Después de ver una serie reality americana acerca de unos brokers de inmuebles en NY, me reafirma que los buenos, excelentes y mejores vendedores son los que se ponen al servicio de los demás. Ni los que mejores modales, ni más argumentos, ni medios o recursos, ni belleza ni status; los mejores vendedores son los que comprenden que servir a los demás es la contribución final de toda persona.
En concreto en la susodicha serie (Million Dollar Listing New York) se pone de relieve que ante el cliente, que es el que te propone el negocio y te elige como agente para que le vendas su propiedad o su proyecto, todo parte desde la gratitud. Tienen claro que si aceptan un trabajo, no entran en cuestionar el encargo. Si lo aceptan, asumen las consecuencias y no dicen que sí con la intención de dar la vuelta al cliente y llevarlo por donde ellos quieren. De esta manera mantienen la confianza en la relación.
La verdad es que hacen que todo parezca fácil. Su punto de partida es cumplir con su encargo y una vez cumplido, intentar que sigan confiando en él para asumir más trabajo. No ponen por delante el dinero a ganar, que obviamente esperan y dar por sentado que llega tras su trabajo, porque el foco está en el trabajo y no en el rédito.
Ya sé que me dirán que esto es de cajón, pero no lo observo así, ni en mi profesión cuando formo y trato con equipos de vendedores, ni en mi vida personal cuando soy una clienta. En un equipo de varios aparece la Ley de Pareto (recordarán esa teoría del 80/20) donde una minoría de vendedores se convierten en servidores y una mayoría continúa siervos. Los servidores son aquellos que tienen en mente solucionar el problema del que tienen delante con compromiso, con asunción de que todo lo que pueda estar en su mano, lo harán. Los serviles son aquellos que tienen en mente cumplir con lo encomendado porque su cometido depende de un mandato y así solo obtendrán el reconocimiento continuo para seguir su recompensa.
¿Todavía no se aprecia la diferencia? Pues voy a poner un ejemplo reciente que he sufrido en carnes. Tuve un problema en una entidad bancaria, un problema de esos que a veces creamos los usuarios porque no miramos bien una fecha o un importe y nos empecinamos. ¿No te ha pasado alguna vez que miras sin ver una y otra vez algo y no caes en la cuenta hasta que alguien te lo muestra? Eso me ocurrió. Acudí a mi oficina y me dijeron que no estaba la persona de gestión y que solo era comercial y no podía hacer nada, bla, bla. Dos veces me planté y dos veces me ocurrió lo mismo. Lo curioso es que cuando presenté una reclamación en la oficina, entonces ese comercial sí pudo ver mi cuenta, aunque se limitó a verla porque nada avanzó la cosa.
Sin embargo, una oficina que no era la mía y que era de la parte implicada en mi duda me llamó. Sí, sí, he escrito bien, me llamó a mi móvil para hablar conmigo e intentar solucionarlo, me dio una cita para el día siguiente poniéndose a mi disposición para aclarar el tema y ver qué estaba en su mano. Acudí y en dos minutos me subrayó la fecha, me mostró la pantalla, me hizo que lo viera en mi aplicación de móvil y sin hacerme sentir mal, porque se me quedó una cara de tonta al ver mi error, con tranquilidad me dijo que eso le ocurría a todos a diario. Que si volvía a tener el problema que fuese, que lo que pudiera hacer… Me informó de productos del banco, por supuesto, que para eso es comercial esta persona, no sin antes cerciorarse de mi profesión y de mis necesidades. Mientras esta persona o alguien parecida a ella esté en esa entidad, yo seguiré confiando.
El primer comercial se ciñó a cumplir sus tareas sin salirse ni una coma para ayudarme a gestionar mi problema. Estos suelen ser los pensamientos y las expresiones de este colectivo: Que para eso no le pagan; que pregunten a otro, que si no dispone de medios; que si eso no está en su mano, por supuesto su mano no avanza para dejar una nota, marcar un teléfono o escribir en un post it; que si su trabajo llega hasta un punto donde suele coincidir con su comodidad; que si entonces no le daría tiempo a cumplir lo suyo… Ojo, que también me han llegado a decir: «no sé. Punto.», con su consiguiente mensaje implícito: no me voy a tomar la molestia de averiguar más. El colmo fue la respuesta de ponerse a despotricar de la empresa para la que trabajaba y dejarme a mí en ese momento sin mi derecho al pataleo, qué abusón.
El segundo comercial se puso a mi servicio para escucharme e intentar darme una respuesta válida adelantándose a mis emociones y necesidades. Dejó sus particulares intereses, que es atender a sus clientes que le proporcionan comisión y le vi en la mirada el brillo del placer, no solo de atenderme, sino de solucionar un problema. Esa persona es doblemente exitosa, mucho, porque luego supe que su cartera estaba tan llena que no podía casi coger a más clientes directos para su personal gestión, y porque disfrutaba el tiempo y desde ese lugar para desempeñar su trabajo.
Cuando nos convertimos en solucionadores, dadores, proveedores y servidores del mundo, el Universo nos lo recompensa con éxito personal, con gratitud, con satisfacción y por supuesto, con abundancia y riqueza. No solo el dinero es abundancia y riqueza, que también, la abundancia se percibe en oportunidades, en buena reputación, en más trabajo, más responsabilidades más aprendizajes, más felicidad, etc.
Claro, entiendo que puedas pensar que eso lo hacen los comerciales y que tu trabajo es de ingeniería, reparto, contabilidad, informática, diseño y el que quieras poner, incluso funcionario, donde cabe un bedel y un magistrado, pero lo cierto es que no se me ocurre ninguna profesión donde no vendas algo: tu idea, tu gestión, tu rapidez, tu agudeza, tu especialidad, tu singularidad, etc.
Todos somos vendedores, asumiendo como vendedor aquel que se pone al servicio de los demás. Entender esto, es entender nuestra misión y función última en el Universo: ser feliz por uno mismo poniéndonos al servicio de los demás.