¿Y si me dice que no? Prefiero no saberlo, prefiero no salir de dudas. Pero entonces ¿cómo saber si…? No, no,no, mejor no le pregunto y así nunca me rechazará. Parece de estúpidos pensar así, pero el mundo o al menos el mío, está lleno de ellos y hasta me mimetizo un montón de veces. Creo que es uno de los males más extendidos: el miedo al rechazo.
Si nos ponemos a pensar cuántos miedos existen, podemos hacer una larga lista. Venga, vamos a empezar por los más conocidos: miedo al fracaso. Éste es de los estrellas hoy día, tanto en el trabajo como en la parcela personal. ¿Y si no me sale bien? ¿Y si lo intento y fallo? Eso, eso mismo me pregunto yo ¿qué pasa? Ahhh, que te toca volver a empezar o replantear las cosas, campeón, y eso parece terrible, es mejor quedarte donde estás, así no te «equivocas» hoy, ya si eso, mañana estarás «equivocado», pero hoy todavía te sientes competente, no has perdido valor. Todavía hoy que no lo has intentado sigues siendo merecedor de alabanzas, no te rechazan por… ¡Vaya, salió el rechazo!
Otro de los buenos es el miedo al éxito. ¡Alaaaa, ese no existe! ¿quién va a no querer triunfar? Pues es que… (y alguien levanta tímidamente la mano) yo creo entonces que me toca demostrarlo siempre y… ¿voy a saber mantenerlo? Si vuelvo a caer (fracasar) entonces voy a quedar fatal… Por no hablar de las envidias y malos rollos que voy a suscitar entre ciertos míos y entonces me van a rechazar… ¡Otra vez el rechazo! Ya van dos…
Le toca al turno a uno de mis preferidos: miedo escénico. Ése sí ¿eh? ése sí que es conocido y nadie duda de su existencia, ni de cómo actúa, ni de cómo se nos manifiesta. Somos capaces de detectarlo en los demás y cuando lo vemos en escena ¿qué hacemos? ¿burlarnos, mofarnos del que lo padece? ¿ridiculizarlo? Umm, curioso… contrariamente a lo que pensamos que hacen los demás cuando nos ven en pleno ataque, cuando somos observadores tendemos a empatizar, a comprender, incluso a valorar como digno de aplauso que tenga las suficientes agallas de… No, no suele provocar rechazo… ¡y ya van tres!
Ahí casi me paré, porque salvo el miedo a padecer dolor, dejar de existir y a ser controlado por los demás, el resto (miedo a ser indigno de amor, a no ser valioso, a ser malo, a quedarse solo, a ser incapaz, etc) puede encasillarse en el miedo al rechazo. Si somos rechazados, cual perros desterrados de la manada, no sirven de nada ni nuestras valías ni nuestras muestras de afecto, así que para ganarnos a los demás hacemos cosas que no queremos, que nos hacen sufrir, que nos aparta de nuestra autenticidad o nos impide ir hacia nuestros sueños y todo… todo por no ser supuestamente rechazados.
Un alto precio ¿no? Se ve que nos dotaron de vergüenza, de baja estima, de inseguridad, de vulnerabilidad y un montón más de emociones, sensaciones y conductas asociadas para que nos resultara tan desagradable en su inicio que intentáramos por todos los medios volver al redil. Y ante ese panorama ¿qué hacemos? pues no salir de dudas, evitar por todos los medios ese posible rechazado y claro, lo mejor es no emprender nada que ponga en riesgo lo hasta ahora conseguido, no sobresalir en exceso para no llamar la atención, no mostrar nuestra vulnerabilidad ni exponernos a posible escarnio público. Y por supuesto, por encima de todo, no formular esa fatídica pregunta, no vaya a ser que me responda…