Supongo que la mejor imagen que tenemos de alguien que está sereno y en paz es en un momento de quietud, sentado o plantado de pie, mirando al horizonte, con los ojos cerrados y sonriente, las manos detrás de la cabeza, o tal vez extendidas, pero casi siempre, parado y estático. Se supone que así es como se representa la serenidad, en la quietud. Se supone que sólo en momentos de pausa es cuando uno piensa, es consciente, se concentra, se relaja, fluye…
Pues hay unos cuantos que no encajamos en esas suposiciones. De esto me acabo de enterar, más ahora que lo veo en los niños, y más que lo veo en mi propio hijo… Esas malditas creencias que me decían que era poco reflexiva, atolondrada, desconectada, mala perceptora, escasa observadora y todo por no estar parada, vacía para llenar, expectante para recibir o relajada para sentir.
«Poco a poco», «Una cosa detrás de otra», «Quieta y empiezas» , «Atenta sólo a eso», «Sin moverte y concentrada», Etc, etc, etc.
No digo que no sea cómodo, pero no por ello imprescindible. Siempre me gustó columpiarme para encontrar soluciones, correr para reírme y pasear para resolver conflictos. También he memorizado lecciones andando, me he gestionado emocionalmente conduciendo y por supuesto soy capaz de comunicarme con las personas apretando sólo una mano: un ligero contacto en continuo movimiento.
No todos nos serenamos igual, ni mejor ni peor, como tantas otras veces digo, diferente.
—¿Necesitas un estímulo externo?
—La mayoría de las veces sí.
—¿No te relajas en paz?
—Mucho, hasta moviéndome incluso.
—¿Cómo puedes concentrarte?
—Necesito relacionar para concentrarme y si mis conexiones neuronales se mueven ¿por qué no otras partes de mi cuerpo?
Respirar precisa movimiento, el músculo se relaja porque cambia de postura, la mente se abre, se enfoca, se fusiona, se siente porque muda constantemente. Pues yo me sereno cuando estoy inquieta, cuando hago cosas con mi cuerpo, cuando pienso mucho o sólo en una cosa, cuando me dejo llevar, cuando las emociones van y vienen, cuando me enfoco en un punto enorme, pequeño o parpadeante, cuando siento muchos estímulos o muy pocos pero cambiantes en intensidad y duración.
Me serena la vorágine, me estabiliza el caos, la presión me define y la múltiple atención me criba las importancias. Quizá no dispongo de más estrategias para solventar estas cosas que parece que a la gran mayoría les acontece sentados al atardecer de un plácido momento, pero a mí me son muy útiles y no las pienso eliminar.
No han conseguido doblegarme años de colegio, impaciencias caseras familiares, amistades o amores de gustos contrapuestos. Me he relajado en la extenuación de un baile frenético y me he subido por las paredes en la butaca de una ópera… Y a la inversa. Si algo he aprendido de mi rosa de los vientos, es a saber que cuando la serenidad precisa de escenarios y no de estados propios, la fabricamos a imagen y semejanza de otros moldes, pero no la parimos.
No, no y no, no me voy a estar quieta para serenarme, más bien voy a seguir muy activa, me gusta así y no tengo ninguna tara, carencia, síndrome, trastorno o cualquier otro invento que vive de espaldas al comportamiento humano. No hago mal a nadie, ni siquiera a mí misma. Me gusta moverme y soy capaz de pararme cuando en verdad quiero y me lo propongo; lo mismo, lo mismo, que soy capaz de estimularme a mi antojo y sin sustancias de por medio.
Y además, lo tengo comprobado, en épocas de mucho atender, de plazos que cumplir, de objetivos varios y variados, de enfoques múltiples, de constantes avances y retrocesos, es cuando maduro. Igual tiene su explicación química, no lo sé, pero cuanto más me agito, más poso voy cogiendo. Cuánto más me muevo, más en paz me hallo. Y cuánto más me giro y vueltas doy, menos me mareo. He llegado a la conclusión de que la inquietud me serena…
Quizá es que para sentirme viva me preciso contradictoria. Antes bullía y me consumía, ahora…. ahora serenamente observo mi olla a presión, serenamente me quemo con mi calor y… me serena. Todo hierve, todo crepita y estoy tanto dentro, como fuera. Me place estar en el presente, arrastrar y soltar del pasado y construir para un futuro. ¿Se puede estar sereno en el constante cambio? Para mí, tal como informa mi perfil de Twitter, me soy y me sé inquieta en el constante cambio. Y ello me serena.
Tengo claras las cosas hasta que menos mal que se enturbian y si la lluvia no limpiara, la corriente no arrastrara, el viento no secara y el sol no endureciera, no volvería la claridad. De hecho, en el mismo instante que aparece la transparencia, ya se va volviendo opaca, viscosa y agrietada. Así que sin mutación, cambio o movimiento, la serenidad jamás llegaría y jamás se iría. No tendríamos referencias para apreciarla. Más bien se trata de una construcción del pensamiento humano y precisamos pensarla, sentirla, apreciarla… vaya, moverla por dentro. Sacaré a la serenidad de paseo y así me acompañará en mi constante movimiento… en mi precisa pausa… en mi inquietud…