En el extenso campo que voy sembrando, cosechando, arrasando, abonando, mermando, cuidando, destruyendo, alimentando… en ese extenso campo en el que mi vida ha resultado, están todos mis errados amores.
No dejé de amarme. Ni a esa niña que un día me avergonzaba ser, ni a esa madre en la que me perdí un tiempo estrenando un papel que no tenía ensayo y solo improvisación. No dejé de amarme. Ni a esa altiva joven muerta de miedo por dentro porque se fijaran en mi vulnerabilidad. Ni en esa especial amiga un poco absorbente que me convertí de alguien que luego me rechazó.
No, no lo hice. Pese a grandes esfuerzos inconscientes que cometí para desvalorizarme, no dejé de amarme. Tan solo estaba forjando la mujer que soy hoy. Y a ese campo, tanta tierra fértil y agua dulce aporté, como contaminantes y rayos de ira llevé. Enriquecido barro donde me moldeo a diario.
Me he postergado, sí. Me he creído papeles que me enajenaban de mí y los he representado con gusto, sí. Pero también ese saber esperar y observar y ese ponerme en cabezas que no son mías me ha ayudado a acercarme a los demás. Me he lamido esas heridas y me he secado al sol. Después de conocer el descuido, me amé. No dejé de amarme.
Y yo que he llegado a pensar que me he portado muy mal con personas a las que ignoré, di mi espalda, abandoné o corté lazos, y resulta que me estaba amando… Cuando uno no sabe protegerse de otra manera, esa manera se convierte en un acto de amor. Para no hacer daño, para no odiar, para no culpar. Decir basta. Alejarse del puñal. No ponerse a tiro.
Y aún cuando me sorprenda sintiéndome incapaz, tirando la toalla, suplicando que se fijen en mí, soportando desdenes, quebrantos en mis límites o excepciones a mis valores, me perdonaré. Y me permitiré estar triste por un no regreso, enojada con el viento que me zarandea sin permiso, alegre por un «te lo dije» o resignada en mi quietud. Aceptarme ya es amarme. Reconocerme, es amarme.
Pese a todas mis estupideces, con logros y conquistas a nubes de algodón y todas mis sabias locuras, con lecciones y consecuencias fatales, las contemplo y sé que pese a todas ellas, no dejé de amarme.
Porque cada uno tiene su despertar, sus recursos, su única forma de enfrentar el mundo. Diferentes formas de amarse. A veces confundidas, a veces mezcladas, a veces deformadas, insanas…
Con el latir de un presente corazón me doy la vuelta, miro hacia atrás y así lo siento. Hice lo que hice porque no podía haber hecho otra cosa. Me traté tal como sucedió porque eso sería lo oportuno para que ahora diga con la vista en mi pasado y mis ojos llenos de yo: no dejé de amarme y puedo seguir haciéndolo.
En cualquier momento volveré a caer, a dañarme, a ocultarme, a refugiarme, a herirme… Y volveré a amarme.
Y cuando me pierda, me perturbe, no sepa… te miraré y en ti estaré yo. Eso que di, eso que nos dimos, eso que recibí, eso que se me escapó entre las manos. Aquello que fue inevitable, necesario, voluntario, consciente. En cada una de las mil maneras que tuve de ser. No dejé de amarme. No dejo de amarte.
Al principio de la noche
Alguien escucha el sonido de la noche
y ahora sonríe como también tú sabes:
En tu ausencia oye o recuerda tu voz.
Se inclina a un lado, como si estuvieras.
Su corazón se acelera.
Rememora la precisa curva de tus caderas,
cierta forma algo desordenada de mirar
que a veces hay en tus ojos
y también, ya ves, la forma y el color
de tus piernas, asomando amablemente
por la cómplice abertura de tu falda.
El pensamiento, como sabes, no delinque.
El pensamiento no delinque, mas la palabra expresada sí actúa 🙂 Precioso poema.