Este debería ser el título del primer tema del Programa Vida: Ocúpate solo de lo que tú controlas. Y el segundo: Y confía en que te apañarás con lo demás. Ya está, con estas dos reglas básicas podemos andarnos por el mundo. Pero no, nos gusta complicarnos para luego decir que parece fácil, pero que es muy difícil. Uff, qué cansinos… cada vez que imparto clases, de lo que sea, porque sirve para todo, ya sea empleabilidad o ventas, me rebaten lo mismo. No pasa nada, yo contesto una y otra vez, y así me reafirmo como un mantra tranquilizador.
Vamos a desgranarlo por partes: ¿Qué controlo yo? Pues verás, cuando era niña, pensaba que no controlaba nada. Es más, el mundo me asustaba las más de las veces, porque si nada controlaba y yo era pequeña, débil y dependiente, francamente, el mundo me parecía más un lugar peligroso que un lugar amable y amoroso. Pero luego crecí, adquirí más conocimiento acerca de sus reglas y me notaba más solvente, así que en mi larga juventud, de la que todavía no me he recuperado, me pensaba que había muchas cosas sobre las que yo tenía influencia, demasiadas, como si pudiera manejar a todos y cualquier cosa.
Esto me ha hecho sufrir inútilmente, pues entenderás que si yo creía que podía con mi solo pensamiento o preocupación, o angustia, o lamento, o que con mi enorme ilusión o gran expectativa depositada, era suficiente para cambiar el devenir de las aguas, he desgastado tiempo y energía mental, y digo solo mental, porque no he conocido todavía a nadie que mueva o accione sobre lo que escapa a su control.
¿Cómo es eso? Si yo he pasado noches en blanco angustiado por… Tumbado en la cama o, en todo caso, abriendo y cerrando la nevera o pulsando el botón del mando, pero poco más. ¿Y la de discusiones para que el otro cambie de opinión? Tú mismo lo has dicho, discutiendo, hablando, chillando, comportándote como un energúmeno, pero lo que se dice «cambiar» al otro, todavía no he visto yo el botón de pulsar en ningún cuerpo humano.
Y aquí entraría otro elemento: que te ocupes solo de lo tuyo, de lo que tú controlas. Y esto que acabo de decir mucha gente lo interpreta como egoísmo. O sea, que estar diciendo a los demás lo que han de hacer, qué vestir, qué comer, con qué personas relacionarse o quitar de las manos las cosas para hacerlas tú, porque te salen mejor y con menos vagancia, y ser el alma caritativa que hace los favores, el sacrificado que limpia todas las estancias comunes, el bondadoso que cuida los gatos y el buen gestor que escoge las vacaciones, es el que comparte generosamente… Hace tiempo que detecté a los «salvadores», empezando por mí, y ahora intento practicar la no injerencia en asuntos ajenos.
(Abro paréntesis y así me adelanto a las objeciones: Mis hijos son mis asuntos. El resto de mi familia es mi asunto, si yo quiero. Mis amigos son mis asuntos en aspectos de la amistad, si yo quiero. Mi pareja es mi asunto en lo que yo decida caminar al lado y no debajo, atrás o delante, si yo quiero. Y salvo mis hijos, sobre los que soy responsable por ser menores y por ser mis hijos, no soy responsable de nadie más y todo lo que decida ocuparme de asuntos ajenos, es trabajo extra que empequeñece a los demás y agranda mi ego. Y estoy hablando de ocuparme, no de ayudar, de acompañar, de cooperar, de asistir. Entiéndeme, son otros verbos, y aún así, no ocuparme de los intereses, necesidades o egoísmos de los demás, pasan por mi escala de valores y no por etiquetas sociales. Pues al fin y al cabo, yo soy la única juez de mi vida y ante quien debo rendir cuentas, mi propia conciencia.)
Y es que si ya hemos dicho que escapa de nuestro control hacer que el otro cambie de opinión, pero sí podemos expresar la nuestra, precisamente, un buen truco para saber si controlamos las cosas es revisar el verbo que ponemos a las frases. Aquello que está bajo nuestra esfera de influencia es aquello donde el verbo indica una acción propia y no de resultado. Me explico. Vender tus productos no depende de ti. Puede que no tengan dinero, que no sea visible, que no les guste, que no lo necesiten, etc. Vender es un resultado y depende de otro. Mostrarlo, hablar de él, transformarlo, ofrecerlo, abaratarlo, embellecerlo, sí son acciones que dependen de ti y como ves, son más de proceso y camino y no de resultado.
Y esta regla básica que es tan sencillita, y que se aplica a todos los ámbito de la vida, es la que luego comentan por ahí que eso es muy difícil de hacer. Pues yo veo mucho más difícil empeñarnos en parar la lluvia, que ponerte un chubasquero o sacar las macetas a que les aproveche el agua.
Pero es que estoy muy angustiado por no pagar las facturas y eso sí depende de mí. A ver, estar angustiado no paga las facturas. Y si no puedes pagar, aplica otro verbo: pedir, extorsionar, buscar, posponer, mendigar, robar, huir… Alguna de estas ideas te pueden llevar a sitios que no deseas, pero tenemos que tener claro que doña angustias, no paga nunca. Y esto tiene que ver con la siguiente parte del mensaje: ocúpate o no te ocupes, pero no te preocupes.
La mente nos engaña mucho y nos llegamos a convencer de que mientras le damos vueltas al tarro, movemos las cosas de sitio para que se arreglen. Y no es así. Solo en la saga de las estrellas he visto que poniendo caras de estreñidos o levantando el mentón, se arrimaban las ascuas a su sardina. A día de hoy no tenemos ese don y no queda otra que actuar que, casualmente, conlleva movimiento por nuestra parte: de dedos, de piernas, de faringe y ya me paro, pero implica acción. Haz cosas, eso es ocuparse. Cuando dejes de hacerlo, por dedicarle foco a otra cosa o para descansar, para la mente, déjalo estar, porque eso que haces ya no es ocuparte. Si quieres encontrar solución, reflexiona con papel y lápiz, escribe tu tormenta de ideas, agenda momentos, conversa con alguien, pinta un mapa mental… y actúa. Pero rumiar de un lado a otro una preocupación no es ocuparte, es desgastarte.
¿Es evitable la preocupación o la angustia? Como emoción derivada de otra primaria que sí conocemos y que está bastante enraizada con nuestras reacciones más rápidas e inconscientes, cual es el miedo, diré que una vez que se apodera de nosotros, resulta complejo eliminarla, aunque existen técnicas para bajar su intensidad e incluso para jugar al ratón y al gato con ella. Eludirla nos lleva a somatizarla en el cuerpo, pues lo que no queremos hacer consciente y enfrentarnos, nos saluda tras digestiones, cólicos nefríticos, dolores de cabeza, palpitaciones, insomnios, etc. Por no mentar cuando intentamos evadirnos de ella con bebidas espirituosas o convirtiendo ciertas conductas en ansiolíticos adictivos. Como paso previo y de carácter preventivo, acudiría al frasco de «toma de decisiones» y una gran dosis del segundo tema: confianza.
¡Ah, con la confianza hemos topado! Eso es para irresponsables, o yerbas, o negacionistas (he llegado a escuchar). La confianza, que no fe ciega, es aquella que nos susurra que somos seres completos, que tenemos todo lo necesario para vivirnos y que venga lo que venga en el camino, podemos escoger nuestra actitud, nuestro último reducto de libertad, y que ello hará que lo veamos y por ende, sintamos, como una gran catástrofe o como un aprendizaje. Y en última instancia ¿qué es la vida sino un continuo aprendizaje?