Me pirran los envoltorios, las cajitas, los lazos, los brillos, los colores y todo lo que recubra con belleza la esencia de las cosas. Sí, ya sé que no debuto en esta categoría humana de gustos, pero de particularidades va la cosa, pues cada uno reacciona de diferente manera ante los mismos hechos. Y yo no dudo ni un instante si se trata de ABRIR EL PRESENTE.
El caso es que regalé una caja con sabrosos bombones envueltos en preciosos papelitos. Y no se los comió. No los abrió. No los disfrutó… Son tan bonitos, que me dan pena, me dijo.
¿Que se acaben? Se pueden adquirir más, e incluso más pomposamente envueltos y juro que no desbaraté mi economía familiar…
¿Los voy a gastar yo? ¿Que mi persona sea la que los saboree y los acabe? Yo creo que ahí está el quid de la cuestión. Por ahí se ha colado disfrazada la creencia number one en la lista de las top más limitantes y que subyace en todo ser humano: No valgo, no lo merezco, no soy suficiente.
Que vaaa… tan solo es que son tan monos que… Bueno, seguir hablando en estos superficiales términos me aburre hoy en exceso. Así que me voy a saltar toda la parte que da muchas vueltas para llegar a la toma de consciencia necesaria que nos haga concluir que no ABRIMOS EL PRESENTE porque no nos creemos merecedores de disfrutar en ese instante de vida todo lo que ese insignificante objeto viene a significar en forma de metáfora.
Cualquier cosa que la vida (un amigo, un hermano, un amante o un viandante) nos ofrece y nos agrada, nos construye, nos aporta y nos emociona, es perfecto para nosotros y como tal, podemos, si así lo deseamos, aceptarlo y recibirlo como seres válidos, merecedores y suficientes para vivirlo en plenitud.
No hace falta nada. No precisa posponer, ni a mejor momento, ni ocasión, pues tan solo el PRESENTE es vida y se dirige en riguroso y estricto directo hacia nuestros sentidos para que nos conectemos con nuestras necesidades y anhelos.
Tampoco precisamos justificar razones para merecer tal mérito. Por el mero hecho de SER, ya nos corresponde todo lo que la vida nos ofrece. No hace falta «ganarse» la vida, ni «esforzarse» para adquirir derechos vitales. Ya nos fueron dados, sin juicios, sin culpas, sin condiciones. No existe razón en el don de la vida. Se es, y punto.
El Universo no distingue entre estrellas buenas y malas, entre materia honorable y materia de segunda. Esto pasa por el filtro mental, y si no fuera oportuno que fuera, no sería. La existencia se da, y con ello se abren todas las posibilidades posibles. Y si ES así, así ha de SER.
Y mucho menos precisamos compartirlo o repartirlo entre otros más merecedores, válidos o suficientes que uno mismo. Si se desea hacerlo sin que ello encierre la postergación, o la devaluación, fantástico. Pero uno mismo ya es suficiente para experimentar, disfrutar, aceptar, recibir, recoger y atesorar. En cada uno de nosotros se encierra el Todo, el SER, el Dios, el Universo, la Consciencia o el puro Infierno.
Concediéndotelo a ti, ya se lo concedes a los demás. Aceptando la vida, aceptas a los demás, dejas de criticar, de dar por saco e increpar metiendo tus sentencias en juicios ajenos. De ahí viene la premisa de empezar por uno mismo. Si te lo das, se lo das. Si ABRES EL PRESENTE, aceptas que los preciosos papeles y sabrosos bombones están para ti. Aceptas que los demás también pueden. Agradeces la oportunidad de ser un vehículo del discurrir de la vida y concedes respeto y veneración por todos y cada uno de los seres que conviven en ese PRESENTE, en esa caja de bombones.
Así fue como abrí los ojos y te encontré: delicado ser envuelto en un apasionante personaje que acaricia mi séptimo sentido. Y yo, ante ese PRESENTE, con ansiado cuidado, te desabrocho la camisa para disfrutar tu alma bocado a bocado…
El miedo a abrir el regalo tiene que ver con el mito de la caja de Pandora.
Pues si hace unas pulseras muy monas… 😉