Fue una noche, un día, un desayuno, una comida… La palabra más repetida de esta última fiesta ha sido la magia. Noche mágica, ilusión, niños, regalos, deseos, infancia, etc. que cada cual escoja la que quiera. Yo elijo regalo. ¡Menuda materialista! Sí, esa ha sido mi constante estos dos últimos días: pensar que perdía muchos regalos. ¿He dicho perder y no entregar?
Voluntariamente nunca hubiera entregado mi compañía lejos de mis hijos estos días, nunca hubiera entregado ser en presente la sobrina de mi tía Pilar, nunca hubiera entregado mi alegría a cambio de tristeza al ver los rostros de familiares a los que amo y he visto envejecer, nunca hubiera entregado todos esos pequeños regalos que se suponía que me iban a traer a mí los Reyes Magos el día 6. Por todo ello puedo decir que los he perdido y que me han sido arrebatados.
Mas, se supone que estas fiestas de lo que se trata es de eso, de dar, entregar y volver a dar para recibirlo de alguna forma, un regalo, compañía, felicidad… ¿Qué podía hacer yo para compensar ese desequilibrio que sentía? Seguir dando y recibiendo. Así que si un regalo fue tener a una persona en nuestra vida, en forma de regalo la devolvemos serenamente a la naturaleza. Si un regalo hubiera sido preparar el avituallamiento de los camellos y reyes ante la atenta mirada de mi niña y la euforia del «creyente» de la casa, lo obtuve en humildad materna al comprobar que sin mí pueden seguir siendo felices. Si siempre ha sido un regalo reunirnos en familia para abrazarnos y recordar las últimas veces que nos vimos (desde que nacimos algunos hasta hace dos meses u horas otros) también abrazarnos para llorar en silencio y sentirnos parte de algo más grande que la suma de sus miembros.
Se ve que me he vuelto una materialista insaciable porque sigo pensando que he recibido mucho y sigo queriendo más y más… ¿Habrá sido la magia?