Ya tengo clara la pregunta, ya se vislumbran las posibles respuestas, incluso el aire que darle, la forma y al final… Al final de todo llega el principio, la hoja en blanco.
A mí siempre me ha gustado estrenar libreta, empezar un folio y arrancar de nuevas. Me acuerdo cuando en el colegio nos ponían redacción libre y algunos temblaban y a mí se me iluminaba el rostro. Era lo mejor que podía pasar, era una pequeñita parcela de libertad que se permitía nuestra rígida educación. Y no es porque haya sido más de letras que de ciencias, pero las hojas a cuadritos o con líneas me constriñen. ¿Y si me apetece empezar con una letra grande y luego pequeña? ¿Y por qué no empezar a mitad o a un sólo lado? A veces un garabato es el inicio de un buen relato…
Muchos años después he comprobado cómo se mata la creatividad en estado puro con un niño. Sí, sí, ya sé que la psicomotricidad fina y esas cosas son muy necesarias entrenarlas, pero hacerle colorear dibujos estandarizados a un infante de 3 años… ¿No se les ocurría otra cosa mejor? Mi hijo era ver una hoja patrón de esas y rayarla a lo bestia para tacharla. Luego cogía con delicadeza las ceras sin punta para rellenar con esmero sus creaciones, que podían ocupar una esquinita de una hoja A3, o salirse de un tamaño A4 y abarcar la mesa.
Si traslado este ejemplo a la escritura en adultos, veo que la cosa se complica aún más. Yo, sin ir más lejos, ya no puedo escribir manualmente. Está claro que un artículo, dos páginas, una escena… vaya, en lo que sea y se ponga a tiro, pero lo que se dice escribir, escribir… No dispongo del tiempo suficiente para pasarlo, ni de la paciencia necesaria para no criticarlo y tirarlo a la papelera para más tarde arrepentirme, ni del dinero y poca implicación como para dejarlo en manos de un tercero.
Mis hojas en blanco son hojas del programa Word, con una tipografía (Garamond), un tamaño de letra (12), un interlineado (1’5) y un formato de tabulación estándar que resta ciertamente espontaneidad, pero algo he de primar y así acepto mis limitaciones. A su vez, tener un método me ayuda a concentrarme en el contenido.
No deja de ser una hoja en blanco, una invitación a crear, si bien dentro de unos márgenes. Me cuestiono muchas veces si el método me sirve, si he de escribir en prosa de izquierda a derecha ocupando todo el espacio de las líneas o que un capítulo sea tan sólo una frase.
Y esto de los capítulos, efectivamente tiene para un capítulo aparte. En esta novela de momento voy a seguir esa estructura: dividir mentalmente la historia en capítulos, con toda la dificultad y toda la ventaja que ello tiene.
La dificultad es que cada capítulo encierra en sí una propia historia y se ha de despertar la curiosidad, dar la explicación precisa y volver a crear cierta intriga para que el lector avance hacia el siguiente. Es decir, hay que saciar la sed, pero dejarle con ganas de beber.
La ventaja de escribir con capítulos es que te da ritmo, te crea un patrón y con ello te educas en disciplina. El primero y segundo marcan la tendencia de la novela, pues su tamaño condiciona a que los restantes se asemejen. No lo he comentado con ningún escritor y quizá me impongo deberes absurdos, pero si, por ejemplo, esta novela tiene 9 hojas por capítulo y voy por la hoja 7, tengo que alargar escenas o descripciones para encajarlo. Si por el contrario en la 8 todavía no se ha desanudado el lío, o divido en dos capítulos creando un punto de inflexión, o reviso bien si lo que he puesto hasta ese momento es superfluo y tengo que eliminar rodeos.
He de confesar, tras 5 novelas escritas y con esta 6, que me llega un momento en el relato que dejo de mirar el paginado porque me viene solo. En esta todavía no he llegado ahí. Le puse nombre en mi cabeza y en la carpeta de mi ordenador, abrí una página nueva de word y tecleé la primera palabra. Para mí son muy importantes los comienzos de frase y de párrafos, los cuido, los pienso, los controlo para que no se repitan y ellos solos ya siguen sin que me condicione más.
No me acuerdo si fue un profesor, un amigo o alguno de mis padres, pero fue decisivo para que perdiera el miedo a enfrentarme a un comienzo:
—¿Por dónde empiezo? —es la típica pregunta que hacemos cuando algo nos angustia.
—Por el principio —es la respuesta que por arte de birlibirloque suele obrar su efectividad.
Lo difícil no suele ser empezar, existe como una especie de intuición que guía a dar el primer paso. Ese miedo ante algo nuevo y no saber ni por dónde arrancar nos lo suele dar el enfocarnos hacia el resultado y no tener visión de proceso. Ante estas situaciones lo mejor es desmenuzar. Divide y vencerás. Así que ante un blanco, ante un inmenso blanco, un profundo y extenso blanco deja que tu ser se guíe… Entonces todo cobra sentido.