La alegría es una emoción fantástica, y ya está bien de defensores del derrotismo. ¿Pero qué les pasa? Claro que no vamos al 100% con esta alegría a cuestas y en todo momento. ¡Ah,! pero si vas de chungo o preocupado desde que te levantas, te dejan tranquilo con tus miserias, como si también esto fuera de lo más normal y saludable.
Ninguna emoción sostenida en el tiempo sin percepciones de cambios es correcto. No darse cuenta de que una emoción llega, se va, viene otra, se va y aparece otra y así en un eterno vaivén, no es más que falta de atención o foco puesto en uno mismo. Lo cierto es que nos pasamos así la mayoría del día, y solo aquello que pasa cierto límite, es gestionado conscientemente por nosotros. Si nos dan una noticia muy mala, si llama alguien inesperado al móvil, si nos cruzamos con un gran amigo por el súper, si pillamos en un renuncio a nuestro hijo, etc. Ahí percibimos con mayor intensidad la emoción, le prestamos atención, intentamos averiguar por qué nos altera y escogemos la mejor respuesta para resolverlo. Bueno… todo esto, en el mejor de los casos.
A ver, para entendernos y hacer un símil, las emociones no son más que informantes de lo que nos acontece con el medio o con nuestra mente. Las cosas suceden fuera o en nuestro interior y la emoción se pone en marcha, como carteros, para entregarnos el mensaje y predisponernos hacia un estado emocional: nos sorprende, nos entra el canguele, nos morimos de algarabía, nos mosquea… La emoción nos llega porque tenemos un software de serie estupendo y porque tenemos memoria y hacemos asociaciones de experiencias. Podemos dejarnos llevar y nuestro cuerpo, cual marioneta de nuestro cerebro, se pone a actuar. O bien, podemos tomar consciencia en ese momento de nuestros pensamientos y actuar desde la voluntad. Esto es un entrenamiento que nos lleva toda la vida.
Cuando decimos que podemos elegir nuestros pensamientos y emociones no es del todo cierto. Ese software del que he hablado, está tan arraigado que ni siquiera sabemos que lo tenemos. No ha sido elegido, deviene de nuestro clan, de nuestros genes, de nuestro inconsciente colectivo (cultural) y familiar. No sabemos a veces por qué nos comportamos cómo nos comportamos, ni por qué deseamos ciertas cosas, ni por qué repetimos patrones de relaciones o situaciones. Mi Apple no sabe que es IOS. Se arranca y la manzanita se pone a funcionar con su Safari, su Mail… Si quiero Chrome o quiero Outlook, lo tengo que instalar y elegir adrede. Y las más de las veces, por defecto, en caso de duda o de que te subas al monte, ya tiene preparada la reacción. No hace falta que pienses, ya lo hace por ti. Así somos los humanos. Un gran avance, no creas, pero otras muchas, te mete en charcos, te incordia, te amarga la vida.
Y no, la verdad es que nadie escoge voluntariamente clavarse el puñal, el reconcome, el espumarajo de envidia, paralizarse ante una oportunidad, quedarse toda noche en vela, recrearse en una humillación o llorar hasta marearte por no haber comido en días. Pero que no lo escojamos voluntariamente no implica que no podamos escoger voluntariamente salir de allí. Antes se tenían poco recursos o ayudas para hacerlo, hoy día en nuestra sociedad hay muchas herramientas. Y gratis. Y al alcance de casi cualquiera. A golpe de click. Y sobre todo lo demuestran esas personas que se toman la molestia de escribir tuits y comentarios en RRSS desde sus dispositivos móviles negando esto.
Se pueden tener momentitos de alegría incluso en la adversidad. No está reñido. Primero, hay que permitírselo, creer ser merecedor de un respiro, un rayo de sol. Segundo, hay que quererlo, estar dispuesto a no ceder al drama egótico. Y tercero, hay que actuar. Exige consciencia, voluntad y acción. Esto no está reservado para unos privilegiados. La resiliencia, el optimismo inteligente, el amor por uno y por el mundo es una cualidad innata del ser humano. De cualquiera.
La alegría puede estar encerrada en un bombón de chocolate intenso y sabroso. O querer ver pecado, gula, remordimiento por transgredir tu compromiso con tu nutrición. Sonreír al espejo porque te asoma otra arruga y hace que tu ojo se parezca más al de tu madre que al de tu hija. O bien puedes regodearte en la tragedia de envejecer y que tus rasgos se desfiguren de tu juvenil imagen donde depositaste un día todo tu valor y dignidad. También puedes destapar tu alegría cuando el encuentro con buenos amigos se anula y te quedas solo y aprietas al botón del Play para ver tu serie favorita. O cabrearte porque te acuerdas de otra vez que te dejaron plantado y te asaltan comparaciones con tu ex que andará de parranda rodeado de fans que se mueren por sus cachas. Elecciones…
De las 6 emociones básicas y universales, solo una, la alegría, nos resulta muy agradable y descorcha el festival de hormonas y sustancias placenteras. ¿Cómo no ir en pos de ella? Estar alegre es tomarse un chupito de salud. Esforzarse por tener alegrías es una de las mejores metas. No dejaos influir por aquellos que duelen y sufren tanto (y añado: y que su ego se ha apoderado de su ser) hasta tal extremo, que reniegan de esta emoción. En cuanto alguien ensalza esta frágil y fugaz emoción, corren a chafarla. No, no son sensatos, realistas, cabales y objetivos, están en modo cenizo. No pasa nada, tienen derecho a su chupito de cianuro, a envenenarse de odio, miedo, pena, desesperanza. Tan solo… no lo bebas. Elige.