Parece una pregunta así como… claro, la vas pensando y empezamos a notar que cuesta… y a medida que pasa el tiempo y tenemos que darnos una respuesta… ¡pues mejor negarla!
—Depende de lo que escuchemos. No puedo decir una sola cosa.
De verdad, qué daño ha hecho la canción de Jarabe de Palo «Depende ¿de qué depende? De según como se mire, todo depende…» Ya lo sé, ya lo sé, si yo misma debo de tener antepasado gallegos, no doy respuestas tajantes salvo cuando no estoy convencida de las cosas, pero es que aunque sea por educación, vamos a intentar dar una.
—Escucho para poder contestar, para aprender, para conocer a los demás, para corregir, para…
Bueno, como las respuestas serían infinitas, vamos a agruparlas, sintetizarlas y reducirlas. Y es que básicamente escuchamos para tres cosas: para reafirmar nuestra ideas, para negar las ideas de los demás y para recibir nuevas ideas con las que a su vez, reafirmamos las nuestras y/o negamos las de los demás… Vale, lo admitimos, tan sólo escuchamos para decir un sí interno o para escucharnos decir no.
Pero oye, que no pasa nada, que si hemos llegado hasta donde estamos es gracias a que nos empecinamos en seguir pensando como lo hacemos y gracias y a pesar de no admitir otras muchas ideas. Nuestra vida está llena de decisiones instantáneas y como un radar, sacamos nuestro pabellón auditivo a la pesca de síes o noes.
Es curioso observar cuando tienes cierto público (un puñadito de escogidos amigos basta) y tal como vas hablando notas que unos asienten y conforme más te reafirmas, esos mismo terminan igual de iluminados que tú, mientras que otros por el contrario, pese a que más candela le echas a tus argumentos, más alejados están. O sea, que cada uno te escucha para lo que te escucha.
Entonces empezamos a unirnos y asociarnos con gente que piensa como nosotros, que tiene nuestros gustos y se asemejan sus puntos de vista. Llegamos a proclamar que lo bueno es unirte con gente que comparte tus mismos valores, que así no te llevas disgustos ni decepciones. Que así sin fricciones vivimos la vida más felices, más agradables, más cómodos, más armoniosos…
¿Cómo es posible la evolución en un mundo tan endogámico?
Comprendo esa necesidad de sentirte parte de la manada cuando eres un crío o un adolescente. Es más, comprendo también la necesidad de rodearte de semejantes, de iguales o de pares en ámbitos o situaciones que te facilitan el crecimiento en la época en que has de tener más éxito personal, profesional o social (entorno a los 45 años, eso proclamaban casi por unanimidad hasta hace bien poco los manuales del buen hacer) Mas, una vez llegados… o lo que es peor, sin haber llegado todavía…
Supongo que fue al tiempo que presté atención a una aseveración que escuché hace cinco años: serás dentro de cinco años aquello que leas, aquello que hagas y aquellos con quienes te relaciones. Y entonces lo supe. Supe que si seguía igual, estaría igual, que si leía lo que venía leyendo, si hacía lo que venía haciendo y si siempre me relacionaba con las mismas personas, al despertarme dentro de cinco años estaría casi igual, pero encima más vieja.
Así que no me quedó otra que escuchar. Dejar de escucharme y clasificar en sí o no, para crear una nueva categoría: el quizá, el depende, el puede ser, el no lo comparto pero entiendo, el ¿por qué no?, el y si…, etc. Cierto es que una vez asimilado me vuelve a encajar en un sí o en un no, pero por un instante, por un tiempo, por un período… esa idea descoloca mi clasificación y hace que unas fichas se vuelquen en el lado contrario a donde estaban y… ¿quién sabe? igual esa dualidad es lo que conforma desafiar un destino quinquenal predecible.