Esa perfecta distancia de cerca y de sobra conocida. Ese estar sólo nosotros… Y muy solos. Y nada acompañados. Ese mirarse y saberse lejos, lejos…
Ese hablar del telediario que cada uno se redacta en mundos dispares. Esa distancia pesada, gruesa y asfixiante. Ese estruendoso ruido de silencio opaco que cierra oídos.
Ese rozar el alma y no alcanzarla…
Ese agujero negro donde todos los colores mueren y los brillos se alejan despavoridos.
Ese mar de infinidad de temas que no sacan conversación. Esa mirada de ojos sin ganas, esa sonrisa del que es profundamente triste, del que no conocerá la dicha en el espejo. Ni en ningún reflejo.
Es esa distancia que no se aparta entre tú y yo, ni cuando las manos se juntan, ni cuando de los cuerpos saltan chispas de frotarse cual yescas frías sedientas de fuego.
Es esa distancia que no se marcha, ni cuando te empeñas y la retuerces… no se nos va. En el día se olvida, en la noche atenaza.
Ese besar el otoño, tocar un hueso y despertar sin un sueño…
Ese viaje que no te transporta y ese recorrido que no tiene fin. Ni meta, ni deseo, ni destino.
Esa maldita que todo lo tiñe de nada, de días ausentes y voces que agobian.
Es ese mirar a un lado con esa lástima que arranca alegrías a cuajo cuando presencia la verdad.
Es ese barco sin bandera al que nadie sube. El mismo que atraviesa océanos de causas desconocidas y que asalta tesoros cargados de cofres sin oro.
Esa distancia que no es llorada. Esa distancia que al soplarla levemente atraviesa el universo de los dos a la velocidad del rayo metálico.
Y ahora, aquí, a tu lado… lejos… lejos… en esa carrera que nos mueve hacia… hacia nada.
No la golpeo, no la abrazo, no la calmo… Le escribí una oda y ella, la maldita, me miró triunfante. No se nos va, cariño. No, no se nos va. Allá a los lados que vayamos, estará entre nosotros. Acechará nuestros sueños, preparará despedidas. Mas nunca olvidará nuestros nombres.
Ay, ese mirarte y no encontrarte… Andar lejos, muy lejos, cerquita de mí.
Es esa distancia que no concede treguas, ni conoce la derrota.
Es esa cadena que deja marcas, ese sombrero que cae anulando el paisaje. Tapa el sol y las primaveras. No discrimina luz dañina de luz creadora.
Es esa distancia que nos permite a los dos contemplar el cielo y saberlo con dos estrellas menos.
Ya no siento frio en los pies. Ya me congelé todo entero.
Aquí estoy a tu vera, lejos… lejos… Aquí estamos, con nuestra distancia metida dentro. Como esa fina lluvia que va calando hasta que arroja aguaceros donde no crece más que el moho.
Esa distancia que tú y yo alumbramos. Esa distancia entre los dos.
Enorme, poderosa, certera y letal. Así es nuestra distancia, nuestra omnipresente querida distancia.