Mirar con ojos de niño

A los niños nos maravillan las cosas simples… Sí, claro, los juguetes sofisticados, grandes y con luces también, pero un rato. A los niños nos maravilla en realidad comprender nuestro alrededor y asombrarnos cuando somos capaces de entender una pequeña parte de nuestro universo.

Para mi gusto este mundo contiene demasiada información que no consigo descifrar. ¿Cómo sale de la tele y para todos al mismo tiempo el sonido y la imagen que están grabando a miles de km? Y no digamos la radio, la wifi, los blutuces, los ruidos, la luz, el polvo, los perfumes… ¿Todos juntos ahí por el espacio y al chocarse no se lían?

Hay cosas de la ciencia y la mecánica que me parecen fenómenos paranormales, será por eso que me fascinan tanto los artilugios de IKEA que consigo desentrañar y montar. ¡Una silla,  he montado una silla! Ni que me regalaran el must de Marc Newson, no se puede comparar el placer de ver tu silla en tu casa y que se mantenga más de una semana usándose. Eso es como que cuelguen tu mural en la puerta de clase.

Cuando alguna vez he visto una película o serie sobre gente que sobrevive en la naturaleza sin nada más que su ingenio, me viene así una cosa por dentro… Yo creo que si fuera por mí ni el fuego, ni la rueda… Entonces me reconcilio con la modernidad y agradezco las cosas simples y sofisticadas que han dejado los demás.

¿No es maravilloso abrir un grifo y que salga agua? Todavía me gusta más el grifo ese que todo lo tira. ¿No debería festejarse diariamente que quieras desplazarte y un cacharro te acerque atravesando mares, tierras y aires? Esto me venía diciendo en el tranvía que me conduce a mi destino y casi al ensimismarme me lo pierdo: una espectacular vista de la bahía de Alicante…

¡Qué privilegio poder contemplarlo! Ya no sólo vivir aquí, cada ciudad, pueblo o rincón contiene en sí una belleza.  El privilegio ni siquiera es poder verlo. El privilegio es poder apreciarlo.

Si sólo tenemos juguetes sofisticados no apreciamos las cosas simples, desconocemos qué es jugar por jugar, no sabemos qué hacer con un par de tacos, una caja, un papel en blanco o un dado. Comprender la sencillez es una garantía de felicidad en los buenos y en los malos tiempos. No es sólo por la carestía, es por la gran virtud de apreciar las cosas, de comprender su significado.

Voy a contar la anécdota que me marcó y que me permite «soportar» algunas bajadas de estatus o pérdida de cosas materiales. Porque está muy bien eso de creerse siempre alma espiritual, eso sí, mientras pueda comprarme en el súper lo que a mí me gusta, me pueda tomar esas birritas con los colegas, me desfogue haciendo un viajecito de ná y reemplace por otra esa chaqueta a la que salieron brillos por vivir tan intensamente…

Andaba en mi época de asesora de empresa y una se codeaba con gente de alto standing económico. Cierto día cierto señor me contaba muy ilusionado que en breve se marchaba rumbo al paraíso cruzando el gran charco con su mega barco de no sé cuántas esloras y que estaba tan feliz cual perdiz con su posesión náutica que ni bajaba a la mundana costa. Desde mi barco no necesito más: me sirven la comida que me gusta, están algunos amigos que yo quiero y ni me mancho de arena, total, vista una cala, vistas todas, ya no me gusta el mar si no es en mi barco, me decía rememorando la época estival pasada.

Yo lo escuchaba y asentía como si me pareciese un plan estupendo, y en verdad me lo parecía y así lo era. Pero me dio por pensar en lo mío, como encontrando una experiencia pareja para comprender mejor lo que me compartía y me acordaba de un día… Nada que ver con el suyo… ¿Por qué me venía a la cabeza ése? Tarde de agosto, playa de la Costa Blanca…

Está bien, no podrían hacer los de «Viajeros por las costas del mundo» ni cuatro programas conmigo, pero más allá de Jávea sí he estado ¿eh? El caso es que me vino a la mente una playa bastante corriente y vulgar, de esas que la arena se enfría al caer el sol y la sientes bajo tus pies mientras andas dejándote hundir adrede hasta los tobillos. No estaba en absoluto en silencio y aún así la cháchara de unos y la sempiterna risa de unos niños no ensordecía del todo las olas que rompían a escasos dos metros de donde estaba.

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Al mirar hacia el horizonte algo se interponía en esa imaginaria armonía, nada más ni nada menos que la silueta regordeta de un hombre detrás de una caña de pescar oteando el mar tan concentrado como si un gran banco de atún fuera a pasar por delante y precisara de su pericia para dejar testimonio capturando él, la mejor pieza. No faltaba su cubo vacío, su cajita con bichos ni mis inmediatos recuerdos a mi infancia cuando mi padre se empeñaba en sacarnos a mi hermana y a mí a pescar con gusanos. Le fueron suficientes tres arcadas y gritos para desistir de ello. O migas de pan, o camarón sin ojos para no ver cómo los insertábamos en el anzuelo. Nunca aprendí ese arte…

No obstante, me gustaba observar a esos hombres entregados a la tarea de ver el tiempo mecerse en las olas y pese a que no me acuerde de muchos más detalles, sí de que el picnic que alguien especial me preparó para darme una sorpresa sabía a manjar confeccionado con pan de molde blandengue, queso derretido y jamón york al aroma de mar de tarde de agosto…

Lo más snob que tomábamos era un benjamín de cava en un vaso de plástico, pero si hubiera sido agua recalentada con regusto a su envase, te juro que me hubiera dado igual. Yo que soy de Alicante ¿cuántas veces he ido a la playa?  ¿Y a cuántas playas a mi edad he ido? Debo estar harta ya se supone, pero no. Aún cuando hay gente y no tienes intimidad, la arena se cuela en todos los rincones y no te sirven delicatessen recién horneada, soy capaz de apreciarlo y por ende, disfrutarlo.

Y aunque de muy diversas formas, maneras, estados de ánimo, presupuestos y situaciones he estado en una playa, a cada una le he sacado su encanto. Para ello no me pongo mis gafas último modelo acordes con «me molesta el gentío, la arena pica, el bocata se me hace bola, estoy incómoda o en mejores plazas he toreado». No, me dejo mis gafas y mis filtros oculares para volver a mirar con ojos de niña y entonces otra vez las cosas más simples vuelven a cobrar significado.