Emociones en la empresa

Se han escrito miles de libros, pero seguimos ignorantes e intransigentes con las emociones en el mundo laboral. Que si debemos dejarlas en casa… Espera, me gusta eso. Me dejo el entusiasmo, la incomodidad, la motivación y las ganas de matar a alguien. Sería estupendo. Todos diligentes con las orejeras de burros conectados al ordenador y despojados de principios, valores y sentimientos. Bueno, yo ni voy ¿para qué? En ausencia de miedo por las consecuencias de mis irresponsables actos, que me avisen en mi siguiente vida. Laboral, por supuesto.

Ah, vale, parece que las vamos a incorporar porque asusta mucho este panorama de psicópatas profesionales. Pero está claro que solo vamos a dejar las cool, o sea, las más parecidas a las que colgamos en redes, y también las que tradicionalmente se han visto estupendas: esos enfados y frustraciones con golpes en la mesa, alzamiento de voces, amenazas y malos tonos al personal. Todo muy maduro…

De la mera observación deducimos que hay emociones y conductas asociadas a ellas, incluso muy mal gestionadas, que admitimos y vemos como válidas. Pero… ¿y el llanto? No, por favor, que no se te ocurra llorar, echar una lágrima o emocionarte, eso no está permitido. ¿Por qué? Pues porque venimos de una cultura masculina que no se permitían esos gestos de supuesta debilidad y porque, por lo común, el género masculino procesa las emociones y sentimientos de manera diferente.

Esto mismo hablaba con una cliente en una sesión de coaching directivo. A ella le preocupaba mucho poner ciertos límites o tener determinadas conversaciones incómodas por temor a descontrolar su emoción en forma de llanto. ¿Cuándo? En plena crisis de impotencia.

Esto es crucial, porque marca la diferencia. El género masculino ante emociones y sentimientos de impotencia, los canaliza a través de la ira, la venganza, la huída, el empecinamiento. Pero el género femenino ante la impotencia también la transforma en desesperanza, sometimiento, peticiones de ayuda. En general, las mujeres nos permitimos llorar de impotencia, los hombres se permiten romper cosas. Cada una desde su intensidad, un temblor de barbilla y ojos vidriosos; o los otros, con un puño cerrado al aire y dientes apretados.

Bueno, he puesto este ejemplo como podría poner otros. El tema es aclarar que no somos iguales, que nuestra química es diferente y que nuestras respuestas ante las circunstancias de la vida son diferentes. Ni mejores, ni más adecuadas, ni eficientes. Diferentes.

Todavía el género femenino, las mujeres, no nos hemos incorporado a este mundo laboral y profesional en plenitud. Había un club ya constituido y parece que hemos tenido que adaptarnos y ajustarnos a esas reglas ya establecidas. Pero el club apenas se ha transformado, mayoritariamente ha admitido nuevos miembros. No hay que reivindicar ningún sitio, hay que tomarlo y sostenerlo, pues nadie puede despojar a nadie de su lugar en el mundo si esa persona tiene la certeza del suyo. El problema será la dependencia de la validación del otro para obtener la nuestra.

Queda camino y eso es maravilloso, para que veamos integrados ambos géneros con sus peculiaridades sin que algo sea tachado de correcto o incorrecto en función de lo que venía siendo. En el trabajo, nada de cuestiones personales, se continúa diciendo por ahí. Pero es que somos personas, no podemos desligar nuestra faceta humana para convertirnos en cosas utilizables. Cuando precisamente hablan las políticas organizacionales de humanizar la empresa ¿a qué demonios se refieren si no es a esto?

Pensamos que es mejor asemejarnos a robots o máquinas para abordar los trabajos, sin embargo, a nada que hablas con alguien que le han puesto una multa o le tienen que pinchar para sacarle sangre, apela a la compasión o la empatía que son cualidades humanas. Imagínese un conflicto, o sea, un pleito, donde cada uno mete datos en un formulario y la caja «Judge for the only Truth» te da la sentencia en 5 minutos. Estupendo panorama…

Aunque existan o no diferencias avaladas por la limitada ciencia o por la enigmática espiritualidad, lo cierto es que podemos convivir en el mundo laboral sin renunciar a quienes somos. Da lo mismo que sea por condicionamiento cultural o por hormonas, si somos más de escuchar y emocionarnos, tendríamos que hacer cabida para estas conductas con naturalidad. Aplaudo el ímpetu y el foco en la acción que la energía masculina suele conllevar, y aplaudo la visión y contención en las relaciones que la energía femenina nos ofrece.

Nos estamos perdiendo integrarnos en el trabajo en todos esos detalles de si las mayorías, de si las tecnologías, de si la ropa, de si las conciliaciones, de si los piropos… Detalles, que si bien tienen su importancia, distraen el foco de lo esencial. Hemos dejado de admirar la intuición, el cuidado, la sensibilidad, la ternura, la paciencia. Se toman como conceptos a olvidar, a superar, a desterrar. No hay que renunciar a lo que nos hacía diferentes, complementarias y poderosas.

Si realmente abogamos por humanizar las empresas y organizaciones, empecemos por lo básico y casi instintivo, por aceptar que los seres humanos somos seres emocionales, reconociendo las diversas emociones, validándolas y gestionándolas para crear armonía. Los seres felices crean soluciones felices y aportan lo mejor de ellos al sistema. Dígale usted a un deportista en su final que deje de motivarse, de ilusionarse y de confiar en sí mismo, que eso son paparruchadas de gente happy, a ver qué le dice. Así como tampoco rechaza su ira que la transforma en acción potenciadora. ¡Ah! pero es deporte, contestan algunos osados. Para ese deportista es su trabajo, es su contribución. No distingue su vida de su acción, está todo integrado.

En cualquier acción humana, ya sea empresarial o no, acudimos con todos nuestros recursos: intelecto, energía vital, emociones y alma. No puede ser de otra manera. Las emociones, cualquiera, no son ni buenas ni malas, ni adecuadas ni desacertadas. Las emociones, si las identificamos y recogemos la información que vienen a darnos, podemos integrarlas en nuestra acción de la manera más oportuna a ese momento y a nuestro nivel de conciencia. Bienvenidas sean por la información que nos traen. Solo las organizaciones inteligentes saben gestionarlas. Ya las hay, ya están aquí y cada vez se unirán más: empresas con alma.

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