La familia es lo más importante en la vida. Resulta tan categórica esta afirmación de prioridad vital que para quien no es así recibe las mayores recriminaciones generadoras de sentimientos de culpabilidad, vergüenza, falta de autoaceptación e infelicidad. La familia es lo más importante en la vida para quien la familia es lo más importante en la vida y punto.
La familia es una célula cultural para protegernos, para proteger a nuestra descendencia y para proteger nuestra propiedad, así como también es una plataforma de aprendizaje natural que aúna intereses y valores que contribuyen a nuestro eficaz y eficiente funcionamiento como seres humanos individuales y sociales.
¿Que además es fuente de amor, cariño y comprensión? Cuando las personas que lo conforman están sanas y mantienen relaciones sanas, así es. El roce hace el cariño y es lógico que se creen vínculos afectivos entre todos sus miembros si mantienen contacto y celebran y conservan esos valiosos vínculos como tales.
Nuestras necesidades más básicas (tales como la seguridad, la protección, la pertenencia a un grupo y la estima) desde que nacemos se ven colmadas en la mayoría de las veces sin salir de casa. En general te vienen solas si estás integrado en una familia y así te lo hacen saber, mas… ¿y cuando esto no se da? ¿Y cuando nos sentimos perjudicados, despreciados o explotados? ¿y cuando dejamos voluntariamente nuestra buena y magnífica pero impuesta familia para fundar otra voluntaria?
Innumerables ejemplos hay de hombres que marcaron historia (y ojo que aquí empleo hombres no como género común con las mujeres por razones obvias que ahora no vienen al caso), que dejaron grandes legados científicos, artísticos, médicos, políticos, culturales, ideológicos, etc, para la humanidad y que incluso son venerados como ídolos, iconos, modelos, líderes o héroes mundiales que no antepusieron su familia, que tuvieron que superar sus circunstancias familiares o que incluso «fueron» pese a su familia.
Ni en todas las culturas, ni en todas las épocas de nuestra existencia, la familia como concepto que hoy día tenemos ha sido inalterable, ni cumplía las mismas funciones. Unas veces se confundía (de fundirse con) entre la comunidad y otras la situación familiar se interrumpía para fundar una propia desligada de la anterior. Y ya rizamos el rizo cuando una persona «funda» varias familias, o se integra en otras diferentes a las suyas o se convierte a la nueva tendencia socioculturalreligiosoemocional del «desapego».
¿De verdad estamos obligados a amar a alguien simplemente porque nos ama? ¿Se ha de corresponder ese amor recibido en la misma medida, intensidad y entrega? No hablo de la ingratitud, no hablo del desamparo, o de la negación de ayuda, hablo del amor, hablo de ese viejo y conocido sentimiento llamado amor.
No me veo constreñida a poner mi situación personal como ejemplo para desmentir, reafirmar, hacer generalidades o hacer la excepción sobre lo expuesto, me ha bastado vivir, sentir, leer, conocer, estudiar y observar que las cosas no son «como tienen que ser», sino simplemente son y cuando no es así, cuando la familia no es lo más importante para una persona no las hace disfuncionales, malas, asociales, carentes de entrañas o minusválidas.
Entonces ¿a qué exponer casos auténticos de resiliencia o superación con éxito de traumas o situaciones donde las personas pierden a su familia y tienen una vida plena? ¿qué quedó de las segundas oportunidades a quien la auténtica mala suerte le dotó de una familia digna de no reproducirse y opta por personas con las que no comparte genes? ¿Sí podemos ensalzar a quien sacrifica a su pequeña familia por un gran gesto universal?
El amor por los demás no tiene un campo exclusivo de siembra, se puede dar en una entrega desinteresada a personas con las que no nos unen lazos de sangre, en una misión lejos de tu hogar, en una llamada interior hacia la naturaleza, hacia una persona escogida, a un grupo electo o a tu primo hermano. No existen protocolos, ni normas ni dictados hacia lo que se debe amar, qué se debe de dar o en qué prioridad hacerlo.
Creo que simplemente no aceptar otras realidades es un gran signo de no amar a los demás. Cada uno tenemos una misión, unos quereres, unos gustos y unas felicidades diferentes y cuando ensalzamos y alabamos a la familia como única fuente de dicha y valor supremo estamos ignorando y estigmatizando otras fuentes y lo que es peor, a otras personas.
Cada vez que alguien venera y se le llena la boca hablando de «lo único que importa en la vida», lo siento, me viene esa imagen de un viejales que habla hacia otros lechones carentes de su personal y única experiencia en la que la condescendencia y la sordera emocional hace grandes estragos impidiendo realizarse a los demás. Y todo ello cuando además, no se cumple, no se rigen sus prioridades por ese valor familiar, ni se busca, ni se tiene en cuenta, ni rige sus actos y ni siquiera su conciencia.
Me parece estupendo que la gente cuente sus parabienes, sus descubrimientos en cuanto a sus orígenes de satisfacción o sus pecados más oscuros, pero de ahí a envasarlo en religiones, dogmas o pautas unánimes a seguir…
A lo mejor es tan simple como cambiar el lenguaje y decir: «La familia es lo más importante en mi vida», «Una de las cosas que más me importa en mi vida es…». Como casi siempre, una cuestión de lenguaje, que al fin y al cabo es el que conforma nuestra pequeña, reducida y «familiar» realidad.