Intento preservar la infancia de mis hijos como un tesoro, que se acaba en apariencia, pero que enriquece de por vida.
Claro que creo que hay que fomentar su autonomía, su toma de decisiones, su responsabilidad, pero soy de las que perdono dos hojas de deberes porque un amigo le llame para jugar al fútbol o a mi hija se le ocurra hacer rocambolescas manualidades. No sería lo mismo si excusara obligaciones para holgazanear, pero jugar… Antepongo su niñez. Sobre todo cuando los observo vivir en su rico mundo interior, desplegando todo el esplendor de su creativa imaginación. No los estorbo con mis exigencias mundanas.
Mis hijos no ven telediarios, ni les comento la prensa tal cual. ¿Para qué hablarles de hechos destacados con criterio discriminado en medios de comunicación? ¿Por qué ha de decantarse por un equipo u otro? Todavía cree en las personas. Adora a Messi. Pero el Real Madrid es un gran equipo, mamá. Por supuesto, le contesto.
Tenemos entre nosotros encuentros como cuando eran bebés y lo mantenemos en nuestro secreto familiar para divertirnos, integrarlo en su crecimiento y revivir cuando nos plazca esa entrega amorosa de mamífera camada.
No les conté de personas crueles, enfermas o confundidas, ni entré en detalles escabrosos de cómo podían encontrárselas en la vida. De momento les protegen sus padres, no sólo en presencia, también en advertencias ajustadas a su entorno y circunstancias porque no me gustaría que primara en ellos el miedo, la desconfianza y el recelo.
No están apartados en una burbuja, pero sí en un mundo de infancia. Entiendo que así debe ser y quizá sea porque así lo viví yo. Cierto es que con más autonomía que ellos, aunque también con más incidentes que no sólo restan ingenuidad, también inocencia. Y me parece innecesario adelantar supuestas experiencias que igual no se dan. Afortunadamente no he sido directa testigo de crímenes, guerras, abusos, torturas y sin embargo me sé preservar y cuidar acorde al mundo que me rodea y si se diera el caso… ya se daría, no me voy a entrenar en barbaries por si acaso y en qué caso.
Me entristece mucho esa falta de respeto por la niñez. A modo de anecdótico ejemplo, no hay más que darse una vuelta por alguna tienda de ropa. Los infantes de 7 años más fashion se convierten en competitivos duritos macarrillas en miniatura y a las niñas se las disfraza de deseables lolitas preadolescentes. Ya no hay película taquillera que se precie que no haya introducido un montón de gadgets para que sean los más mayores quienes más disfruten el espectáculo.
Todo apremia para que no molesten, no se muevan y sepan comportarse desde el más tierno carricoche. Si hasta ahora inventan hoteles con cuño «sin niños». Llegan algunos a argumentar que esto no sería necesario si los padres supiéramos educar a nuestros hijos, como si ellos ya… A ver, no se trata sólo de que existen personas de múltiples edades con educaciones variopintas, que también, es que pretender que los niños se comporten como adultos es desconocer su naturaleza. Por ello precisamente están en edad de aprender y educarse, a la par que sus padres se estrenan como educadores y maestros.
Preservar la infancia implica que hay que tolerar el error, dejar que uno despliegue sus potenciales, aceptar que sean como son y no como queramos que sean. Y estar. En muchos y amplios aspectos, para preservar la infancia lo que hay que hacer es estar en modo adulto para que otro siga siendo niño. Ello significa no descontrolarse por un tropezón y caída de vaso. No volcar tus propias frustraciones porque no comprendan un problema de mates. No alegrarse porque te sales con la tuya implicando con ello desoír sus deseos y emociones. Dejar de alentar exclusivamente lo que le hace exitoso socialmente y a ti te reporta palmaditas en la espalda. No retirarle tu cariño cuando contradice tus estupendas normas. Y más…
La mayoría de los adultos no se sienten a gusto entre diferentes. De ahí que los jóvenes toleran poco a los ancianos. Los maduros se exasperan con los adolescentes y los trasnochados dejan de escuchar música actual, no sin antes criticar a diestro y siniestro. Y curiosamente los niños son los que más se amoldan a todo el espectro humano.
La infancia es un lugar recurrente en nuestra posterior existencia. Es donde pudimos ser en libertad. Es donde pudimos ser en esencia. Es de donde rescatamos fuerzas, sabidurías, intuiciones, primeras experiencias. La infancia nunca se pierde, se lleva y nos guía cuando nos desviamos en exceso de nuestro camino. La niñez es la referencia de nuestra identidad. Allí pudimos vivir asexuados, desculturizados, desraciados, desprejuiciados. Gracias a la infancia nos resultamos.
Pero para ello un día alguien cuidó mi casa, mi aula, mi plato, mi paso y mi sueño. No fue mi yo niña, alguien me hizo sentir que podía, que yo era capaz, que mi existencia era valiosa, que mi futura libertad me llevaría a donde mis patas flacas quisieran. Alguien preservó mi infancia para que hoy día todavía lata con fuerza en mi interior.
Y tiempo después y trasladada esa responsabilidad sobre mí, me doy cuenta que lo mejor que pudieron darme mis adultos fue mi preservada infancia donde no fui princesa, fui reina de mimos, dueña de mis juegos, ama de mi persona y niña de por vida. Y eso intento con mis hijos y con los infantes que me rodean, no robarles monedas de su preciado tesoro.