Doctor, ¿qué me tomo para ser feliz? Profe, ¿cómo hacer para ser feliz? Coach, ¿qué me impide ser feliz? Barman ¿qué me sirves que me ponga feliz? Amor, ¿qué hacemos que no nos hacemos felices? Amigo, con todo lo que tengo que me rodea ¿qué me pasa que no soy feliz?…
Y no, no hay pastilla, ni lectura, ni método, ni sustancia, ni persona, ni entorno que haga el trabajo que ha de hacer uno mismo por sí mismo.
La felicidad no es un estado anímico. Yo me he subido a las nubes allí arriba, alto, brillante… muy cerquita del sol. Y al rato, me he hundido en las profundidades obscuras de océanos que desconocía siquiera que existieran. Las montañas rusas no son buenas amigas, ni consejeras; son subidas y bajadas; son las mejores metáforas del estado anímico. Cambiante, maleable, influenciable y veloz. El estado anímico es el avisador de nuestro estado egóico.
Nuestro ego (ese personajillo que convive con nuestro ser y que todavía anda infantilizado rumiando calamidades acerca de nosotros y del mundo que nos rodea) lanza creencias y pensamientos y él, personajillo en modo alerta, nos habla haciéndonos sentir miedo, culpa, enojo, malestar, rencor, alegría por mal ajeno, vergüenza, inutilidad y un sinfín de cosas amargas y de hondo calado con el fin de que le hagamos caso: no somos suficientes, no obtenemos el beneplácito de los seres a los que nos apegamos, no valemos, nos va a faltar, nos quitarán, nos lastimarán, nos harán añicos. Porque según él, somos pequeñitos, desvalidos, dependientes y víctimas de las circunstancias.
Ante ese panorama, me rindo. Es mejor comprar la serie «Los dramas de la títere Laura en época de COVID«. Esta es la nueva temporada. Tienes encierros, restricciones de movilidad, episodios de soledad, pérdida de ingresos, ansiedades, reparaciones que atender sin dinero para arreglar, duelos, cambios de hábitos… Faltó el reclamado meteorito, pero decidió desviarse en el último momento. Ante tanta calamidad, se vio falto de protagonismo, ya nos visitará.
Así que cuando «ayudo» a otros a llevar su vida, no saco del bolso ese producto mágico que puedo empaquetar en un curso, un libro, una charla o una gragea. Saco mis herramientas de humana harto conocidas y sencillas: valorar y agradecer. Son tan simples, tan elementales, que las despreciamos. De ahí que el homo sapiens mirara primero a las estrellas hasta que empezó a darse cuenta de que el gran misterio del Universo se hallaba dentro de sí. Bueno, hay algunos… unos muchos… una gran mayoría, que todavía andan buscando respuestas afuera.
Y no me extraña, si su personajillo (ego) ha tomado las riendas de su ser ¿cómo van a preguntar al lerdo, incompetente, desvalido e ignorante de uno mismo? Así que, cuanto más gobierne el personajillo, menos se vivirá en sí. Vociferará, pataleará, llamará la atención, se quejará, acusará, se vengará, reprochará, recriminará, se lamentará, se endiosará, se impondrá… Ya me cansé de poner verbos de inmadurez, pero vaya, da lo mismo que uno se quede agachado poniendo el lomo, que se alce sobre zancos pisando lo que se encuentre. Ambos están en la misma balanza, en diferentes extremos, pero dentro de un mismo sistema que mira hacia afuera, victimizándose, salvando vidas ajenas, nombrando verdugos o erigiéndose en uno de ellos.
¿Divertido? Pues aunque parezca una feria, no lo es. Si no dispones de ánimo jocoso, no se vive como una feria. Y tampoco depende del azar. No es casual. La felicidad no es algo que se reparte y a ti no te llega. Aunque algo influya en tu ADN, como predisposición a tener una actitud más fácil o no, lo cierto es que se puede trabajar. Como la armonía en el semblante (belleza), se puede trabajar. O como la memoria. O la capacidad de jugar a la petanca. Si no te viene en la primera impronta, se trabaja.
Tampoco es algo estable e inmutable a lo largo de tu existencia. La felicidad te acompaña en tus idas y venidas. Te acercas: te sientes pleno y en paz. Te alejas: te avisa de que algo no anda bien, de que no eres consciente, de que te desoyes y descuidas.
Muchos han querido definirla, clasificarla, escudriñarla. Pues estupendo, teorías. Podemos buscarla a través del arte, la ciencia, la filosofía, la medicina, las matemáticas, la física cuántica, la música, la mística, la psicología o las cartas del tarot, da igual, preguntas a cualquiera y te puede decir si es feliz o no. Te dejas de gaitas y vas directo a su Universo. Y aquí tropezamos con roca…
Si ya nos resulta complejo descifrar un único Universo, como para ir averiguando los planetas, satélites, anillos y lunas de cualquier mengano, empezando por uno mismo. ¡Galileooo, baja de nuevo, mírame!
Al menos, por muy complicado que parezca el tema del cielo y las estrellas, he llegado a comprender que están muy lejos y que no las puedo tocar. Pues conmigo, lo mismo, unas sencillas reglas me sirven para transitar y bien, en esta llamada vida semi consciente: La felicidad está cerca, se puede sentir, pensar, hacer y ampliar.
He llegado a experimentarla pese a los choques, caídas y dolores. La he portado en momentos de tristeza e incertidumbre. La he acariciado mecánicamente para que no se me olvide. La he sentado a mi mesa para alimentarla de los mejores manjares. La he compartido con mis niños. La he derrochado abrazada a mi amor. La he implorado con lágrimas en los ojos, la he repartido en cada risa que me ha brotado, la he enchufado al ordenador de mi trabajo.
Y sé que lo puedo contar como experiencia para que sirva a otros, porque yo la he perdido y yo la he encontrado. Porque la he perseguido y con gran esfuerzo la he mantenido. Y cuando me ha faltado… por mis medios o con ayuda, la he recuperado. Para esos momentos, que antes fueron épocas, luego se acortaron a días y ahora instantes, me aferro a mis recursos. Que son los mismos que nos repartieron a todos los humanos: un cuerpo y una consciencia. Somos materia consciente y ello nos permite valorar y AGRADECER.
¿Qué hace falta para ser feliz? Agradecer. ¿Cómo puedo ser feliz? Agradeciendo. ¿Qué me impide ser feliz? No agradecer. Y si no es así, si no le vemos la gracia hoy, ya lo comprenderemos mañana.
Lo sé, de perogrullo. Lo sé, lo sé, parece muy sencillo de leer, muy complicado de poner en práctica. Y sí, a la vista está de que en las últimas estadísticas asusta el incremento de malestar psicológico y su agravamiento. Y más en esta época. En plena gestión de pandemia. Lógico, ponemos foco en lo que no podemos hacer, en lo que no tenemos, en lo que hemos perdido, de lo que que carecemos. Invocamos a la infelicidad.
¡Saldremos reforzados! auguraban unos cuantos motivados… La realidad y sus realidades no refuerza o debilita a nadie. La realidad es neutra, carece de intención y lección. De quien depende la interpretación de lo que acontece es del sujeto que la vive. Y efectivamente, hay personas que han mermado en felicidad, en salud, en bienestar, en paz interior y en evolución y desarrollo personal. No tengo la menor duda. Como tampoco la tengo de que hay personas que han salido reforzadas.
Las hay que han ganado en paciencia, en virtud y entrega, hay quien se ha reencontrado con sus seres queridos, hay quien ha tenido que perder a conocidos para conseguir apreciar la amistad. Hay quien ha dejado de evadirse para afrontar separaciones necesarias. Hay quien se ha arruinado económicamente y se ha vuelto rico dando valor a lo importante. Hay quien ha mermado en la enfermedad y ha recuperado las ganas de estar en salud. Hay quien despidió hacia la muerte y se reconcilió con la vida.
Pero ¿cómo lo hicieron? ¿cómo pudieron? No son privilegiados, ni seres extraños, ni son unos irresponsable o unos «happy». Son personas que valoran lo que tienen. Se enfocan en lo que está bajo su control. Son personas que no dan por hecho nada, porque no dar nada por supuesto es el único truco para poder valorar las cosas. ¿Quién daba por supuesto que podías salir a la calle cuando quisieras? ¿No era obvio que tenías el derecho de decidir sobre tu cuerpo? ¿Desde cuándo era impensable que pudieras relacionarte en tu casa con quien deseas? ¿Desde cuándo tratamos como delincuentes a las personas que andan más allá de 5 km de su casa? Dábamos por hecho que los abrazos no serían mal vistos, que los vecinos se saludarían y ayudarían con pequeñas intendencias y no ejercerían de policías y esbirros, que podríamos dar la mano a nuestro padre o hijo enfermo de gravedad. Dábamos por hecho tantas cosas…
Enfocarse en lo que uno tiene, en lo que uno ve, siente, huele, acaricia, escucha… Eso es estar presente. Mejor mindfulness, imposible. Valorar esas pequeñas cosas y agradecer con humildad y desde tus entrañas poder ser protagonista de ello y ser un medio para con tu entorno, es comprender el milagro de la vida. Mientras uno transite en paz y armonía con lo que le suceda, unas veces nos gustará menos, otras más, otras nos causará dolor, pero si lo hacemos desde la gratitud, la felicidad nos acompañará. Nos suavizará los golpes, nos mecerá en consuelo, nos animará a seguir volando.
Pensar en lo que me falta, en lo que perdí, de lo que carezco, en lo que no llega y encima, no tener el valor de hacer algo para que suceda o de ir a por ello, es una decisión inútil, egoísta, nada inteligente y además produce sufrimiento.
De ahí que se diga que la felicidad es una decisión consciente. No porque nadie escoja sufrir, sino porque trabajar en ti, conocerte, tomarte tu tiempo, enfrentarte a tus miedos, pedir ayuda, reconocerte, cuidarte, darte espacio, lugar y merecimiento para transformarte en un mero vehículo de la vida, requiere voluntad. Es una decisión que conlleva consecuencias. Es una decisión responsable.
Si tuviera que decir qué me ha mantenido no solo a flote, sino qué me ha hecho salir adelante reforzada en esta pandemia, diría que me ha permitido volver a valorar cosas que daba por hecho. Ha sido como revivir aquello que hice hace tiempo y no vi. Uno rejuvenece tan solo con valorar y agradecer: Tener consciencia de poder pensarlo. Tener vida. Tener aliento. Cobijarme bajo un techo. Disponer de espacios de silencio y calma. De tenerme. Hay días y días que solo me he tenido yo. Y me he encontrado. Y valoro quien soy. Y agradezco la vida. Y celebro la vida. Y me pone en pie para devolver tanto que me ha sido dado… Agradecer es dar. Y dar es amar.
Hay veces que uno ha de perder muchas cosas para llenarse. Y eso me ha pasado. La pandemia me ha ayudado a ser más feliz. No quiere decir que la desee, que la buscaría, que sin ella no hubiera de ningún modo conseguido ese estado, ni que haya que celebrarla en todos sus aspectos. Ni mucho menos. Me permito decirlo por aquí, que queda impreso, sin que se lo lleve el viento, y entre mis lectores, que son mi círculo preciado, donde me siento a gusto y en libertad para expresarme.
Si en algo agradezco la circunstancia que vivo y atravieso es porque me permite valorar el tiempo… tus ojos… la presencia de un corazón que late junto al mío… el parloteo de recuerdos de juegos con mis primas… la brisa marina… el sabor de una comida en compañía… la bienvenida… Cosas que tenía en mi vida sin darle importancia, sin darle su sitio, cosas de las que disfrutaba y no les hacía aprecio. ¡Qué tontería! tan solo porque ahí estaban, tan solo porque las disponía.
He dejado de estar ciega. Me detengo a contemplar un árbol dentro de una gran escena. Y ya solo poder hacer esto, me llena. Supongo que para mí, en eso consiste la felicidad. En saberme aquí y ahora y, en ese instante, devolver a mi entorno lo mejor que puedo dar de mí. Ya sea en forma de trabajo, de beso o de escucha.
Y cuando creo que la pierdo y lloro y me angustio y me perturbo… tengo mis remedios para aferrarme a agradecer la vida. Y aún en plena pandemia, aún en mitad de la tormenta, sentirme dichosa y viva y capaz de ofrecer al mundo.
PD: Cuando digo que me haces feliz, quiero decir que permites mi entrega y ello me hace mejor persona. Siempre te daré las gracias, aunque no te pida perdón.