Conoces a gente sólo en el Facebook con la que hablas y compartes cosas muy cercanas, íntimas y particulares. A veces observas sus fotos de viaje y deduces gustos, cultura, situación económica… También los ves con sus uniformes, su ropa de trabajo, de finde, de relax, de logros profesionales y todo ello habla de su status, autoestima, estilo de vida… Lees como interactúa, qué piensa sobre hechos políticos o espirituales, incluso como se posiciona ante acontecimientos históricos y te informas sobre sus valores, sus simpatías, sus lugares comunes contigo y sus diferentes intereses.
Vaya, que llevas tiempo manteniendo cierta relación en la distancia. Una distancia que o bien por geografía, por circunstancias personales, por prioridades vitales o por imposibilidad de simultanear cuatro vidas en una, te mantiene cómodamente cercano. Y esto es posible porque aunque intentemos mostrar sólo lo mejor de nosotros y camuflar las pelusas bajo la alfombra, siempre hay detalles que delatan la completa persona.
Toda manifestación, todo mensaje o silencio nos comunica no sólo lo que hace, también aporta lo que se es. A mí este aspecto es lo que más me atrae para fijarme, pues cuantas más corazas, barreras, muros y escaparates se tomen la molestia de construir para ocultar lo que ellos creen que son sus debilidades, más me motiva a conocer cómo en verdad son esos avatares.
Además, con el tiempo, te das cuenta que las personas que más aman a sus congéneres, más aceptan estas debilidades y menos las utilizan en su propio provecho. Ah, y también te das cuenta que el que primero reconoce sus debilidades se vuelve fuerte frente a los demás. ¿Qué gusto encontrarán en incordiar al prójimo si carece de carnaza? Aún así, ya digo, nos afanamos en controlar esa parte de la que somos conscientes para sentir que poseemos libertad de exponer lo que deseamos que los demás con los que nos relacionamos vean.
Pues bien, estando en ese confortable salvavidas llamada relación virtual de Face, en la que al tiempo te permite intimar y donde un año antes compartiste tu cara lavada y en otra tus mejores galas, te mueves en la naturalidad y sinceridad que hasta ahora habías marcado con esa persona, a veces hasta desconociendo su trabajo, su estado civil, su nivel de tara mental… Era una perfecta relación virtual tan estrecha como distante.
Y de pronto… de pronto te conectas por Linkedin y me entra un rubor… Es como si mis clientes, proveedores o colegas de profesión se metieran en mi casa y me conocieran en ropa ligera y con el pelo alborotado. Eso no se hace, Chema, te tenía por un buen amigo y ahora me veo en la obligación de quitarme la pinza del pelo para recibirte en la salita.
Que sepas que voy a ser la misma, te prefiero en la intimidad del Face, pero aceptaré este revoltijo de redes. Me atusaré bien mi estudiada indumentaria antes de tomar café contigo en Linkedin. Podemos comentar la prensa y el Marca en Twitter quejándonos de lo que suben las rampas y de lo que bajan las cuestas. Y si quieres que algún día saltemos por la ventana en vez de salir por la puerta, quedamos en el parque de Instagram.
Tengo muy claro desde hace tiempo para qué me sirve cada red, con cuál me siento a gusto, con cuál guardo las correctas formas que tanto me repatean, con cuál me dejo llevar y con cuál reprimo algo mi parte traviesa.
Por si alguien de alguna múltiple red lo dudaba, para mí son redes sociales, ni familiares, ni particulares, todo, absolutamente todo lo que publico es público y así lo acepto. Con determinadas personas mantengo relaciones muy semejantes a la amistad punto cero, y hasta con algunas he traspasado esa barrera y es fantástico, pero aún así nuestra relación virtual no deja de ser pública y social porque estamos en el escaparate de la red.
Se ve que todo escritor llevamos nuestro ramalazo exhibicionista, porque no hay cosa que más me guste que hablar de mis intimidades, que no de mi vida privada… y por eso, especialmente para mí la reina de las redes es Face, aunque sigo las normas del resto de la corte.