Con ocasión y motivo de los cursos de networking que imparto, así como desayunos y comidas a las que acudo, además de ampliar mi red me ha servido para aprender de sociología en estado práctico puro. Sólo me falta la bata blanca para entrar en este fantástico laboratorio llamado mundo de relaciones humanas.
Dicen por ahí que así nos relacionamos, así somos. Y dicen y aseguran también por ahí que hay personas capaces de calar a los demás en un rato de conversación. Y hasta yo me he creído, no sin engreimiento, que eso era posible y acertado. Luego con el tiempo y los chascos te das cuenta que queremos ver en los demás lo que queremos ver, cuando y donde queremos verlo y en la intensidad que hemos decidido verlo.
Todo es una cuestión de poner foco y predecir para acortar tiempos cuando te presentan a alguien o cuando acudes a encuentros sociales. Nos sirve para tratar de acertar si te va a merecer el tiempo invertido en esa persona. A pesar de todo, precisamos dar segundas oportunidades a personas y dejar a un lado nuestros prejuicios y bla, bla, bla… Mira, principalmente para mí hay dos tipos de hombres a los que rehuyo:
—a los que hablan de su miembro con eufemismos, o sea, de su coche, de su barco, de sus viajes, de su status, de sus logros, de su dinero y de sus medallas.
—a los que les huele el aliento.
No puedo con ellos, ni segundas ni medias oportunidades, habiendo tanta gente por ahí para relacionarte o trincar como cliente ¿por qué? ¿por qué me voy a clavar alfileres yo misma? Menos mal que todavía no me hacen falta las progresivas ésas, así que en cuanto voy acortando distancia, los del aliento ya los posiciono a derecha o izquierda y no los mantengo de frente.
Y a los otros, normalmente se les detecta de lejos muy bien, porque suelen tenerla desplegada como unos 7 metros antes de su persona con señales comúnmente conocidas. Si te acercas, al final «su grandeza en expansión» te va empujando hacia la salida. No cabemos todos.
En cuanto a las mujeres, no tengo especiales categorías que rehuir. Me fascinan hasta las que te miran de arriba abajo. Ésas son las que más, aprendo muchísimo con ellas. Hay estudios científicos acerca de en qué nos fijamos los hombres y las mujeres, que ni de lejos se imaginan la realidad porque no han topado con éstas.
Adrede me sitúo a diferentes distancias para confirmar donde suelen detenerse. Me han salvado de apuros donde me percaté de esa carrera fina en la media por detrás de mi pantorrilla… O ese botón indiscreto que se desabrocha a dos centímetros y 3 milímetros de la glotis… O ese mechón de pelo que se ha desviado de su efectivo sitio. Son las mejores cuando te vas a levantar para ir al baño o hacerte una foto. Nos prestarían todavía más un gran favor si portaran espejos instantáneos, pero claro, no se les puede pedir más perfección.
Bueno, a algunas sí que… Debo tener esto del sentido del olor desarrollado, porque si bien a los hombres era por malo, a ellas las mantengo a prudencial distancia de seguridad por excesivo perfume. Me saturan tanto las sensaciones que me impide comer, charlar y hasta pensar. No tengo peor alérgeno que un floral Dior, Narciso o CH para anularme como persona, a la par que las cotillonas, criticonas y amargadas despellejando en grupo a alguna no presente. No hay maquillaje en el universo que pueda tapar ese gran defecto.
Antes las sufría en silencio, pero de un tiempo a esta parte me niego a ser cómplice callada de sus fechorías. Si puedo, me excuso y me voy, o intento cambiar de conversación, o pongo en cuestión su parecer frente a las demás y si me toca a alguna amiga, la defiendo. Es una práctica femenina que detesto. Enmascara en grado superlativo la envidia impotente que sienten frente al blanco de sus habladurías.
Con el resto de defectos, puedo vivir y convivir. Supongo que eso que detesto en los demás es lo que detesto cuando lo identifico en mí, pero con causa o sin ella, cuando me acontece imaginariamente alargo el brazo y procuro mantenerme lo más lejos posible.
¿Lo que más adoro? la gente a la que le brillan los ojos cuando te habla de su vida, ya sean malos momentos, buenos, ilusionados, realistas, maduros, proyectados o errados. Hasta soy capaz de taparme la nariz mentalmente…