Hoy es un día, uno de tantos, uno cualquier, un día… Hoy muere, nace gente y otros seguimos viviendo. Se supone que es el ciclo de la vida y que como parte de ella está en nosotros concebir esas ideas. Nada más lejos. Precisamente, de las tres grandes preguntas que siempre se ha hecho el ser humano a lo largo de nuestra extensa historia, dos de ellas seguimos sin tener respuesta certera: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? No terminar de acertar con la primera inquieta menos, ya que si estamos…
Ayer mismo veía una escena de la película infantil «Turbo» donde un grupo de caracoles se reunía para charlar y de vez en cuando aparecía un pájaro, se llevaba a uno de ellos, desaparecía vaya, y todo seguía igual. Ese detalle de no darle más importancia a la extinción de un congénere, me llamó la atención. Pero cuando le pregunto al niño que la veía qué pasaba y me dice tan tranquilo: se lo come, me llamó más la atención todavía. Al ver que los demás caracoles se conducían sin mayor actuación que un minisegundo de silencio y miradas entre ellos de aceptación, el espectador asume el hecho con la misma sencillez.
Hay culturas donde todo lo que rodea a la muerte se desarrolla de diferente manera que en nuestra cultura. Sin tener que ir más lejos que un viaje por Rynair, en la vieja Inglaterra los funerales son sobrios, pero el acontecimiento social que lo rodea bien podría asemejarse a muchas Nochebuenas en familias españolas. Se acompañan unos a otros, comen juntos, rezan en grupos, proclaman discursos…
Entonces no se trata de algo instintivo, la muerte, o mejor dicho el dolor por la pérdida de alguien querido o cercano, no se «gestiona» instintivamente, forma parte de nuestra cultura o costumbre. Son hechos aprendidos y transmitidos socialmente. Ahora bien, siempre nos encontraremos con nuestro interior para experimentar en soledad nuestra respuesta frente a la muerte sin que existan reglas para ello.
Si la muerte es lo contrario a la vida ¿cómo vamos a verla como algo natural si somos seres vivos?