo ¿cómo me voy a poner en un plano diferente? Igual un día te asesino y mi escritura se vuelve otra cosa.
Ahora mismo huelo un escrito mío a distancia. Simplemente por cómo evito los párrafos largos, la cantidad de puntos suspensivos, las comas de sobra que introduzco y las rayas de los guiones, me delatan. Ya con el plato delante, pues veo los latiguillos hechos para introducir una frase, la frecuencia de los sinónimos, la inversión del sujeto y el predicado, la utilización de metáforas cada dos por tres, la ambigüedad en el turno de palabra, la acción tan rápida que parece que tenga prisa, el misterio leve sin resolver que te engancha…
Las lectoras me dicen que les encanta que sea explícita y me recree en las acciones y los lectores me alaban por lo que no pongo y me callo. Lo que a unas les engancha del parloteo, a otros espanta por su extensión. Si bien a las mujeres les resulta a veces doloroso reconocerse en determinadas situaciones, ellos agradecen esa sinceridad no antes pronunciada. Estoy hablando de generalidades, pero para que luego digan que no somos diferentes.
Te he de confesar que no es la primera vez que ante una nueva novela me atacan las dudas de la impostura: debes pensar en escribir algo con una finalidad cinematográfica, debes escoger un tema que no esté manido y de tendencia, debes fijarte en cómo lo hacen los bestsellers, debes escribir novela más elevada y no tan ligera, debes, debes, debes… No sabes cuántos debes escucho, analizo y deshecho. Yo sigo a la mía y eso también es mi estilo.
Me comentaba una persona cómo le resultaba curioso que la novela española fuera mayoritariamente realista, mientras que la anglosajona se decantaba más por un mundo de fantasía. Y si miras la literatura incluso por géneros, es verdad. Nuestras temáticas se basan en hechos históricos o contemporáneos y los anglosajones son más futuristas e irreales. Pues bien, se ve que como buena española parto de lo que hay en casa y mis mensajes los capto de mi entorno más que de mis sueños.
De vueltas otra vez con el título ¿qué conforma el estilo? Tras meditar un rato, lo que me ha durado escribir este post, el estilo es el conjunto de actitudes, creencias y formas de relacionarnos. Nuestro estilo de escritura es nuestro estilo de comunicación con nosotros mismos. Para mí que la escritura está más relacionada con nuestro modo de comunicación interna que hacia los demás, claro, que como te lo estoy contando a ti…