Acabo de recibir un regalo anticipado de Navidad y mucho que me temo, que no habrá otro que esté a la altura. Andaba yo arreglando el desaguisado que mi hijo pequeño suele hacer en el cuarto de baño y debió verme concentrada en la tarea. Se acerca sonriente, me pone su mano en mi brazo y me dice: «Mamá, estás haciendo un buen trabajo». No puedo hacer otra cosa que responderle con otra sonrisa y se larga dejándome otra vez el embolado a mí sola.
No es porque me lo haya reconocido, no pensaba siquiera que me lo agradeciera, tan acostumbrados estamos a hacer las cosas por nuestros seres queridos, que no damos importancia a estos hechos y menos esperaba gratitud de un chiquillo de 7 años. Lo que verdaderamente me ha llegado es que sintiera la necesidad de comunicarme su respeto por mi actividad donde se sabía responsable y además, quisiera que yo lo supiera sin lugar a dudas. Vamos, ni el mejor de los entrenadores anima a un equipo de perdedores igual que él lo ha hecho.
No pienses que me he puesto a fregar con más entusiasmo, o que a partir de ese momento la tarea me apasiona, no, tan sólo ha dado sentido a mi esfuerzo. Además de estar implicados otros sentimientos como el de pensar que si un día hace feliz a alguien de la misma manera que me lo ha hecho a mí, no tendrá más remedio que amarlo.
Y ya, como asociación de ideas, me he acordado de mi época laboral por cuenta ajena. Qué fácil le hubiera resultado a mi jefe entrar a decirme en esos momento de «fregona en mano», que estaba haciendo un buen trabajo… No quiero estropear este post acordándome de la ignorancia de los dirigentes, directivos, jefes, orientadores, profesores, líderes, etc. en el principal de los cometidos que tienen: motivar a las personas para que desempeñen con sentido sus competencias. Es una de las formas de decir te valoro, te reconozco, te quiero.
Estáte atento esta Navidad a esos pequeños regalos que te da la vida. Para todo lo demás… la Mastercard.