No es el presencialismo, es la presencia.

Todavía estamos divididos: el bando del trabajo presencial, el bando del teletrabajo y el que lo quiere mezclaíto, el híbrido. Así nos va y está fenomenal, no todos tenemos que hacer lo mismo ni disfrutar con una única película.

Durante el tiempo de crisis de cero contacto en la pandemia, muchas empresas se plantearon y hasta pusieron en práctica el teletrabajo. Tampoco se entendía muy bien en qué consistía, cómo nos íbamos a relacionar, ni quién ponía los medios y los límites. Pero se hizo. Sirvió, como toda crisis, para romper ideas preconcebidas y limitantes acerca de cómo podíamos servir a la empresa o a nuestros clientes con otras formas o herramientas. Que las cosas sean temporales y las probemos e incorporemos, tampoco ha de ser la siguiente norma inflexible a seguir.

Si me cortan el agua corriente en casa y me apaño con la bañera y unas garrafas, y a la postre aprendo a reciclar mi propia agua y no desperdiciar tanta, cuando se reanude el servicio podré incorporar mejoras en mi uso del agua corriente. Puedo incluso también usar garrafas de vez en cuando o convertir el baño en un embalse casero improvisado, sin olvidar que si había cosas que me funcionaban, las puedo recuperar o intercalar.

Sigue habiendo guerra entre los partidarios de trabajar por objetivos sin necesidad de ver a sus sujetos y los partidarios de ver cómo están los sujetos para confiar en que se alcanzarán los objetivos. Leo muchos artículos donde nos azotamos en España por la cultura del presencialismo. Pues dejemos el látigo y entendamos de dónde nos viene esta afición.

Casi todos hemos pasado por alguna situación en que asociábamos ver a alguien en un sitio con la actividad que suele hacerse. Que levante la mano el que nunca se ha quedado sentado en la silla del escritorio de casa para que sus padres creyesen que estaba estudiando. Una de mis aficiones, la lectura de novela policíaca, viene de mi bachillerato. Además, era matemático, me levantaba al baño o salía al balcón para comprobar que había vida fuera de mi cuarto en época de exámenes, y ¡zasca! te pillaban y si luego te suspendían tenían su justificación por tres momentos de asueto.

Creo haber dado pistas con lo que he tenido que utilizar para describir esto: confianza, vigilancia, resultados, asociación automática… Por no hablar de la ignorancia en qué consiste la delegación y el trabajo en equipo.

Nada, y digo nada, podrá sustituir la química que se produce cuando hay presencia humana. Siempre, y digo siempre, el encuentro físico entre las personas es una experiencia de nivel superior. Partiendo de que está en nuestro ADN que los humanos estamos programados para la alquimia entre nosotros, es lógico que demos mayor valor y aprecio al trabajo presencial. Punto. Esto no resta que en algunos casos el trabajo en remoto sea operativo, factible, económico, sostenible, efectivo y un largo etcétera de excelencias.

Si embargo, hemos de tener siempre presente las premisas de que atribuimos a la persona que está en un determinado sitio, su desempeño consecuente; que el roce hace el cariño y tendemos a forjar mayores y profundos lazos con las personas con las que tropezamos a diario; que tomamos como más fiables los consejos directos cuando nos miran a los ojos y que sobreentedemos mayor implicación cuando las personas gastan más tiempo y esfuerzo en nuestro proyecto.

Ya está, no pasa nada, somos así. Ahora bien, demuestra el grado de madurez aquella persona que va más allá de lo que la inercia le dicta y se toma la molestia de medir resultados, suplir malentendidos, valorar opciones, apreciar lealtades y comprobar las apariencias.

Además hay que entender los contextos y las culturas. Somos latinos, familiares, gregarios, emocionales y expresivos. Así que muchas veces el presencialismo enmascara el protagonismo que le damos a las relaciones presenciales y cercanas.

Y en otros casos, enmascara nuestra ignorancia, recelo, incapacidad, miedo… Detrás de cada conducta y preferencia se esconde un ego dolido. No le hacían caso de pequeño, le traicionaban sus hermanos, le prestaban poca atención, nunca se hacían las cosas a su manera, su opinión no contaba, le aterra perder el control, desconfía de su análisis objetivo. Vaya usted a saber.

A mí la experiencia me dice que ante estas situaciones podemos actuar paso a paso para cambiar las cosas en nuestro entorno laboral y salir ganando todos: 1) Observar qué necesidad insatisfecha reclama esa persona para primar por encima de otras variables la presencialidad. 2) Una vez detectada, podemos proponer soluciones para suplirla en período de prueba. 3) Se reporta periódicamente para incidir en ese nuevo hábito con una comunicación fluida y constante. El método es sencillo, si bien encierra la dificultad de las resistencias personales. ¡Con el humano hemos topado! (Advierto a los millennials que esto es un guiño al libro del Quijote y que viene a decir que después de muchos avances, nos topamos con un muro infranqueable). Una constatación más de que todos los programas informáticos, CRM, planificaciones y novedosas estrategias empresariales nacen y terminan en las personas y su compleja maquinaria.

¿Y tú? ¿Qué prefieres?

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