Mi talento, mi contribución

Si leíste mi post anterior (https://laurasegoviamiranda.com/cual-es-mi-talento-mi-contribucion/) igual te quedaste con ganas de ahondar en la materia, de indagar en ti. Pues, efectivamente, este post quiere ser la continuación de aquel malestar que expuse y al que queremos ponerle solución.

Podemos dividir a la población laboralmente activa en varias categorías, pero a mí me facilita simplificarlo en dos grupos: los que disfrutan con lo que hacen, y los que no. Podríamos caer en la trampa fácil de incluir las circunstancias, la clase social, los recursos y todo eso. Pero entonces, cerramos el chiringuito de las posibilidades, para ponernos en manos de la Providencia y ¡a penar, que son dos días!

Cuando nos hacemos la pregunta sencillita: ¿Con qué disfrutas? Nos sale con frecuencia la respuesta: pero es que de eso no voy a vivir, es que eso no lo he estudiado, es que no es tan sencillo, es que no puedo, es que… Con todos esos «esquejes», plantamos la resignación, la conformidad, el victimismo, la desvalorización, la lógica aplastante y obtenemos esos muy floridos resultados.

Vamos a seguir indagando si no aparecen respuestas prontas: ¿Para qué te llaman en tu casa o tus amigos para que les resuelvas? Esta pregunta es interesante incluso, que te la respondan los demás. Si somos varios hermanos ¿cuál es mi papel? Cuando montamos un evento, una comida, preparamos un viaje ¿de qué me suelo encargar o me piden los demás que me encargue yo?

A ver, no se trata de quedarnos con la actividad en sí, se trata de averiguar qué habilidades personales ponemos en marcha para que las cosas funcionen. Esto es relativamente sencillo de verlo cuando trabajamos en equipo. Y ojo, que este término no te apabulle: «trabajar en equipo». Preparar la fiesta de cumpleaños de un amigo, invitar a tu gente a casa, ir de viaje en grupo, etc. son actividades de trabajo en equipo y es ahí donde podemos observarnos.

Normalmente coinciden tus gustos con tus habilidades, pues aquello con lo que disfrutamos, solemos repetirlo. Toda actividad repetida nos convierte en habilidosos y como es algo deseado, buscado y no lo sentimos como algo esforzado, tedioso o complicado, pues todavía más lo hacemos. Bueno, pues ahí, es buen lugar para buscar tu talento y tu contribución.

El talento podría ser algo así como un potencial que viene de serie (genéticamente, legado del clan, primeras experiencias, tocado por dioses… la explicación que quieras) y la contribución es el ejercicio consciente de ese potencial que te pone al servicio de los demás.

Notarás que estás en el camino correcto de tu contribución, porque no estarás en modo petición (ni aplausos, ni dineros, ni estima, ni favores, ni honores, ni deudas) estarás en modo entrega. Cuando te estás entregando a los demás, pierdes la noción del tiempo, de la recompensa, de tu escucha corporal, de tus miedos o limitaciones Te conecta con lo que estás en ese momento haciendo y te olvidas de ti.

Quizá hayas llegado a este punto: ya sé qué me apasiona, he averiguado cómo entrenarlo, coincide con lo que los demás perciben en mí y además confío en mis capacidades y fluyo. Perfecto, ¿y si ahora te digo que da lo mismo la profesión que ejerzas o la actividad que desarrolles? Vuelvo al principio de todo: tu contribución se reduce a la esencia, y ésta impregna todo lo que hagas, con independencia de lo que hagas.

Aunque no te vea, sé que puedes ser uno de los que acaba de fruncir el ceño… Claro, claro, hay trabajos que son para realizarse, pero otros… Enseguida se nombran los oficios artísticos y bohemios, los admirados y bucólicos, los vocacionales y agradecidos, los grandilocuentes y poderosos, los que son a la sombra y sentado, los que ganas pasta gansa… Pues aún en otros que consideramos menos deseables, hay quien encuentra pasión en lo que hace, entrena su talento, influye desde su lugar y se halla pleno.

Nos han vendido que nuestro sentir depende de lo externo: de un jefe, de la remuneración, de tu puesto asignado en la sociedad… Si te has comprado esa historia, lo lamento, te auguro un ladrillo insufrible. Cierra el libro y vete a por otro que sí contenga la historia de tu propio ser.

Cierto es que nos falta una vuelta de tuerca más en el bienestar de la Humanidad, y es que de la Edad Media, nos pasamos a la Industrialización y ahí seguimos… Nos hemos puesto como locos a robotizar el mundo y nos hemos pasado de frenada metiendo a las personas en el mismo saco de las piezas. De ahí que reemplacemos unos por otros, quitemos y pongamos personas, anunciemos las características y colores de cómo queremos las piezas y si no sacan la tostada con el crujiente deseado, a por otro. Si entramos en ese juego, es muy probable que nos olvidemos de para qué estábamos haciendo qué.

Como yo tengo la creencia de que como más aportamos es desde nuestra historia personal, la voy a contar. Diré que me ha costado, y me sigue costando descubrirme. A cada día que pasa, me sorprendo de mí. Y ahora que se supone que entro en una edad que tendría que estar casi todo hecho, he de decir que en verdad estoy tirando del lazo que desenvuelve este regalo y mis ojos se abren maravillados cada vez más. ¡Cuánto potencial llevamos dentro y ni nos imaginamos!

Y yo que pensaba que servía para abogada, coach, formadora, escritora… Y es que efectivamente, eso son profesiones y sirvo para ejercer esas, o cualquiera otras, siempre que ponga en marcha mi talento para aportar valor a los demás con mi particular contribución.

Mi carrera profesional ha tenido un hilo conductor y sin embargo, vista desde la superficial mirada, no se aprecia. Remontándome a la infancia… ¿Sabes que mi primera amiga era sordomuda? Recuerdo que en el jardín de infancia, al que entraba llorando, permanecía llorando y volvía a casa llorando con las mejillas enrojecidas con llagas, conseguía calmarme al lado de esta singular niña. No tenía que hacer nada con ella más que sentarme de cuclillas en el patio, porque no iba a mi clase y hablarnos con la mirada y los gestos para hacer montones de arena.

Me llamaban en casa la llorona. Lloraba tanto y por tantas cosas, que no me sentía capaz de hablar para expresarme. Tampoco sabía exactamente cómo hacerlo, aunque fui asimilando que los resultados de llorar no me agradaban y hasta me impedía conseguir mimos y comprensión pues, paradójicamente, causaba el efecto contrario, rechazo y hartazgo. No me relacionaba con casi ningún niño y me aplicaron pautas para superarlo, haciendo que fuera yo la que hablara en la tienda de chuches para pedirlas y que no me amparara en las faldas de mi madre y mi hermana mayor. Si quería algo, debía ser yo la que hablara.

Cuando entré en el colegio, quise mostrar otra cara al mundo. De ser timidita, llorona y débil, me vi poco a poco convertida en una niña extrovertida, valiente y fuerte. Sí, alguno que se dedique al eneagrama podrá entrever que mi ocho se forjó a fuego vivo en esa época… Hasta tuve «protegidos», niños por los que yo daba la cara si alguien se metía con ellos. Creo que fue cuando me puse el traje de salvadora. Y es que me veía tan identificada. Ya hablaba yo por ellos…

En mis primeros trabajos, la gente se sentaba en mi despacho (algunos lo llamaban consultorio) a conversar conmigo y yo escuchaba lo que en verdad querían decir a otras personas, pero lo hacían a través de mí. Se desahogaban de sus padres, amigos, parejas, compañeros. Curioso…

Pasaron los años y me entraron varias afonías seguidas. Un médico especialista, tras una visita corta y basándose en antecedentes maternos, me dictó un bonito veredicto: tienes una laringitis y se te hará crónica, sufrirás de afonías de por vida, hazte a la idea. ¡Que bueno, el tío! No sabe lo agradecida que le estoy. Ya puedes vaticinar lo que hice: intentar demostrarle/me todo lo contrario.

Apenas empecé a estudiar inteligencia emocional y asertividad y mis afonías, laringitis, faringitis, itis…, desaparecieron. Por fin encontré una manera de decir las cosas con cada vez más amabilidad. Me cambió la vida no callar lo que me hacía daño y así no ahogarme en lágrimas internas.

Encontré mi voz. Y esta puede ser escrita, hablada, orada, susurrada, proyectada… Encontré mi voz, mi talento.

Pero aquí no acaba la cosa, ya dije antes que el talento es el potencial que uno desarrolla y entrena. El talento es el don, la habilidad, la capacidad. A este don hay que sumarle cosas para que vaya tomando cuerpo y cuanto más le añada, más versátil será. ¿Al servicio de qué? Esa es la contribución.

Las profesiones nos ayudan a desplegar esta contribución, pero no son el fin en sí mismas. Desde ellas se puede apreciar en mayor o menor medida, pero si despliegas tu talento, la contribución se muestra. Yo podría trabajar de camarera, de enfermera, de senadora, de conserje, de tendera, de lo que se me ponga por delante. Siempre que emplee mi talento al servicio de los demás, me conducirá a mi contribución. Y poco a poco, la vida me colocará en donde mejor pueda hacerlo.

Eso sí, hay que estar atento y confiar. Lo que entregas, crece en ti. Lo que das, te lo das… Poner voz donde había lágrimas. Dar voz a quien no cree tenerla. Acompañar con voz desde un interior mudo. Servir de voz…

2 comments

  1. No parece posible exagerar el poder atribuido a la palabra. «En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas. Dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz» (Génesis 1, 1-3). A partir de ahí, la palabra de Dios ejerció su poder creador y ordenador del universo.

    He aquí algunas citas sobre el poder de la palabra; de Mishima, de Murakami, de Castaneda, de Landero y de Richard Wilhelm:

    https://imagoestinaqua.blogspot.com/2019/02/mishima-el-sol-y-el-acero-gary-burton.html

    https://imagoestinaqua.blogspot.com/2019/02/murakami-de-que-hablo-cuando-hablo-de.html

    https://imagoestinaqua.blogspot.com/2019/02/castaneda-el-conocimiento-silencioso.html

    https://imagoestinaqua.blogspot.com/2020/02/luis-landero-lluvia-fina-luar-na-lubre.html

  2. Laura Segovia

    Qué manera tan bonita de realzar mi post. Muchas gracias, alabado sea Dios 😉

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