Y andaba yo preguntándome, angustiada, cargada con un gran peso: con lo que se me quedó de ti ¿qué hago? ¿te lo devuelvo? ¿cómo te lo mando? Es que no me cabe… es tan grande.
El otro día lo ocupabas todo, y por más manotadas que le daba, no te ibas. Salí decidida a comprar una caja de esas monas, que parecen una bombonera.
—Con un lazo rojo pasión, por favor —le pedí a a la dependienta.
—¿Es para regalo?
—Buena pregunta —le contesté pensativa. Una caja de regalo para regalar…
—Pues en verdad no es un regalo, es una devolución.
—¿No lo quiere? Es que si es una devolución porque no lo quiere ¿para qué adornarlo con un lazo?
Ale, salí sin caja y sin lazo, ella se lo perdía, una venta menos, me dije enfurruñada.
Pero seguía en las mismas. Abro el frigo… y sólo hambre de ti. Tu parte es grande, muy grande, lo llenas todo, pero no sacias.
Segundo intento en la tienda:
—Oiga, lo he pensado mejor, me pone la caja, un gran lazo rojo pasión y lo envolvemos en papel de regalo o de estraza, me da lo mismo.
—Yo, lo que usted diga… pero tapar una caja tan bonita…
—Ya le dije, no es un regalo, es una devolución. Así que no voy a cuidar los detalles. No deseo que le guste, tan sólo que no me ocupe.
—Pues si le da lo mismo, no la tape. La caja es muy bonita, con su lazo y todo.
Mira que es entrometida esta dependienta, ahora ha perdido tres ventas: la caja, el lazo y el papel para envolverla.
Y la vida sigue, y mi vida sigue, y tú sigues en mi vida. Te van a ver, un día seguro que te van a ver y se van a dar cuenta que sigues. Te van a ver porque te vas a salir de mi boca, de mis ojos, de mis manos… No te puedo seguir llevando, dejaste demasiado de ti.
Venga, la tercera intentona en la tienda:
—Está bien, póngame ya esa caja, sin lazo, sin envolverla y sin nada. Sólo la caja.
—¿De qué tamaño?
—Grande, enorme, que quepa… que quepa todo lo que llevo.
—¿Se refiere a todo lo que usted lleva encima?
—No, a todo lo que llevo dentro.
La dependienta me mira escrutándome con los ojos. Era como si pudiese leerte con todas las comas y acentos. Al fin creo que toma una determinación, y tras un instante que parece un siglo me contesta:
—Ya sé lo que usted necesita —y se da la vuelta dirigiéndose al almacén.
¡Por fin! Esta buena señora por fin va a dar con la solución. Me sale la primera sonrisa desde que entré por primera vez en esta tienda. Mas pronto cesó mi algarabía cuando sale con las manos casi vacías y únicamente portando un pequeño sobre rojo.
—Esto —me dice escueta afirmando con la cabeza.
—¿Eso? —le pregunto impaciente esperando más detalles de su macabra broma.
—Esto es todo lo que necesita. Métalo ahí —y me lo extiende para que yo lo coja.
—¿Me toma el pelo? Le dije que era grande, enorme ¿sabe? lo ocupa todo y esto… Esto es enano, minúsculo para lo que yo llevo dentro. Usted no tiene ni idea—le digo furiosa agitando por una esquina el papelucho rojo doblado a modo de sobre.
Sin más explicaciones, decepcionada y enfadada por no encontrar un remedio, me fui de malas maneras. Me había esperanzado y por un momento pensé que había encontrado el alivio definitivo. Ahora me sentía peor que antes, había perdido el tiempo y tendría que volver a empezar mi indecisión de compra en otra tienda.
Después de dos cajas, tres lazos y cinco papeles de regalo, estaba en la misma situación que antes. No me cabías. No había caja suficientemente grande como para meterte. Era curioso, pero cuanto más grande la compraba, menos entrabas.
Resignada y cabizbaja, regresé a por el sobre rojo. Al menos era el más bonito de todos y ningún dependiente me lo había ofrecido antes.
—Usted gana, vengo a por el sobre.
Sin apartar la vista de mí, saca de debajo del mostrador el papel rojo y lo arrastra despacio con su mano hasta dejarlo justo pegado a mi dedo.
—Me explicará cómo tengo que hacerlo ¿verdad?
—Claro, usted lo llena, lo cierra y lo manda.
—¿Y me va a caber todo?
—De una vez, se lo aseguro.
Un poco temblorosa por la hazaña que iba a realizar me marché presta a probar sus efectos. Saqué el sobre de mi bolso, subí el triángulo de apertura y con todas mis fuerzas lo dejé escapar… ¡ains! Era un buen suspiro, de esos sentidos, largos, sonoros y acompasados. Aliviada cerré el sobre para que no se escapara y lo mandé a la dirección oportuna.