Hubo un tiempo que me daba vergüenza, pero vinieron los millennials y se me pasaron las tontadas. Desde pequeña me he acercado a las nuevas habilidades, como las polillas a la luz. Desde maestra, arqueóloga, arquitecta, bailarina, pianista, escritora, gimnasta, cocinera, enfermera, contadora de cuentos, farmacéutica, modista, tendera, abogada, investigadora, patinadora… No sé ni el orden ni el tiempo que me duraban esas vocaciones, pero cuando las sentía, me abandonaba a la experiencia.
Recuerdo un verano de esos interminables, solitarios y monótonos (a mí se me hacían así cuando estaba en casa) que me dio por coger la máquina de escribir y aprender por mi cuenta mecanografía. Copiaba y copiaba los relatos que me gustaban de Conan Doyle y Agatha Christie y al tiempo que disfrutaba de la lectura, escribía con todos los dedos y de paso, me inventaba algún que otro diálogo que improvisaba para hacer la historia más a mi gusto. En verdad, me estaba preparando para ser secretaria.
Otras vacaciones me dio por defender a mis denunciados como en las pelis americanas. Y me ensayaba unas actuaciones… Me vestía con ropas que transformaba yo, y claro, prestaba más atención a la puesta en escena que a los delitos. Terminaba bailando para el jurado, que se rendía aplaudiendo mis cabriolas… En fin, mezclaba las profesiones a gusto, en función de a dónde me llevaba mi estado de ánimo.
Esos sueños infantiles, se fueron estropeando y domesticando al uso. Me llevaron a estudiar Derecho, profesión a la que le agradezco toda la base que me ha permitido después desarrollar mis múltiples facetas. Aprendí a escribir claro y sencillo para convencer a otros de mis ideas; a defenderme empleando las palabras y no las manos; a interpretar un papel y a la salida del juzgado volver a mi persona; a leer y escuchar hasta la última coma y suspiro de lo que los demás me dicen y cuentan; a buscar las originarias fuentes y conformar mi propio criterio; a proveerme de diversa información y seleccionar; a ejercer mis derechos sin olvidar que hay obligaciones; a tener libre albedrío y asumir sus consecuencias; a buscar el equilibrio y la equidad en las relaciones; y a colgar mi título en una pared para que me den al menos, la oportunidad de escucharme y hacer propuestas.
Y no obstante haberme desarrollado, recoger incluso logros profesionales y frutos económicos, sentía que eso no era todo, que eso solo no era para mí, que había tomado impulso y debía girar a nuevos rumbos. Había tocado techo en mis metas y me aplastaba en el suelo de la desmotivación. Te hiciste abogada, ejerces de abogada, morirás siendo abogada… Me parecía más una condena que encasillaba, que un premio a la perseverancia.
Los mil y un hobbies que he practicado han sido en apariencia diversos, como mis inclinaciones formativas. Seguro que existe la categoría de alumno ad nauseam y aparece mi nombre: empiezo algo, lo aprendo, apenas lo domino, empiezo otro algo. Lo aprendo, lo relaciono, me lleva a otro lugar y vuelvo a empezar… Y resulta que nada ha sido incoherente, desde las leyes, la música, el golf, la inteligencia emocional, el canto, la psicología del deporte, la mediación, el esquí, la novela, la sinergología, el inglés, el coaching, la mecanografía…
Tenía la creencia, reforzada por clichés sociales, que o eres un especialista, o un generalista. ¡Y resulta que puedo ser ambas cosas! Que puedo zambullirme en las profundidades de alguna disciplina, como ahora reconozco que he hecho, y al tiempo comenzar con otra que me lleva a lugares que resultarían inescrutables desde siempre la misma perspectiva.
Leonardos Da Vincis hay pocos, es cierto, aunque no quiero imaginar a este genio naciendo en la generación Z con nuestros métodos educativos… Todavía nos asomaríamos a los extremos de la Tierra para ver cómo cae a chorro el agua por los bordes… Pero sí, hoy día podemos disfrutar de varios oficios y profesiones a lo largo de nuestra vida. Los millennials, por ejemplo, se plantean de esta forma sus planes de carrera.
Estamos en los tiempos del reciclaje, la renovación, la formación continua, el vintage y el emprendimiento atemporal. No importa tu condición económica, tu formación inicial, tu experiencia, edad, ni siquiera el lugar de residencia. Estamos en la era de las posibilidades y no lo abandera en exclusiva el gran sueño americano, está disponible por Amazon y en la sección de ofertas.
Cada vez nuestra vida activa laboral será más larga y más cambiante. La necesidades de la sociedad varían con más rapidez. Ya no es una generación, ya vamos por décadas y dentro de poco, por lustros. Estamos más que conectados en el mundo, no hay más que observar lo que ha acontecido con un microscópico agente chino que se ha hecho famoso internacionalmente en cuestión de escasos meses. Se acabó el poner de ejemplo el aleteo de una mariposa ¿quién lo usará pudiendo disponer de moléculas de ARN apiñadas?
Cuando me toca tratar con la empresa relativo a su plantilla y escucho comentarios acerca de lo haragán que es mengano, lo vago que es futano, la poca implicación del coordinador, la falta de iniciativa del supervisor y más tópicos típicos, casi siempre huele a aburrimiento. No hay vagos, desmotivados, poco implicados, etc., hay aburridos. Y esto se da muchas veces porque llevamos excesivo tiempo haciendo lo mismo. A pesar de que los asuntos o situaciones varíen, las destrezas empleadas, el cómo se empleen, o el punto de partida para abordarlas, son las mismas.
Cuando he sentido que he completado una etapa haciendo lo mismo, no lo dudo, me formo en otra disciplina que me reconcilia con la anterior y me abre el abanico de posibilidades. Se me concede la gracia de superar retos de diferente manera que, normalmente, me encaminan hacia la sabiduría. No tan solo al conocimiento, ni tampoco hacia la destreza, sino hacia la sabiduría.
Bendito aquel que tiene la oportunidad de aprender, desaprender y volver a aprender para así, perpetuar un ciclo que nos permite trascender la superficie de lo que se muestra, para encaminarnos hacia la profundidad de lo que se es. De este proceso surgirán los nuevos conceptos de inteligencia y éxito que manejaremos en un cercano futuro.
Bueno, pues en estos rollos me encontraba en plena crisis de mi trabajo, cuando me vino la idea de formarme de nuevo en algo que alimenta mi hambre de avanzar. Me estoy formando como actriz de doblaje. Ya me está llevando a otros lugares, y confío en ir a otros que ni siquiera vislumbro todavía. Esto queda muy poético así, pero de forma prosaica diré que me cuesta dinero, tiempo y esfuerzo ponerme a emprender a mis rondando «el medio siglo de existencia».
Voy a comer a casa de mi padres muy a menudo y soltar estas bombas informativas de mis locuras entre plato y plato, confieso que ha empezado a convertirse en una rutina. Una ya no busca aprobación en lo que planea, pero me reconforta encontrarme con apoyo y la inmensa mayoría de veces, con impulso para perseguir mis deseos. Y aunque no parto de cero y esté muy relacionado con mi actual profesión y mis varias actividades, me queda siempre un pellizco de duda de mis competencias que…
Pero viene mi madre y me abre su regazo con su ayuda y me crezco dos palmos más. Y viene mi padre y me toca con su reconocimiento: lo mejor de todo lo que me has contado, hija, es que tienes ganas. A tu edad se te notan las ganas de emprender y hacer cosas nuevas. Yo todavía las tengo a mis 83. Y con eso, se llega a donde quieras.
Pues sí señor, se ve que esto lo he mamado y masticado en casa, porque tengo ganas, estoy ilusionada y me sigo sintiendo como esa niña en sus largos veranos que ardía en deseos de aprender nuevas cosas. No hay edad. Y me digo: no te rindas, no te conformes, el hoy es lo único que tienes, nunca es tarde, ni temprano, solo hay presente y este es infinito. Aprende para darte más y mejor. Y para eso no hay edad. No hay edad.