Una incongruencia total, pero la cometemos a diario y con las personas que amamos, más, y si encima son pequeños, doble ración. Para saberte calentito y a gusto, previamente has tenido que pasar por el frío y la destemplanza; pues así mismo funciona esto de encontrarte bien y feliz, por contraste, por referencia. ¿No se dice incluso que se aprecian las cosas cuando se han perdido?
A raíz de este tuit de un amigo y colega, David Casado,
donde daba un consejo para superar ese primer día de guardería, que más que por los niños, me comentaba que intranquilizaba mucho los padres, me aflige pensar que todavía andan muchos intentando que sus hijos no vivan (leáse sufran, experimenten frustraciones y emociones no agradables) y claro, no sólo es una batalla inútil y perdida, sino que en nada beneficia a los niños. A ver, me voy a explicar con ese ejemplo, no vaya nadie a pensar que es saludable disfrutar con el dolor y que hay que pasar adrede por malos tragos.
En el caso este concreto de los niños chicos que van a la guardería o colegio, sentir ansiedad por la ausencia de los padres o miedo a lo desconocido, o morriña de caricias, mimos, juegos, atención o rica comida, es lógico. Que un niño manifieste a través del llanto estas emociones y que intente por todos los medios que conoce y le funcionan (vómitos, chillidos, abrazos, reclamaciones) que te apiades de él y calmes ese malestar, entra dentro de lo esperado. Pero que como adulto te sientas culpable, creas que algo especialmente malo está ocurriendo o que tu deber es destruir cualquier alteración en su 8 o 9 sobre una escala de 10 en alegría…. es para tratarte a ti, no al peque.
No, si voy entiendo ya, que como está de moda ser happy e ir con la sonrisita esa como si fueras todo el día dopado, y encima ese bombardeo de que no eres feliz porque no quieres y eres el único que no se ha enterado… Claro, cuando tocan a tus churumbeles te dices: ¿pues no va a ser que lo voy a hacer un desgraciado igual que yo? Nada, nada, a la mínima que algo le va a afectar…
¡Pero qué retorcida es la naturaleza! Nos activa nuestro sistema en cuanto escuchamos un lloro y nos impulsa a aplacarlo como sea. Es como la palabra «mamá» o «papá», ya pueden haber crecido los tuyos tanto que te pidan la paga para poner gasolina al coche, que en cuanto escuchamos esa palabrita en agudo y en tono suplicante, te das la vuelta por si acaso. No hacía falta que Paulov investigase con perros, ya lo tenía a huevo en casa, pero se ve que la mujer no le dejó que pinchase al niño y que luego se enterara todo dios cómo había llegado a sus sesudas conclusiones. Pero estoy segura que así empezó.
Ir por ahí espada en alto luchando contra las circunstancias adversas es trabajo de titanes. ¿Quién puede ahuyentar el …? Es que ni siquiera podríamos llamar males o desgracias a todo por igual. Lo que para unos supone un infierno, otros lo desean como paraíso. Hombre… hay cosas… como digo yo, mejor no conocerlas ni tropezárselas, no hablamos de ir a suicidarse, tan sólo de encarar lo que la vida te va poniendo. Una piedra aquí, un murito allá, una zancadilla acullá…
Si te dijera que podrías borrar tus errores, tus malos momentos, esos en los que te defraudaste de alguien, esos en los que tuviste que encajar una derrota, esos en los que te despediste de un ser querido, esos en los que descubriste un gran engaño, esos en los que notaste la fría ausencia, el rechazo injusto, la mala noticia ¿lo harías? ¿Lo harías a sabiendas de lo que ello conlleva? Ya sabes, perderte lo que sentiste cuando echaste de menos, cuando te hiciste más fuerte, cuando perdiste inútil candidez, cuando valoraste lo que habías hecho, cuando aprendiste una lección…
Si eso mismo no lo cambiarías, no lo evitarías y en el fondo deseas volver a pasar por experiencias semejantes ¿quieres negárselo a las personas a las que quieres? ¿a tus hijos? ¿a tus amigos y familiares más cercanos? ¿Quién querría vivir una vida plana, sin altibajos, sin yin o yang? ¿Tú? Ah, vale, vete a leer el blog de otr@, please, que me lo estropeas.
Para los que me sigan el rollo, continuaré diciendo que de nada sirve andar preocupado en esquivar los inevitables baches, es preferible perfeccionar la conducción. Que me he estampado varias veces y que duele, no lo niego, pero sin curvas ni cuestas, ni me molesto a salir a pasear. Así que no vivamos espantando imaginarios molinos de viento, mejor sacamos la armadura y le damos brillo, a la nuestra… y a la de nuestros hijos.