Día 1. Qué bien, un encargo para lucirme. Ya era hora de que me tocara cerrar el acto. Seguro que me han dejado para lo mejor.
A ver, a ver… que escojo tema… Sí, éste me va niquelado y además creo que no tengo más que fusilar la última ponencia de ese pluscuamperfecto que se cree la bomba y no es más que un enchufado. Yo le puedo superar sin problema.
Día 2. Ahora que me pongo con el tema no encuentro la foto esa que salió en la charla del mes pasado. A la gente le encantó… Bueno, si no aparece siempre me quedará Steve Jobs, Paulo Coelho u Obama. No, no, mejor quito a cualquier político de ejemplo que ahora están a la baja. Rellenamos con video de calidad, frases grandilocuentes y ese nuevo truquito que me enseñaron para que la diapo gire tres vueltas antes de que se centre.
Día 3. Uy, qué mal me he levantado… entre la bronca de ayer y la agenda de hoy, la ponencia me va a salir de aquella manera. Pero sin problema, para lo poco que me pagan para mi caché, cubro el expediente y ya está… es un rato… llevo cientos a mis espaldas.
Venga, venga, que ahora me toca salir. Pues eso, sin riesgos, a hacer buen papel y dar todo de mí.
Voy bien, segurito, veo caras amables, algún que otro entusiasmado… Les he dado ya lo básico que traía preparado y como veo que aguantan más porque no salen corriendo, ale, pues a terminar mi power que todo lo que pone es importante…
¿Quieres saber qué pasó después? ¿Te interesaría saber la opinión de su público asistente? Pues pincha en el enlace que te pongo a continuación donde Celia Domínguez lo desvela en su blog: «O me aportas o no me importas«