¿Se te ha encendido últimamente algún chivato del coche? Yo llevo uno permanente desde hace dos meses, ¡queda tan mono! No lo llevo por decoración, pero lo cierto es que su utilidad ha pasado por varias fases: primero informó y me puso en alerta (faltaba líquido en el limpiaparabrisas). Me tomé la molestia de llenar el depósito y cuando me di cuenta que se volvía a encender traspasada una hora y que había un problema detrás que requería mayor esfuerzo, decidí esperar a que llegase ese momento inevitable, urgente y dramático que arrancase algo de la fuerza de voluntad que me falta para ponerme a la tarea: ir al taller a cambiar un manguito.
Entonces llegó la segunda fase. Estoy concienciada, pero me viene mejor mañana, o pasado mañana… Y así, en plena etapa de olvido voluntario, no sin ausencia de cierto malestar por no poner remedio, encontré miles de excusas. Sí, no una ni dos, encontré tantas excusas justificables, que el color naranja ya formaba parte del paisaje fijo de mi salpicadero.
Este pasar el tiempo sin que tenga mayores consecuencias corroboró mi idea de que lo a que a veces parece de primeras urgente, bien puede esperar el sueño de los justos. ¿Que lo voy a necesitar un día? Sin problema; tengo una botella de agua en el maletero por si viene ese momento inevitable, urgente y dramático. Soy una mujer precavida, me digo otorgándome un adjetivo a todas luces incongruente con mis actos. Pero ahí sigue mi luz naranja en el salpicadero.
Y como no hay dos sin tres, la siguiente fase llegó casi rodada, nunca mejor dicho. Andaba en pleno viaje largo, botella de agua en maletero y charla interesante con el copiloto. Tantas veces obviaba el chivato naranja, que una ya se acostumbra a ese color. La alarma deja de tener sentido y vivir permanentemente en estado de alerta, al final te convierte en un ser ciego e inmune a los peligros. Quizá fue el destino, la casualidad, el azar, el remoto recuerdo de que las luces nos alertan sobre una disfunción, o yo qué sé, pero me dio por mirar el salpicadero, como si algo me incomodara hacía un rato y en vez de la soledad de dicho símbolo, le encontré aliados. ¡Estoy en reserva! Pero no una entrada reciente, apenas me quedaba, según el ordenador del coche, 9 kilómetros para circular con gasolina y no como los Picapiedra.
No terminó en tragedia (situación: de noche, cuatro horas de trayecto a las espaldas, día de fiesta) y entré en el carril de una gasolinera con 0’5 kilómetros según el coche. Que sí, que no son del todo exactos, pero no quiero hacerles el estudio a la BMW gratis. Así que me di cuenta que había entrado de bruces en esa fase donde por algo de lo que quieres apartar la vista, te impide ver otras que quizá sí sean más importantes. No sabes cuánto me sirvió para aprender esta experiencia de la que extraje varias enseñanzas que no olvidaré.
La primera: qué suerte disponer de chivatos que te indican que algo no funciona y que te señalan la causa del mismo. En la vida no suele pasar esto, la mayoría de las veces y así lo observo reiteradamente, algo no nos marcha bien, pero no terminamos de ver las causas.
La segunda: que puedes posponer su arreglo hasta que llega un día que todo se viene abajo y te puede pillar desprevenido, en el peor momento o sin posibilidad de remedio, o al menos el que te gustaría. Y que a menudo, huyendo de un problema, nos creamos más.
La tercera: que mi sistema de alarma sigue funcionando y que las situaciones de crisis no me dejan indiferente, pese no atender a los chivatos en su momento.
Y la cuarta lección mucho más importante: que hay que mirar el salpicadero de vez en cuando para que no se me acumulen más de dos, pues la del limpia seguirá presente hasta…
¿No he mencionado la lección de arreglar aquello que sabemos que no funciona y seguimos posponiendo? Hombre, pero yo ¿cuándo he dicho que fuera inevitable, urgente y dramático en toda esta historia llenar el depósito del limpiaparabrisas?