Querido Dios (papá, pareja, amante, maestro, M…):
Comprendí el juego. No necesito que me mires, ni llamar tu atención. No preciso obtener tu aprobación o reconocimiento en cada cosa que hago. Ni siquiera lo querría de manera inconsciente. Además, tú ya no estás tan arriba. Bajándote un poquito desde la altura, me he ido poniendo en un lugar donde me siento más cómoda. Miro a mi alrededor y aquí me gusto más. Te resistes. Lo sé. Pero tampoco me compete a mí tocarte y que te sepas de distinta materia.
Los aires celestiales… es lo que tiene, te hace insensible, incluso a los vendavales. Te envuelve una pequeña neblina de gloria que ciega e impide contemplar la realidad. Mi realidad. Aunque de todo eso la causante soy yo, pues tanto removí el aire para que me veas, que evaporé mil gotas de esfuerzo.
Querido Dios:
Siento tristeza por abandonar viejos hábitos. Me hunde en soledad saberme la proveedora de mi consuelo. ¿Y si no remonto? ¿Y si fallo? ¿Y si no valgo? ¿Y si no puedo? ¿Y quién me contesta estas dudas? Desde luego, tú, Dios, no. Desde esa posición de Dios, no.
Entonces Dios se compadece y viendo que me tiende su brazo y que su mano desde arriba me alcanza, la tomo y parece que… Parece. Mas no es real. No estoy a su altura y solo desde la cima uno está lejos y a salvo de los abismos. Y allí no llego. Por mucho que lo intento, más arriba se sitúa, guardando siempre infeliz proporción.
Los dioses no pueden dejar de ser dioses y han de mantener esa distancia o se desvanecen. No puedes estar con ellos. Si se confunden con materia no divina dejan de ser dioses. No sirven a su cometido. Además, en nuestro anhelo de ser aceptados entre los Olimpos nos perdemos nuestra fiera y bella humanidad.
Querido Dios:
Ya no quiero estar contigo. No te quiero, Dios. No te puedo amar. Soy un ser de amor y a ti no te puedo amar. No te puedo cuidar. No puedo ofrecerte lo mejor de mí para que tú seas lo mejor de ti. No puedo sentirme corresponsable de lo nuestro y servir a mi propósito, que al fin es el mismo que el tuyo.
Si te dejo siendo Dios, te puedo adorar, pero no amar. Y tú no me amas. No, tú no me amas, porque entonces nunca jamás te habrías convertido en Dios.