Esta expresión («Mamá, mañana tenemos examen») no parecería rara si no explicara que se trata de una forma verbal correcta y no figurada y de que además el supuesto hijo se afeita hace cuatro años con regularidad. Señores, no estamos educando niños para ser los hombres y mujeres del mañana, no, ni mucho menos. Estamos educando a los niños del mañana.
¡Que levante la mano el progenitor que esté sacándose Primaria o el Bachillerato de nuevo! Que conste que yo la subo con intermitencia y aunque cada vez lo hago menos, he vuelto a repasar ya tantos conceptos, clasificaciones y definiciones, que mi pericia en el Trivial ha subido un 30 %. Tan metidos estamos en ello, que hasta los profesores se permiten el lujo de decir que los padres debemos hacer un esfuerzo con nuestros hijos para que superen los supuestos baches académicos. (¿Sacar un suficiente es tener un bache? ¿Que se le tuerza la letra en una hoja de cuadritos es un bache? ¿No haber memorizado del todo la tabla del 8 en el mismo trimestre que se la enseñan es un bache?) No sé, queridos padres, si esto os suena, pero yo no dejo de escucharlo desde que volví a Primaria.
Ahora se les exige muchos a los niños, te justifican algunos. Mentira, no se les exige a ellos, nos lo exigimos a nosotros a través de ellos. Si esto fuera así, no seríamos los padres los que tendríamos que hacer de profesores improvisados, de tutores de estudio, no tendríamos que contratar profesores particulares para enseñar la resta con llevada, ni arrastrar asignaturas de refuerzo, ni extraescolares académicas… ¿Esto qué es? La escuela tiene que estar dirigida a ellos, no todos dirigidos a la escuela.
Imposible, no podemos quedar, estamos hipotecados con los niños, me dicen algunos amigos los fines de semana. Hombre, claro, un examen de las partes del cuerpo o de la multiplicación distributiva echa por tierra cualquier plan. No quiero ni pensar cuando empiecen con las derivadas, me comenta otro. Pues mira, yo ya tiemblo si me sale un hijo ingeniero yo que era de letras puras. ¿Te imaginas qué trimestre tomándole la lección para que saque en la Facultad un triste notable?
En realidad no es la escuela, no son nuestros hijos, ni siquiera esa supuesta exigencia social; somos nosotros los que no queremos quedar mal ante los demás. No permitimos que nuestros hijos se equivoquen, no permitimos reconocer que no son del sobresaliente en todo, no permitimos compararnos con los demás a través de nuestros hijos y quedar por debajo. Nos sentimos más o menos realizados como padres dependiendo de sus resultados académicos y antes que aceptar realidades o intentar cambiar nuestro pequeño mundo, nos subimos al carro:
– Estudiamos con ellos en vez de enseñarles a estudiar. Que no aprueban, que olviden lo importante, que se den cuenta que basaron su estudio en la memoria y ésta falla, que si estudias 6 retienes sólo 3, etc. son lecciones que ellos deben aprender y que yo sepa, cuando uno aprende no es competente, no es sobresaliente, tan sólo es un aprendiz.
– Les hacemos los trabajos en vez de esperar a ver qué se les ocurre. ¿No es maravilloso ir por los pasillos de Infantil y ver los trabajos de los niños de treinta y muchos años? A ver ¿desde cuándo el pegamento se pone sin salirse de los bordes y los colores coinciden con la realidad? Tómense la molestia al menos de disimular.
–Les corregimos los deberes en vez de que el profe vea sus carencias a la hora de explicar. Una cosa es un despiste, un concepto mal atendido en clase, pero que le suene a chino es que algo falla. Los malditos deberes son para machacar el rollo que el profe les suelta. ¡Uy, perdón! la frase me ha salido muy espontánea, esto de mimetizarme tanto en Primaria… Los deberes son para reforzar las explicaciones en clase (¿queda mejor así?) y si vemos que no está bien asentado el concepto, debería ser otra vez el profesor el que con su psicopedagogía intentase de nuevo iluminar al alumno en su viaje hacia el conocimiento. He dicho.
Así que señores, si desean ustedes seguir haciendo lo mismo y educar a sus hijos para que sean los niños del mañana, sigan tomando lecciones, haciendo los trabajos por ellos y no dejando que se equivoquen, y de paso, no sean tontos, aprovechen la ocasión y matricúlense en la misma carrera de sus hijos. Sacarán un título y se codearán con jóvenes los fines de semana. Luego no se quejen de que los llamen pagafantas.