Existen pequeños gestos cotidianos que son dignos de ensalzarlos a los cielos de los grandes éxitos vitales, como la elección de mis toallas.
Corrientes, anónimas, de calidad media, de precio asequible, de fácil adquisición, de existencia generalizada, de amplia distribución, de diseño inadvertido… Eso sí, de color rosa empolvado.
De un color tipico de toalla, ya muy visto, recurrente, sin innovaciones cromáticas significativas.
Lo que las hacen especiales es que yo las elegí.
He deseado tener mucho antes y tantas veces como he ido a comprar toallas, que estas fueran de ese color. No sé, manías… Me gustan las toallas de ese delicado color que me recuerda al ajuar doméstico de mi abuela.
Mas nunca lo hice. Es absurdo las cosas que uno se guarda, se reprime, pospone o no comienza.
La cuestión es que el otro día estaban delante de mí esas, entre otro montón de coloridas y provocativas toallas, con flecos, dibujos, encajes, cenefas, pasionales rojos, nacarados azules, elegantes beige, gamas de cálidos, agradables combinados… Y ningunas resaltaban tanto ante mí como esas toallas de rosa empolvado.
Una idea nueva o muy antigua postergada, se alió con mi mano y en un tris agarré el perfecto lote que me estaba reservado para mi conquista emocional. Las estrujé con mi antebrazo contra mi pecho y me puse a la cola de la caja.
¿Cómo es posible que la dependienta no se diera cuenta del logro que yo acababa de atesorar? Mi cara debía de ser todo un poema… Y ella, con la mayor de las ignorancias les pasó el codificador, las metió en una bolsa comercial y me exigió la fijada cantidad de rescate, cosa que atendí rápidamente.
Y que conste que no es apego a esos pequeños tapices de algodón. Si las pierdo, se estropean, se manchan o rompen, ya me traen al pairo.
Su gran momento de valor y significado ya lo tuvieron al haber sido partícipes de mi cambio de actitud. He sido capaz de elegir y estrechar entre mis brazos, sin más vueltas, rodeos, justificaciones ni enmiendas, lo que yo quería: toallas de color rosa empolvado.