Deambulan por los rincones de los caracteres de Twitter, por los comentarios de Face, por los hastag de Instagram y hasta por los mensajitos de WhatsApp… ¿los has visto?
Son las almas en pena. En constante pena. En cargante pena. En cojonera pena.
«Las redes están acabando con las relaciones de verdad» canturrean a su paso… ¿Qué relaciones tenías tú que ahora se han acabado por escribir esto que acabo de leerte?
«Ahora la gente prefiere poner un emoticono con beso que darlo» proclaman convencidos… ¿Qué tenías tú al lado para que esto que dices sea cierto?
«Te crees que tienes amigos porque te pongan un like o chateen un rato contigo, pero no son de verdad» les escuchas pesarosos… ¿Consideras tu amigo al panadero, al peluquero, al camarero o al vecino que te cruzas dos frases todos los días?
Más bien observo al contrario, hay quien anda todo el día enganchado con su noviete o con su grupo de colegas mandándose fotos, comentarios, saludos, envites, declaraciones, participando de sus logros publicados, solicitando recetas de sus platos o recomendaciones de lugares y viajes. Más que nunca la gente está enganchada a las relaciones, a compartir, a conversar, a opinar… uno hasta puede llegar a saturarse de vida social con red o con caña.
Son nuevas reglas de juego, eso es todo. Las redes sociales han modificado los medios y las maneras. Prima la inmediatez, la disponibilidad total y la imposición de atención precede a la oportunidad. Antes tanteabas, llamabas, ibas al encuentro y obtenías un informe de situación que tenías en cuenta para atreverte a lanzar tu idea, deseo o propuesta. Ahora quien toma la iniciativa lo hace a ciegas y sin saber ni cómo cae. Riesgo puro.
También se ha magnificado la repercusión de los impulsos o idioteces. En un cara a cara un exabrupto puede pasar desapercibido o puede ser voluntariamente ignorado con la finalidad de que no trascienda y restarle importancia. Ahora te pueden hasta viralizar como un meme y consagrarte cual agujero negro galáctico. Ya puedes dar rodeos y explicaciones que lo que en un puro arranque salió, se queda grabado a fuego de malas interpretaciones.
Claro que hay quien prefiere dejarse el culo pegado a una silla desgastando huella por pantallas táctiles que salir y relacionarse con caras llenas de imperfecciones y no con perfiles wapens, eso ha existido siempre. ¿Acaso no tenéis en vuestro grupo al típico momo? Sí, ése que cuando lo llamas anda hesho porvo y ya está en ropa de estar por casa (aunque sea la mismo que cuando sale pero con una lavadita de más), quiere ver la tele tranquilamente (como si no la viera permanentemente), cree que se le avecina un catarro y se está preparando para morir (esto se da entre el género masculino únicamente), está a sempiterno régimen ya sea que propongas cena, baile o postre carnal…
Tampoco me voy a detener en como los más jóvenes usan las cosas, léase móviles, videojuegos, música, alcohol… Para qué meternos ahora con eso de los sustitutos, algo así como las pornos al sexo, la comida basura a alimentarse, pues lo mismo los perfiles a las personas. Ni tampoco toca hablar de los que se enganchan con todo lo que les rodea, hasta con las perchas de cabina del water closet de avión. En estos casos no se trata del uso, se trata del abuso o del mal uso.
La vida social vía red es una forma más de relacionarse. No debería excluir lo que antes había, pero sin olvidar que aporta un vacío o una novedad que antes no existía. ¿Acaso no había gente enganchada al Bingo? ¿telenovela? ¿ganchillo? ¿solitarios de naipes? ¿construcción de maquetas? ¿colección de sellos? ¿cotilleo de portería morboso? Pues ahora a leer tuits chorras, comentar las paellitas del gracioset de tu cuñado, darle en los morros a tu compi de trabajo colgando atestiguaciones de tu viaje, espiar a tu ex para tener tema de tortura por las noches, atosigar el ego de tu cliente con cien likes al día…
Se llaman medios, no fines. Y los medios son eso, medios para conseguir objetivos: parecer que estás en la vida de alguien que anda lejos, conectar con personas interesantes que no forman parte de tu círculo cercano, ampliar tus ideas viajando sin salir de tu casa, leer gratis este post, rellenar tus solitarias tardes de convalecencia en un hospital, saber que a alguien le importes y se muere por conocerte, experimentar ser la persona que te gustaría ser y no te has atrevido todavía…
En fin, no sé, a mí se me ocurren muchas razones por las que las redes sociales pueden beneficiarte sin que perjudiquen tu vida social real. No hace tanto que se anunciaba que las máquinas destruirían la producción de la humanidad. No concibo la abolición de la esclavitud de las mujeres sin la lavadora. Así que tampoco concibo la fuente de satisfacción que tú me das, mi querido desconocido lector, cada vez que accedes a mí a través de mi red.
Sí es cierto que a algunos los desvirtualizo porque no me basta ese medio, y que a otros reales los intento mantener entre cuatro esquinas digitales, pero a mí todo eso me parece que suma. Las redes sociales suman. Tú me sumas.